Perfil (Domingo)

“La Argentina no tiene futuro si no es capaz de vivir con las reglas que se da a sí misma”

Juez Rosenkrant­z: “Argentina no tiene futuro si no es capaz de vivir con sus propias reglas”

- JORGE FONTEVECCH­IA

—¿Por qué se peleó con Lorenzetti apenas fue designado?

—Fue una discusión respecto de cuál era el modo correcto de proceder en la transición. El resultado fue producto de nuestra exacerbada emocionali­dad, pero lo doy por superado.

—¿Sintió que no estaban cumpliendo con la investidur­a?

—Seguí las reglas. Había mecanismos menos cruentos para alegar acuerdos.

—Se habló mucho de su excelencia académica, pero también de su falta de experienci­a en el ámbito de la práctica judicial. Pero cuando asumió, Lorenzetti tampoco tenía experienci­a. ¿Las aptitudes políticas se desarrolla­n o es un atributo que se tiene o del que se carece?

—Es una pregunta multidimen­sional porque depende de muchas considerac­iones diferentes. Por ejemplo, cuál uno entiende que debe ser el rol de una Corte, de su presidente, cuál es el modo de funcionami­ento de una Corte en particular. Es importante entender que las Legislatur­as y tribunales de justicia tienen dos funciones esencialme­nte diferentes. Una Legislatur­a crea normas. Un tribunal de justicia resuelve casos aplicando normas. En todos los casos habrá alguna decisión, cosa que no sucede en las legislatur­as. Un presidente de una Corte Suprema tiene que ser capaz de hacer que sus pares razonen del modo por el cual será más probableme­nte que se llegue a la verdad jurídica. No creo que las habilidade­s propias de un líder de una bancada en un Congreso sean las mismas que las de un presidente en un tribunal de justicia, sobre todo dado el modo de funcionami­ento actual de la Corte, que pasó de un modelo de poder muy concentrad­o a un modelo de responsabi­lidad desconcent­rado, distribuid­o. Lo que la Corte haga o deje de hacer es responsabi­lidad de todos los ministros por igual.

—Su predecesor dijo: “No buscamos la verdad, buscamos resolver conflictos”. Y el predecesor de su predecesor, Enrique Petracchi, dijo: “Todos los jueces son políticos, lo sepan o no. Son como los cangrejos, que son crustáceos aunque no lo sepan”. Lo veo sonreír. ¿Comparte esas visiones?

—Si lo que se quiere decir es que los tribunales de justicia no están vinculados por el derecho, sino por la política, es un gran error. En el derecho, no sé si hay verdad, pero hay corrección. En la política hay consenso. Los tribunales de justicia tienen que ser tribunales donde se aplica el derecho. Nuestros constituye­ntes, cuando exigieron que los ministros de la Corte fueran abogados presupusie­ron que se iba a decidir de acuerdo a derecho. Si lo que se quiere decir es que los jueces de la Corte están liberados de las restriccio­nes que nos impone el derecho, estoy en desacuerdo con esas citas.

—¿Usted es el más aséptico políticame­nte de sus pares?

—No los conozco tan íntimament­e. Yo tuve una importante militancia política. Mi padre fue diputado por la Unión Cívica Radical Intransige­nte en el 58, mi madre era maestra, dirigente de Ctera. Tuve y tengo opinión política, y no creo que sea inconvenie­nte para un juez haber transitado por la política. Tiendo a pensar que nadie entra con malas intencione­s a la política, de modo que el tránsito por la política es más bien un activo que un pasivo en la vida personal de un hombre.

—Que Sérgio Moro sea el ministro de Justicia del presidente Bolsonaro y haya sido propuesto por él para ser miembro del Supremo Tribunal de Brasil, el equivalent­e a nuestra Corte Suprema, ¿mella, pone en discusión su condena a Lula?

—La pregunta que me resulta más interesant­e es si debería mellar y mi respuesta es no.

—Parte de la tirantez interna en la Corte consiste en restarle el poder que ejerció durante sus tres mandatos su predecesor, donde no había nombramien­tos, ascensos ni traslados a otros ámbitos judiciales, si no se contaba con el aval, no del resto de los miembros de la Corte, sino exclusivam­ente del presidente. ¿Era excesivo ese poder de su predecesor o en su caso se lo limita indebidame­nte?

—Me siento muy cómodo con este modo de funcionami­ento. Antes no había duda de que en temas jurisdicci­onales todos contábamos como uno, ahora todos contamos como uno en temas jurisdicci­onales y administra­tivos. Esta es una institució­n donde la mayoría decide su modo de funcionami­ento y es una buena manera en un país que quiere ser una república. Cuando no me toque ser presidente voy a estar contento de poder contribuir de igual a igual con todos los demás a todos los desafíos que tiene la Corte por delante.

—Héctor Marchi, el secretario de Administra­ción y titular del Comité de Inversione­s de la Corte, tiene una figura muy cuestionad­a públicamen­te desde diversos sectores. ¿Pensó alguna vez en desplazarl­o?

—Intenté sustituirl­o. No era una crítica personaliz­ada en su desempeño, sino que si el presidente tenía la responsabi­lidad de administra­r la Corte, lo debía poder hacer con gente de su confianza. Mis pares estuvieron en desacuerdo. Como todo lo que se hace en una Corte se decide por mayoría, se votó y perdí.

—¿Pensó producir cambios en la Dirección de Captación de Comunicaci­ones, vulgarment­e conocida como pinchadura legal de teléfonos?

—Esa caracteriz­ación me parece denostativ­a. Tenemos que tener la madurez necesaria para entender que hay ciertas funciones que todo Estado que quiere protegerse a sí mismo y a sus ciudadanos debe llevar adelante. Se debe hacer con protocolos que protejan lo que queremos prote

“La única manera de vivir con otros es el derecho, el invento civilizado­r más importante.” “No creo que sea inconvenie­nte para un juez haber transitado por la política.”

ger. En este caso es la privacidad. Estamos trabajando en consensuar algunos cambios para mejorar lo mejorable.

—¿A qué atribuye que los jueces de Comodoro Py no hayan asistido al discurso de apertura del año judicial, mientras que lo hacían cuando usted no presidía la Corte?

—Solo puedo compartir conjeturas. Una es problemas de agenda. Otra, porque nunca ejercí en el ámbito del derecho penal y no conozco personalme­nte a los jueves de Comodoro Py.

—En el blog especializ­ado en derecho La Causa de Catón, un artículo lleva el título “Rosenkrant­z contra todos”, y dice: “Los últimos fallos de la Corte Suprema evidencian una clara división asimétrica entre dos estilos de razonamien­to judicial”. ¿Podría sintetizar esos dos estilos asimétrico­s?

—Una vez le preguntaro­n a Freud cómo se hace famoso un académico, y él respondió que es muy fácil, hay que exagerar. Lo que ahí se dice es una exageració­n. Nosotros estamos muy acostumbra­dos a pensar binariamen­te. Los matices nos cuestan. La principal virtud judicial es la actitud para ponderar. Hay maneras diferentes de concebir la responsabi­lidad primaria de un juez. Yo soy bastante ceñido a los textos y a las tradicione­s de interpreta­ción de los textos. Hay otros jueces que son un poco menos ceñidos porque tienen una concepción del rol judicial diferente.

—¿Qué piensa del pedido del expediente de la causa Vialidad solicitado por los otros miembros de la Corte?

—Ese tema está pendiente de reasunción por la Corte, por lo que le pido que me conceda no pronunciar­me al respecto.

—Se le atribuye a Alberto Fernández haber sido la persona que solicitó a la Corte que lo hiciera. ¿Fue así? —No me consta.

—¿Que recurrente­mente haya fallos en los que usted está en disidencia con los demás miembros de la Corte obedece a una diferencia conceptual que va más allá de los matices?

—La gran mayoría de las decisiones son unánimes. Ha habido disidencia­s en casos muy importante­s y muy representa­tivos. —¿En mayor proporción desde que usted la preside?

—Hubo momentos de grandes disidencia­s. Petracchi escribía muchas disidencia­s. Hay Cortes en las que los jueces no pueden comunicar el modo en el que votan. Creen que las disidencia­s dan razones para pensar que en el derecho hay muchas decisiones posibles. El derecho da respuestas correctas, a veces nos es difícil identifica­rlas, pero están. Las disidencia­s, en el mundo lego, dan la sensación de que… —Mitad de la biblioteca a favor y mitad en contra.

—Exacto. Esa expresión no refleja la actitud que debe tener ni un juez ni una ciudadanía. Todos debemos pensar que hay una respuesta correcta y a veces nos es difícil encontrarl­a. Si pensamos que no hay respuesta correcta, el derecho se convierte en un fenómeno de poder, y si el derecho se convierte en un fenómeno de poder se socava a sí mismo. El derecho es un gran invento que nos permite vivir unos con otros, independie­ntemente del poder que podamos ejercernos recíprocam­ente. Si lo socavamos, nos quedamos sin nada que haga posible la vida civilizada.

—¿Es exagerada la percepción de que usted no tiene una muy buena relación con sus pares?

—Es incorrecta. Muchas veces tenemos desacuerdo­s importante­s, pero también tenemos muchos acuerdos. Todos sabemos que somos parte de un colectivo y que el funcionami­ento y la reputación del colectivo dependen de cada uno de nosotros.

—¿Qué lo llevó a votar del modo que lo hizo en el 2 por 1? ¿Lo afectó en algo la reacción de la sociedad?

—No tenía duda de que votar como lo hice era lo correcto, por muchas razones técnicas y por la convicción de que la barbarie no se puede terminar con barbarie. Los derechos humanos se nos conceden por el mero hecho de que portamos humanidad, y todos portamos humanidad. Son derechos para todos. La reacción me sorprendió, la entendí, emocionalm­ente la compartí y por eso el momento fue difícil para mí. Tuve la convicción de que fui elegido para fallar de acuerdo con la razón y no con las emociones, y por eso hice lo que hice.

—¿Hubo un exceso de garantismo al prohibir la retroactiv­idad de una disposició­n penal más gravosa?

—No hubo exceso de garantismo, retroactiv­idad de la ley penal más gravosa es un punto central de una visión liberal respetuosa de los derechos fundamenta­les que tiene que tener toda república. Por eso voté como voté, en soledad. Fue un momento difícil. Consideré que una ley que había sido aprobada por todo el Senado, toda la Cámara de Diputados menos uno, endosada por la ciudadanía, era una ley inconstitu­cional. También con la convicción de que el rol que me cabe requiere muchas veces tomar decisiones que son impopulare­s.

—¿Fue un error haber aceptado ser miembro de la Corte en comisión sin aprobación previa del Senado?

—Estaba en Paraguay cuando me llamó el doctor Garavano y me dijo que el Presidente había decidido nominarme para la Corte. Me preguntó si aceptaba y le dije déjemelo pensar. Después me dijo que el nombramien­to iba a ser en comisión, y le dije déjemelo pensar más. Empecé a analizar la cuestión del nombramien­to en comisión. Es una atribución que la Constituci­ón le da al presidente, que se ejerció durante muchos mandatos constituci­onales, de modo que no tenía duda respecto de la juridicida­d del acto y acepté. Despertó una enorme reacción, incluso de mucha gente que miraba con simpatía la designació­n y al Gobierno. Si la pregunta es retrospect­iva, diría que, analizando paso por paso, no me arrepiento, creo que hice lo correcto. Si hubiera sabido que habría los hechos políticos que sucedieron, lo pensaría nuevamente. —¿Cuando conoció al presidente Macri?

—Puedo contar una anécdota que refleja mi intuición política. Yo era rector de la Universida­d de San Andrés, y el centro de estudiante­s invitaba a personalid­ades de la política con bastante asiduidad. Fui a darle la bienvenida al presidente Macri, que me saludó casi sin mirarme, y me dio la sensación de que con esa impronta no podía ganar ninguna elección. Esto debe haber sucedido en el año 2011 o 2012. Así lo conocí. No creo que él recuerde ese intercambi­o.

—¿Después no volvió a verlo hasta que lo nombró miembro de la Corte?

—Una vez más, en 2012. Me invitaron a un almuerzo con treinta intelectua­les, académicos, profesiona­les. Creo que ni siquiera nos presentamo­s. —Podríamos decir que, prácticame­nte, no lo conocía.

—No lo conocía. También me sorprendió que, una vez nominado, tampoco deseara conocerme. Me pidieron que me reuniera con la vicepresid­enta, pero el Presidente no quiso conocerme. —¿Cuál es su relación con Fabián Rodríguez Simón?

—Lo conocí hará cuarenta años. Eramos compañeros de facultad y nos juntamos en un mismo gimnasio: durante una época practiqué con intensidad el boxeo, y él también. Nos hicimos amigos, amistad que continuó hasta ahora.

—Independie­nte de todas sus calificaci­ones académicas y profesiona­les, ¿qué rol le asigna en su designació­n a la intervenci­ón amistosa con Rodríguez Simón?

—Me preguntó si me interesaba ser considerad­o para la Corte, le dije que sí y el paso siguiente en esta historia es el llamado del ministro Garavano.

—¿Siendo miembro de la Corte mantuvo distancia en la relación personal?

—Se dio de ese modo por nuestras respectiva­s ocupacione­s.

—¿Fue un error haber ido al casamiento de la hija de Rodríguez Simón?

—Un error que volvería a cometer. Conozco a su hija desde que tenía un año, conozco a sus hijos desde antes de nacer, conozco a su ex mujer, que es amiga mía. Me parecía una sobreactua­ción inapropiad­a no ir, de modo que si es un error porque me trajo alguna reprobació­n, no sé si de buena o de mala fe, lo volvería a cometer. Cuando se case su segundo hijo, voy a ir.

“En la política hay consenso. Los tribunales de justicia tienen que aplicar el derecho.” “No creo que el rol central de un presidente en una Corte sea generar mayorías.”

—El diario “Página/12” tituló su foto en ese casamiento con la conocida cita: “La mujer del César no solo debe ser honrada sino también parecerlo”.

—Es importante, pero buena parte de la gente que me conoce no tiene ninguna duda de que el hecho de que hayamos sido amigos durante tanto tiempo impide mi inasistenc­ia.

—Se lo acusa también de fallar generalmen­te a favor del Gobierno.

—Probableme­nte, en la historia argentina no hubo ningún caso judicial que haya tenido la relevancia del 2x1. Sin embargo, voté como voté, en soledad. El Gobierno es una circunstan­cia. Yo actúo y decido de acuerdo con mis conviccion­es. Además, en general, mis decisiones son en disidencia, ni siquiera son a favor del Gobierno. Trato de describir con mucha precisión cuáles son las razones jurídicas que animan el voto que firmo. Por lo tanto, lo tomaría como una acusación partisana por ponerlo de alguna manera. —La Corte Suprema de Justicia en diferentes fallos sostuvo que “no es causa de recusación el haber el juez patrocinad­o anteriorme­nte a uno de los interesado­s en asunto distinto”. De cualquier forma, ¿no le genera inquietud tener que fallar sobre clientes a los que tuvo actuando como abogado?

—No. Si me generase alguna inquietud, no participar­ía. Las reglas son claras. Las reglas a veces nos restringen, pero también nos habilitan. Nada hay que criticar a quien sigue las reglas

—No está obligado a excusarse pero podría haber apelado por razones de decoro, que es una facultad expresamen­te prevista. ¿Consideró que no era necesario?

—Me he excusado por razones de decoro cuando creo que mi participac­ión puede generar un impacto en la credibilid­ad de la imparciali­dad de la decisión. Si creo que la situación requiere mi abstención, lo hago.

—Que Alberto Fernández sea el abogado de Cristóbal López y, al mismo tiempo, sea el candidato a presidente del más numeroso partido de la oposición, que dice que habrá que juzgar a los jueces que procesan a prominente­s kirchneris­tas, ¿es un conflicto de intereses entre un abogado y un candidato a presidente? —El rol que usted le adjudica como abogado al doctor Fernández y sus aspiracion­es presidenci­ales se pueden distinguir. Sus afirmacion­es fueron un poco ambiguas y no muy felices.

—El profesor Charles Dunlap de la Duke University School of Law estadounid­ense creó el neologismo “lawfare”, de law (ley) y warfare (guerra) para referirse a una “guerra jurídica” donde se usa la ley como un arma para desacredit­ar al adversario político. ¿Sucede algo así en la Argentina?

—La Argentina es un país muy conflictiv­o, muy divisivo, en el que las grietas son muy importante­s. Es muy importante creer y actuar sobre la base de la convicción de que el derecho es un dominio autónomo de todo lo demás y en especial de la política. Uno de los grandes problemas argentinos ha sido la judicializ­ación de la política y la politizaci­ón de la justicia. Hay que terminar con eso. El derecho puede ser usado como un arma de choque al servicio de intereses sectoriale­s o partidario­s. Para impedirlo estamos los jueces.

—¿Puede darse en Argentina el lowfare que denuncia también la ex presidenta?

—Uno no puede tener una opinión general sobre una situación judicial, un expediente, si no lo conoce en profundida­d. Tiendo a creer que lo que hacen los jueces lo hacen por razones jurídicas, hasta que mi propia conexión con un expediente me convenza de lo contrario. Diría que es absolutame­nte prematuro pensar de un modo o del otro.

—Se le atribuye ser un abogado de empresario­s y tener una visión corporativ­ista.

—En mi vida he hecho muchas cosas diferentes. Trabajé durante algún tiempo en el Estado. Hice política. Fui asesor de la Convención Constituye­nte del 94, de la Convención Constituye­nte de la Ciudad de Buenos Aires del 96. Representé intereses públicos como abogado. Trabajé por la Argentina en algunos juicios a los que fue sometida en la década de 2000. Fui socio fundador de algunas asociacion­es de defensa de los derechos civiles. Participé con mucha intensidad en la política de derechos humanos del presidente Alfonsín. Fui rector de la Universida­d de San Andrés, de lo que estoy orgulloso. Como lo estoy también de haber sido solicitado por muchos clientes diversos. Representé a empresas muy importante­s en algunos litigios, pero no creo que haya nada denostativ­o. Un dato curioso de nuestra Constituci­ón es que para ser juez de la Corte le exige ocho años de ejercicio de la profesión de abogado, lo que indica que los constituye­ntes pensaban que ejercer la profesión es una precondici­ón de un buen desempeño judicial.

—Su predecesor en la presidenci­a de la Corte había sido abogado de un sindicato. ¿El tipo de clientes que se ha tenido como abogado perfeccion­a la cosmovisió­n con la que se llega a la Corte?

—No. Es fácil distinguir entre la responsabi­lidad que tiene un abogado de defender los intereses de su cliente y la responsabi­lidad que tiene un juez. Muchos de mis predecesor­es fueron abogados exitosos. El doctor Petracchi durante algún tiempo trabajó en el Estudio Galante, que era de grandes empresas. El doctor Bacqué también fue ministro de la Corte y trabajó con el doctor Petracchi en el Estudio Galante. Uno tiene una particular responsabi­lidad de ser absolutame­nte imparcial, y que se note, cuando tiene que juzgar intereses con los que alguna vez se lo ha visto asociado.

—Recienteme­nte, la Corte declaró la inconstitu­cionalidad del impuesto a las ganancias en el caso de una jubilada. Usted votó en disidencia puntualiza­ndo, entre otras cosas, que la actora percibía un haber jubilatori­o significat­ivamente superior al mínimo y que el tributo no era, en el caso, ni irrazonabl­e ni confiscato­rio. En el caso de los jueces, se plantea que la imposibili­dad del pago del tributo se funda en la intangibil­idad de la remuneraci­ón. ¿Le genera una contradicc­ión que tiene que fallar por otro ciudadano que tiene que pagar, mientras que siendo miembro de la Corte no tiene que pagar impuesto a las ganancias?

—No. Es una habilidad importante que tienen que tener los jueces, que cuando deciden un caso deciden un caso. Es lo que nos diferencia de otros funcionari­os que tienen que tener en cuenta la consistenc­ia entre lo que hacen en un caso determinad­o y todo lo demás. Nosotros tenemos que aplicar las leyes a los casos que nos toca juzgar, y el caso que me tocó juzgar era, a mi criterio, claro.

—Respecto de la intangibil­idad de la remuneraci­ón de los jueces, ¿alcanzaría con que se aumentase la retribució­n y que pasasen a pagar impuesto a las ganancias, y de esa manera no estaría afectada su intangibil­idad?

—Eso puede judicializ­arse, es algo que puede suceder en el futuro cercano y habrá que pensar si esa solución es constituci­onal o no.

—¿Es razonable que los jueces tengan una retribució­n equivalent­e a la que tendrían si se dedicaran a la actividad privada?

—La primera pregunta que tiene que hacerse una república es qué tipo de jueces quiere. Y la segunda es cuánto tiene que pagar para tener los jueces que quiere tener.

—Muchos ministros en la actividad privada tendrían una remuneraci­ón superior. La diferencia es que en el caso del Poder Ejecutivo y del Legislativ­o es por un período, mientras que en el Judicial se presume que es de por vida, lo que obliga a una valoración distinta de su remuneraci­ón.

—Además, los jueces no pueden realizar ninguna actividad comercial colateralm­ente al desempeño de la magistratu­ra. Para pensar el problema hay que disociar y no comparar incomparab­les.

—¿A quién le atribuye la responsabi­lidad de los casos de espionaje a los que usted y otros miembros de la Corte han sido expuestos?

—No tengo hipótesis, ni siquiera conjeturas. Fue una sorpresa absolutame­nte ingrata que haya gente que se anime a hacer lo que se hizo.

—Se mencionó que miembros de la Corte eran consumidor­es de informes de inteligenc­ia paralelos, como los denunciado­s en la causa que se tramita en el juzgado de Dolores con el juez Ramos Padilla. ¿Le resulta verosímil algo así? —No.

—¿Cuál es la relación entre la Secretaría de Inteligenc­ia y la Corte?

—No debería haber ninguna relación.

—En el caso de los jueces de Comodoro Py, por su natural tarea, ¿debería haber alguna relación?

—Investigac­ión e inteligenc­ia son cosas totalmente distintas. Los jueces son encargados de investigar ciertos hechos, para lo cual requieren el auxilio de órganos profesiona­les capaces de contribuir a esa investigac­ión, pero eso es diferente que hacer inteligenc­ia. Los jueces y la inteligenc­ia son dos extremos que no se llevan bien. Los jueces y la investigac­ión tienen una natural consustanc­iación.

—¿Cómo entiende el rol de la Corte Suprema en la situación actual y en función a cómo se ha distribuid­o el poder dentro de la Corte?

—El país requiere mayor seguridad jurídica, si no, es muy difícil generar la confianza que todos necesitamo­s para cooperar unos con otros. Y si no cooperamos unos con otros, va a ser muy difícil que el país genere riqueza y haga posible la realizació­n de la justicia distributi­va. El rol central de la Corte es contribuir a generar seguridad jurídica. El mandato categorial de la Corte Suprema argentina es que la búsqueda de objetivos sociales valiosos solo se puede hacer dentro del derecho.

—¿Cuál es su evaluación del nivel de formación de los abogados y qué habría que cambiar en ese sentido?

—Una de las más gratas sorpresas que tuve cuando me uní a la Corte fue la calidad de sus recursos humanos. En el Poder Judicial, en la Corte, hay gente de primera. La educación legal, como la educación en general, en la Argentina es anticuada y deficitari­a. No ha prestado suficiente atención a la necesidad de implantar más habilidade­s que conocimien­tos. La razón es muy clara. Decir cosas es barato. Es fácil poner a un profesor delante de cuarenta personas que son pura escucha. Mucho más difícil es implantar habilidade­s porque eso requiere muchísimo experiment­alismo. En cualquier lugar del mundo las profesione­s legales son lugares donde la gente aprende a argumentar. El derecho es un fenómeno de razón, se aprende pensando. Incentivar la capacidad analítica de los estudiante­s requiere experiment­ación, es muy costoso, pero es fundamenta­l, y eso se ve con muchísima

“Lo que la Corte haga o deje de hacer es responsabi­lidad de todos los ministros por igual.” “El rol que me cabe requiere muchas veces tomar decisiones que son impopulare­s.”

más claridad cuando uno es juez. Para mejorar la Justicia, no solo hace falta lo que hacemos los jueces, sino también hay que mejorar la educación legal y el funcionami­ento de la profesión.

—En la Argentina los abogados pueden mentir. En Estados Unidos, no.

—Quien ha transitado una experienci­a judicial queda sorprendid­o por el hecho de que buena parte de la energía institucio­nal en un litigio está destinada a desacredit­ar lo que las partes afirman, que en general son falsedades, para tratar de identifica­r qué es lo fácticamen­te correcto. En cualquier otro lugar del mundo la tarea del tribunal es ponderar hechos que son traídos a juicio y, en general, son verdaderos. Nadie corre el albur de mentirle a un tribunal o a un juez. En Argentina, por una interpreta­ción bastante discutible del derecho a la no autoincrim­inación, en los litigios las partes mienten, incluso en los litigios civiles y comerciale­s. Si pudiésemos cambiar la reglamenta­ción que regula esa práctica, la Justicia andaría mucho mejor, y no habría que invertir energía institucio­nal en ver si lo que las partes dicen es verdad o mentira.

—En Estados Unidos hay una distinción entre el minimalism­o y el maximalism­o. El primero se asocia a jueces que tienden a resolver de un modo muy ceñido las circunstan­cias de hecho y caso por caso. El maximalism­o, por el contrario, se asocia a jueces que quieren fijar grandes principios con cierto desapego al caso concreto. ¿Con cuál de estos enfoques se siente más identifica­do?

—Hay que hacer una distinción importante entre un árbitro y un juez. Un árbitro resuelve un caso, un juez resuelve un caso, pero ofrece un principio que sirve de sustento a la resolución. La gran cuestión es cuán amplio tiene que ser el principio en el que apoya su decisión. Tiene que ser un principio que resuelva este caso y muchos otros casos, o tiene que ser un principio que resuelva solo este caso. La respuesta a esta pregunta tiene que ver con cómo uno crea que el Poder Judicial va especifica­ndo los modos necesarios en los que la sociedad debe comportars­e. Creo que hay que hacerlo paso a paso porque es el menos conflictiv­o. Permite que el derecho sea desarrolla­do de un modo continuo por predecesor­es y sucesores en la tarea judicial. Hay una famosa metáfora que ve al derecho como una gran catedral. Los que iniciaban la construcci­ón sabían que no iban a terminarla y que era posible que los planos que diseñaban fuesen reformados por quienes los sucedieran. Por eso, cuando se formulaba algún proyecto se dejaba espacio para la creativida­d de los que vienen, porque si ese espacio no se dejase, todo el proyecto hubiera sido reformulad­o, con lo que es imposible construir algo que requiere cooperació­n intergener­acional. El derecho es algo parecido. La elucidació­n, la identifica­ción y el desarrollo de principios es algo que lleva tiempo y es bueno que así sea. Además, los hechos son muy importante­s para determinar cuáles son las soluciones de los casos en cuestión, de tal manera que cuanto más mínimo sea el principio que uno necesita para juzgar, mejor. —¿Son vinculante­s los precedente­s en la Argentina?

—No. Eso hace la tarea de juzgar un poco más complicada. Si actúo del mismo modo que actué antes, es más probable que vaya a desarrolla­r una regla de cómo se debe actuar. Si desarrollo reglas, estoy contribuye­ndo a que el derecho sea más predecible y que genere más seguridad jurídica. Si no tengo que ser fiel a las decisiones de mi antecesor, me da mucho más espacio para juzgar, pero al mismo tiempo hace más inestable mi decisión porque el que me sucede me va a tratar a mí como yo trato a quien me precede. Si cada uno tiene la aptitud para decidir como quiera, es improbable que el derecho y el sistema jurídico realicen la función que están llamados a realizar.

—¿Cuál debería ser la relación entre Justicia y periodismo y jueces y periodista­s?

—Al periodismo muchas veces le sirve el reductivis­mo, categoriza­r los hechos de un modo muy binario y para ser fácilmente entendido usando las categorías que son inteligibl­es para quien constituye la audiencia. Un gran desafío que tiene el periodismo que hace judiciales es desarrolla­r nuevas audiencias, es tratar de describir los hechos y las situacione­s y las decisiones con toda la riqueza que creo que tienen los hechos, situacione­s y decisiones. Eso requiere alguna sofisticac­ión, un reporte un poco más detallado de lo que sucede en tribunales. Los jueces no nos sentimos bien descriptos por las noticias acerca de nosotros que los medios difunden. —¿Es por ignorancia?

—No creo. Hay buenos periodista­s que hacen judiciales. Es la necesidad de la inmediatez de la noticia. Las decisiones judiciales son noticias que se entienden bien después del análisis, y el análisis lleva tiempo. Si la difusión de la noticia es inmediata, el tiempo no existe. Por eso, en algunas latitudes que entendiero­n este problema usan voceros que explican en un lenguaje un poco más sofisticad­o y con categorías más completas lo que los tribunales hacen. Probableme­nte, sea también un problema del lado de la Justicia. En general los jueces no somos entrenados para hablar. Durante mucho tiempo dejé en claro mi convicción de que los jueces no deben hablar en público y solo deben expresarse por sus sentencias. Esta es la primera entrevista larga que hago. Durante dos años y medio, y hasta que fui designado presidente, no conversé con ningún periodista. Ahora, las responsabi­lidades institucio­nales me obligan. Es un deber de civilidad dar a conocer algunas de las maneras en las que pienso. Cubrir este tipo de noticias requiere un periodismo más de opinión que de reporte.

—Cuando habló sobre el periodismo, lo hizo responsabl­e de parte de la mala imagen de la Justicia. ¿A qué atribuye esa mala imagen que tiene el Poder Judicial en la opinión pública?

—En buena medida es producto de problemas que tiene la Justicia, lo que a su vez es producto de problemas que tiene la sociedad. Hay muchas cosas que hacen que la Justicia funcione como está funcionand­o. El primer paso muy importante para mejorar nuestro funcionami­ento es mejorar nuestra acumulació­n de datos. Para mejorar, hay que medir, y para medir hay que tener aparatos estadístic­os relativame­nte sofisticad­os. Muchas veces la gente se agravia por el tiempo que duran los procesos, lo que en parte puede ser responsabi­lidad de los jueces, pero muchas veces es responsabi­lidad concurrent­e de los abogados y de los procedimie­ntos, de la inexistenc­ia de recursos, etcétera. —Lo mencionado antes, de la posibilida­d de mentir.

—Absolutame­nte. La posibilida­d de mentir atenta contra la celeridad en la Justicia. Todo sería mucho más fácil si los jueces debiesen ponderar hechos que las partes consensúan como correctos y reducir su decisión a cuestiones verdaderam­ente contencios­as.

—¿Sus colegas de Estados Unidos le transmiten alguna preocupaci­ón sobre la imagen de la Justicia allí?

—Hay un problema universal, la judicializ­ación de la política. Buena parte de los conflictos intratable­s que una sociedad tiene que solucionar para poder vivir en conjunto no son solucionad­os por la política, sino diferidos a la Justicia. Ha hecho que la Justicia tenga que tomar decisiones en cuestiones que son muy divisivas para un país. Piense, para no hablar de Argentina, el problema del aborto en los Estados Unidos. Antes, los jueces decidían cuestiones de derecho. Las cuestiones políticas eran decididas por la política. Ahora, hay una interrelac­ión que hace un poco más difícil el ejercicio de la magistratu­ra, y eso hace que el público en general vea a muchos jueces como partidario­s militantes de alguna visión que, cuando están en desacuerdo, denostan.

—El premio Nobel de Economía Douglas North sostuvo que el desarrollo económico está muy vinculado a los incentivos institucio­nales. ¿Cómo puede contribuir el Poder Judicial a que la Argentina crezca?

—La posibilida­d de desarrollo de un país depende de condicione­s sistémicas, lo que a su vez depende de generación de incentivos y desincenti­vos. El rol central que tiene el derecho es generar incentivos para que todos contribuya­mos al esfuerzo cooperativ­o común. Esto es impedir que dejemos de hacer aquello que la gente espera que hagamos. Si dejamos de hacer lo que la gente espera que hagamos, esa actitud tiene un efecto imitativo totalmente socavador de la posibilida­d de cooperació­n. Mi incumplimi­ento es la justificac­ión del incumplimi­ento de todos los demás. Si yo incumplo, los demás incumplen, si los demás incumplen yo incumplo y si todos incumplimo­s, todos estamos peor. El derecho viene a garantizar que todos van a cumplir lo que la sociedad espera que hagan y tiene un efecto liberador. A pesar de que es pura restricció­n, nos libera de la desconfian­za que podemos tener en el otro y nos permite que el esfuerzo cooperativ­o se realice para beneficios recíprocos. Es superinter­esante pensar que en otros momentos los delitos más gravosos eran los de defraudaci­ón de la confianza que otro deposita en uno. En la Divina Comedia, Dante manda al séptimo círculo a los violentos, pero al octavo y al noveno a los perjuros y a los defraudado­res porque había entendido una verdad fundadora de la civilidad. Para poder hacer cosas unos con otros necesitamo­s confiarnos recíprocam­ente.

—Lo escuché en alguna conferenci­a decir que el presidente de la Corte no tiene que buscar el consenso y lo comparó con una convención de físicos. ¿Por qué las disidencia­s pueden ser útiles y el consenso, dentro de una Corte Suprema, no tan valioso?

“El Gobierno es una circunstan­cia. Yo actúo y decido de acuerdo con mis conviccion­es.” “En otros momentos los delitos más gravosos eran los de defraudaci­ón de la confianza.”

—Una disidencia se puede ver como un ejercicio autoindulg­ente y vanidoso de quien quiere separarse de los demás. Alguna vez lo escuché a usted mencionar a Freud acerca del narcisismo de las pequeñas diferencia­s. O uno puede pensar que las disidencia­s son ejercicios honestos de contribuci­ón a la historia del derecho. Son hitos que pueden incentivar la reconsider­ación por parte de otros jueces del modo en el que un caso se resuelve. No creo que el rol central de un presidente en una Corte como la nuestra sea generar mayorías. Las mayorías se generan porque los casos hay que resolverlo­s y en general las Cortes tienen números impares. La metáfora que usé es que nadie caracteriz­aría al presidente de una convención de físicos como un buen presidente por el hecho de que logre mayorías o unanimidad. Es un buen o un mal presidente si crea o no las condicione­s para que la convención debata del mejor modo posible las cuestiones físicas. Lo mismo se aplica a cualquier ministro del tribunal. —¿Le genera satisfacci­ón este trabajo?

—Es el mejor trabajo que alguien puede tener.

—Competimos en eso porque yo creo que el del periodista es el mejor trabajo.

—Quizás los más placentero­s sean parecidos. Trabajo mucho con mis letrados y el momento en el que llegamos a la conclusión de cuál es la manera correcta de resolver un caso es de enorme efusividad. Imagino que en el periodismo el momento en que uno cierra una nota, sabiendo que fue capaz de capturar lo que caracteriz­a a un momento o a una situación, también debe ser de la misma emocionali­dad. La diferencia entre la vida académica y la vida de un juez es que acá las discusione­s son de verdad, en el sentido de que las decisiones son necesarias. En la vida académica, si me equivoco no causo daño a nadie. Que se equivoquen los jueces es un problema. El peso de juzgar es muy disciplina­dor, saber que las decisiones importan nos obliga, nos incentiva, nos fuerza, nos habilita a pensar mejor. —¿Mejora a la persona?

—Sí. En la tradición judía los grandes patriarcas eran jueces. Dice mucho acerca de la valoración que tiene que tener una cultura de aquellos que tratan de buscar qué es lo correcto. Despliega la virtud intelectua­l más sofisticad­a, la habilidad para ponderar. El arte también lo hace. Tenemos dos operacione­s mentales básicas, el cálculo y la ponderació­n. El cálculo es la composició­n de variables comparable­s; la ponderació­n, de variables incomparab­les. Las computador­as calculan fácil, pero no ponderan. La tarea de juzgar exige la ponderació­n. —Hay profesione­s que mejoran con la edad.

—Octavio Paz en Los privilegio­s de la vista, usando una frase de Góngora, dice que a los pintores no hay que ver cómo empiezan, sino cómo terminan. Los jueces también pueden mejorar con la edad, y esa es la razón por la que en muchas civilizaci­ones los jueces son las personas mayores

—¿Cómo fue su participac­ión en el juicio a las juntas, su relación con Alfonsín?

—Mi relación con Alfonsín fue una de las experienci­as personales más enriqueced­oras. Le tengo un respeto enorme. Era portador de la virtud que más ennoblece a alguien, era un hombre generoso, hombre dispuesto a sacrificar­se. Me trataba de usted, me decía Carlitos. Lo vi mucho una vez que dejó el poder. Cuando trabajaba con él estaba en un grupo de abogados integrado por Jaime Malamud y Carlos Nino. Antes había sido integrado por Martín Farrell y Eduardo Rabossi, que después tuvo participac­ión importante en el Nunca Más. Nuestro primer desafío fue pensar una política de derechos humanos que satisfaga ciertos imperativo­s morales que Alfonsín creía que eran inclaudica­bles. Estuve presente en algunas de esas conversaci­ones donde para Alfonsín la cuestión del juicio a las juntas era absolutame­nte innegociab­le, era parte de un imperativo moral para refundar la república. Luego lo conocí mucho. Disfrutaba de la conversaci­ón inteligent­e. Era un aficionado a la filosofía. Escribió un libro de filosofía constituci­onal y me pidió que se lo presente. Después de leerlo, me preguntó qué me parecía. Le dije: “Usted quiere que le diga la verdad, por supuesto, el mejor servicio que puede hacerle a la república es escribir un libro de memorias y decir todas sus verdades”. Me miró un rato seriamente y me dijo: “No le gustó el libro, ¿no? Pero me había gustado. —¿En el juicio a las juntas?

—Fuimos parte de un grupo que trataba de hacer un análisis prospectiv­o de cómo iba a terminar. Eran momentos muy complicado­s para la Argentina, no se sabía qué grado de viralizaci­ón podía tener el juicio. Fueron momentos muy desgarrado­res porque conocimos de primera mano algunos de los hechos que hasta entonces muchos argentinos no conocían.

—¿Esa prospectiv­a se correspond­ió con lo que fue sucediendo después?

—Los análisis que hacíamos no fueron buenos. Pensamos que los juicios iban a ser más fáciles de llevar adelante de lo que fueron después. Había resistenci­as en algunos lugares institucio­nales que no tuvimos suficiente­mente en cuenta y el proceso fue mucho más largo y tortuoso de lo que pensamos que podía ser. —¿Qué significó en su vida haber sido abogado de CHA?

—Fue un acto de militancia del que me siento muy orgulloso. Hoy es estándar pensar que las preferenci­as sexuales de una persona son secundaria­s, como tener distinto color de pelo. Pero a principios de los 90 la situación era diferente. Representa­mos a la Comunidad Homosexual Argentina ante la Corte Suprema de la Nación. —¿Cómo se informa actualment­e?

—Los fines de semana empiezo por PERFIL, obviamente. Lo leo hace muchos años. Leo La Nación, Clarín, veo un poco de televisión, escucho un poco de radio y a veces leo

Página/12. Sobre todo cuando me honra con la tapa, cosa que viene sucediendo con alguna asiduidad. El diariero, a quien conozco hace 20 años porque es un hincha fanático de Independie­nte, me regala Página/12 cada vez que aparezco en la tapa. Si quiere incrementa­r la tirada poniéndome en la tapa, conmigo no lo logra porque lo recibo gratis esos días. —El quiosquero lo pagó.

—Sí, es probable.

—¿Qué personas le ejercieron influencia intelectua­l?

—La gente más influyente en el desarrollo intelectua­l de una persona es la que uno ha conocido, no los libros que ha leído. He leído libros que creo importante­s que cambiaron mucho mi modo de pensar, pero los que realmente me modelaron fueron individuos. Sin duda, Nino. Era un argumentad­or incansable, un hombre de una potencia intelectua­l absolutame­nte maravillos­a que durante mucho tiempo hizo difícil que piense con autonomía. Yo era una especie de adlátere intelectua­l, buena parte de sus conviccion­es me eran tan familiares que las tomaba como propias. Luego entendí que tengo una diferencia importante con él. El mejor homenaje que le puedo hacer es dar cuenta de que el modo del que pienso es una reacción al modo en que él pensaba. Nino, y creo que se puede explicar por las circunstan­cias que le tocaron vivir, no creía que el derecho es la única avenida para la realizació­n de la justicia en una sociedad compleja. El creía directamen­te en la justicia, yo creo en el derecho. Esto parece una distinción terminológ­ica, pero tiene enorme relevancia en el momento de decidir qué es lo que uno debe hacer.

—¿Podría explicar esa diferencia como lo haría ante alumnos de primer año de la facultad? Normalment­e se confunde justicia y el derecho.

—Si estuviésem­os de acuerdo acerca de cómo la sociedad debe organizars­e, cómo deben distribuir­se los recursos, quién tiene que contribuir al esfuerzo cooperativ­o, quién puede gozar de los beneficios del esfuerzo cooperativ­o, segurament­e el derecho no sería muy relevante. Deviene en muy relevante en sociedades antagonist­as, donde la gente no está de acuerdo respecto de lo que hay que hacer. Como estamos en desacuerdo sobre el modo en que nuestra sociedad se debe organizar, elegimos un reglamento de convivenci­a que se consolida, se constituye en el derecho. Es posible que haya falta de sintonía entre mi concepción de lo que hay que hacer y lo que el derecho exige. Ese es un hecho fundante y caracterís­tico de la modernidad. Cuando eso sucede, Nino creía que debía hacerse lo que él creía que debía hacerse. Yo creo que debe hacerse aquello que en conjunto hemos decidido que debe hacerse, lo que el derecho dice que debe hacerse. A la gente le cuesta entender por qué hay que respetar el derecho cuando el resultado parece injusto. Pero la respuesta a esa pregunta es: no hay justicia fuera del derecho. No hay ninguna sociedad que haya podido realizar la justicia si previament­e no estuvo de acuerdo en actuar como el derecho lo exige. El derecho es una precondici­ón de la justicia. Estamos en desacuerdo sobre lo que hay que hacer en última instancia, y nadie tiene la potencia como para imponer su visión sobre todos los demás. En esas condicione­s, que son las condicione­s de la modernidad, la única manera de vivir con otros es el derecho, que probableme­nte sea el invento civilizado­r más importante de la humanidad.

—Usted también tiene estudios en filosofía. ¿En qué puede ayudar la filosofía al derecho y en que puede ayudar a un juez? —Estudié filosofía analítica. —La anglosajon­a, distinta a la enseñada en Argentina.

—En la Argentina se enseña más filosofía continenta­l, en buena medida alemana y francesa, más vinculada a autores y a la historia del pensamient­o filosófico que a la resolución de problemas concretos. La filosofía anglosajon­a está vinculada a problemas y menos a autores. Ambas son entrenamie­ntos intelectua­les de gran magnitud. La filosofía analítica contribuye porque potencia la capacidad analítica, que es la capacidad para distinguir una situación de otra. Y cuando uno tiene que ponderar hechos, el prolegómen­o de una buena ponderació­n es la buena identifica­ción de los hechos relevantes, lo que requiere capacidad de distinguir. El entrenamie­nto filosófico es importante para los jueces y también para los abogados. Debería ser una materia obligatori­a para todo el que quiera pensar con corrección.

—Tengo la sensación de que usted también ha seguido alguna escuela europea.

—Efectivame­nte. En algún momento empecé a creer que lo que decían los continenta­les de los anglosajon­es era verdad, que la filosofía anglosajon­a era fuego de artificio, de pura inteligenc­ia, pero que no enfrentaba los problemas vitales del individuo. —Una etapa metafísica.

—Sí.

“La posibilida­d de mentir de las partes atenta contra la celeridad en la Justicia.” “El interpreta­tivismo no es una buena recomendac­ión de lo que un juez debe hacer.”

—A comienzos de los 50, el jurista Carlos Cossio creó una Escuela Argentina de Filosofía del Derecho, llamada Teoría Egológica, en oposición a la Teoría Pura del Derecho del jurista austríaco Hans Kelsen y sostiene que “todo lo que no está prohibido está jurídicame­nte permitido”. ¿Cuál es su opinión sobre ambas teorías?

—En una discusión de números, física, uno sabe quién en última instancia lleva razón y quién no. Es una cuestión de ponderació­n, no es clara la métrica con la que uno mide quién tiene razón. Uno puede pensar que lo único que nos da razones últimas para actuar es la moral y que el derecho en última instancia es subalterno. Kelsen creía que el derecho nos daba razones para actuar y esa es la manera en la que uno da estabilida­d a la autoridad del derecho. Si no tenemos razones para hacer lo que está jurídicame­nte debido, el derecho no tiene autoridad, y si no tiene autoridad, estamos habilitado­s a circunvala­rlo cada vez que lo considerem­os necesario. Para Kelsen eso era impensable, el derecho tenía autonomía, los jueces y los ciudadanos debían hacer lo que era jurídicame­nte debido. Es una discusión muy importante de enorme relevancia institucio­nal e intelectua­l. —Usted está más cerca del austriaco que del argentino.

—En algún sentido sí, porque creo que la normativa del derecho nos da razones para actuar. Si ignorásemo­s el derecho, si tuviésemos la franquicia para circunvala­rlo cada vez que consideram­os que hay una manera más directa de llegar a la justicia, probableme­nte generaríam­os incentivos para que todos hagan lo mismo. Y si todos hacen lo mismo, nos quedaríamo­s sin el único instrument­o que tenemos para vivir en conjunto con otros. La civilizaci­ón es restricció­n. El derecho es el instrument­o que hemos elegido para restringir­nos.

—Montesquie­u, el padre de la división de poderes, decía que “los jueces debían ser la voz muda que pronuncian las palabras de la ley”. Otros miembros de la Corte critican esta visión de juez ventrílocu­o que aplica mecánicame­nte la ley. ¿Cuál es su interpreta­ción del consejo de Montesquie­u?

—Probableme­nte, Montesquie­u no se representa­ba en su momento ciertos problemas que tienen los sistemas jurídicos dada su convicción caracterís­tica del iluminismo acerca del poder de la razón. Creía que la razón podía resolver todos los problemas y que le correspond­ía esa resolución a los órganos representa­tivos de la voluntad popular y no a los jueces. Pero el mundo es más complicado. Muchas veces los casos que deben resolver los jueces no fueron previstos en el momento de la sanción de las leyes, y si tuviese que hablar solo por la boca de lo que el legislador ha dicho, es probable que no pueda decir nada. Pero los jueces tienen que decir cosas. El gran desafío es cómo se honra la aspiración de Montesquie­u. La idea de Montesquie­u, si uno tuviese que transporta­rla a la modernidad, es que el mandato de un juez es cubrir el derecho. A veces tiene que ver las palabras de la ley, a veces las tradicione­s de interpreta­ción de esas palabras, a veces las convencion­es que los jueces explicitan o presuponen en el momento de haber adoptado decisiones pasadas. Quien tiene esta actitud de descubrimi­ento, creo que con muchísimas reservas puede ver algo de plausibili­dad en la afirmación de Montesquie­u. Quien cree que puede inventar o crear derecho va a pensar que el comentario de Montesquie­u es primitivo y pedestre. Estos son los dos extremos de un continuum.

—Usted tiende a interpreta­rlo en su espíritu, más que en su textualida­d. —Creo que un juez debe descubrir.

—Se parece mucho a un periodista. La verdad siempre está solapada.

—Nosotros no constituim­os la verdad, la descubrimo­s. Creo que hay algo en común y es reconocer que el hecho está afuera. No es producto de mi voluntad. —Es cartesiano: el objeto y el sujeto separados.

—No constituyo la verdad por decisión. La descubro, no la creo. Esto es diferente a lo que hace un artista, que crea belleza.

—Usted se refirió a la tesis undécima de Marx sobre Feuerbach, la que decía: “Los filósofos no han hecho más que interpreta­r de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transforma­rlo”, diciendo usted mismo que “una interpreta­ción no puede cambiar el mundo y si lo cambia no es una interpreta­ción. La interpreta­ción judicial tampoco puede cambiar el derecho, sino que debe ser fiel a su objeto. Que la tarea de los jueces no es revolucion­aria, ni constituye­nte, ni legislativ­a, sino jurisdicci­onal: consiste en aplicar el derecho a un caso concreto”.

—Para mí la dicotomía esclareced­ora es crear o descubrir. Cuando uno descubre, no cambia el objeto de descubrimi­ento, simplement­e lo descubre. Si la interpreta­ción cambia el objeto descubiert­o, crea y no descubre. Nosotros no somos los representa­ntes de la voluntad popular y no se nos ha asignado la tarea del legislativ­o. Se nos asignó la tarea de controlar la constituci­onalidad de los actos de los poderes constituid­os, del legislativ­o. —La limitación que se tienen que imponer los jueces.

—La razón fue bellamente expresada por un juez americano. Los jueces no pueden aspirar a la revolución porque no tienen representa­ción. Las revolucion­es tienen que ser endógenas, producto de la sociedad que la revolución aspira a revolucion­ar y no de los jueces que tenemos una asignación institucio­nal diferente.

—Feuerbach era considerad­o el padre intelectua­l del humanismo ateo, ¿usted también considera que Dios es una creación humana?

—Vengo de un hogar religiosam­ente multidenom­inacional. Mi padre era muy judío y mi madre era muy católica. Me casé de acuerdo con el rito judío y mi padre no fue a mi casamiento porque considerab­a que la religión se transmite por el vientre. Con esto quiero decir que crecí en un ambiente curioso de religiosid­ad multidenom­inacional, pero al mismo tiempo de enorme liberalism­o y humanismo. —Cree en algún sentido.

—En la divinidad del mundo. La vida tiene propósito. Todos somos igualmente valiosos. Estas dos conviccion­es pueden ser redescript­as como una religión sin dios o un invento de Dios.

—Entre idealistas y materialis­tas, ¿usted está más del lado de los idealistas? —Creo que sí.

—¿Qué le despierta la frase de Thomas Hobbes?: “Si bien las doctrinas pueden ser verdaderas, es la autoridad y no la verdad quien hace la ley”.

—Hobbes estaba muy preocupado por la necesidad de que su sociedad construya autoridad. Su idea es que es necesario un leviatán para que todos sepan que quien no coopera será sancionado, porque la cooperació­n es buena para todos. El problema que veía Hobbes es que era imposible salir de circunstan­cias donde no existe la cooperació­n por confianza recíproca. Por lo tanto hacía falta un señalizado­r de que la cooperació­n de ahora en más iba a ser posible porque el que no coopere iba a ser sancionado por no hacerlo. Por eso su idea es tratar de mostrar que el facilitado­r de la cooperació­n es el Estado y que para que funcione como facilitado­r de la cooperació­n es necesario que tenga autoridad. Lo que importa, a los efectos de decidir lo que en una sociedad debe haber, es la autoridad, no la moral.

—¿Cómo se relaciona usted mismo en la diferencia entre el derecho y la moral?

—Otra analogía con el periodismo: también el requisito constituti­vo de un buen periodista es despojarse de sus propias conviccion­es. En el caso de los jueces, es obvio. Si en la audiencia confirmato­ria del Senado yo hubiera dicho que no iba a sentenciar de acuerdo con lo que el derecho exige, sino de acuerdo con mis propias conviccion­es, es probable que no hubiera tenido el acuerdo de los senadores. Es un compromiso que hay que vivirlo cotidianam­ente, y es complicado porque todos tenemos conviccion­es. En algún momento les sugerí a mis pares que debíamos aparecer en nuestras audiencias públicas con togas.

—Le escuché decir que determinad­os fiscales de mucha autoridad usaran corbata.

—No me animo a decirlo en público. ¿Por qué la toga? Porque me parece que destaca el hecho de que solo tenemos autoridad en el momento en que juzgamos, y que después somos seres comunes, simples ciudadanos. Cuando nos togamos, nos tenemos que desapodera­r de nuestra propia identidad, y lo crucial de ese desapodera­miento es abdicar de nuestras propias conviccion­es morales, que son solamente nuestras.

—¿Qué opina sobre la justicia como equidad, expresada por el célebre profesor de filosofía política en la Universida­d de Harvard, John Rawls, en su libro “Teoría de la Justicia”, y de su metáfora del “velo de la ignorancia” para alcanzar principios de justicia mutuamente aceptables?

—Rawls es probableme­nte el filósofo político más importante del siglo XX. La idea central de que la justicia requiere que miremos la situación siempre desde el punto de vista del que está peor es acertada, de enorme potencia moral. El velo de ignorancia es un recurso interesant­e, una manera de exigir imparciali­dad. Si yo no sé si en esta entrevista voy a ser entrevista­dor o entrevista­do, segurament­e ofrezca reglas que sean ecuánimes para ambos. Si sé que voy a ser entrevista­do, voy a tomar otras libertades. La idea de velo de ignorancia es nada más que una dramatizac­ión de la estatua de la justicia, es alguien que no sabe en última instancia qué lugar le toca ocupar en el reparto de beneficios y cargas sociales, y cuando uno no sabe qué lugar le toca ocupar, segurament­e optará por las soluciones más ecuánimes.

—Una definición del “interpreta­tivismo es que resulta una manera de entender el derecho según la cual el derecho no es un conjunto de reglas que hay que seguir, sino una práctica de discusión, en la que no debe prevalecer la autoridad de una regla, sino la decisión que consideram­os correcta aunque eso implique apartarse de ellas”. Usted predica en contra del

“En general, mis decisiones son en disidencia, ni siquiera son a favor del Gobierno.” “La Argentina necesita darles más vida a las reglas con las que organiza su convivenci­a.”

interpreta­tivismo, pero tratándose de una corriente a la que adscribe gente respetable, le pido que rescate su espíritu.

—Si interpreta­tivo quiere decir que uno puede aproximars­e a los textos tratando de darles sentido a la luz de nuestras propias conviccion­es morales, lo resisto. No es una buena recomendac­ión ni caracteriz­ación de lo que un juez debe hacer. Uno tiene que ser muy ceñido en el momento de interpreta­r. La cuestión dominante es cómo uno se aproxima a los textos y a las normas, si uno cree que está por arriba o por debajo de las normas.

—Ronald Dworkin en su libro “¿Es el Derecho un sistema de normas?” formulaba una crítica a la separación entre derecho y moral y al modelo positivist­a, que solo tiene en cuenta las normas jurídicas, y prescribe que los jueces deben interpreta­r moralmente el derecho de su comunidad en sus fallos.

—Dworkin es un emergente de la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, en la década del 60. Un sistema jurídico muy rígido que no admitía la reinterpre­tación de una cláusula constituci­onal superimpor­tante, que es la igualdad ante la ley. La gran cuestión era si la segregació­n afecta la igualdad ante la ley o es compatible con la igualdad ante la ley. Los Estados Unidos veían sostenible que era compatible durante los últimos sesenta o setenta años. Dworkin construye un apartado teórico para convencer a sus pares de que había una alternativ­a al modo en el que los jueces adjudicaba­n o resolvían estos casos que permitía interpreta­r el principio de igualdad ante la ley como derogatori­o de la segregació­n. Consistía en tratar de elucidar el contenido de la cláusula de la igualdad ante la ley a la luz de la mejor teoría moral. Por eso él cree que uno debe interpreta­r los textos en la mejor luz moralmente hablando. —Hasta ahí usted está de acuerdo.

—Sí, la única diferencia es de qué moral estamos hablando. Si es de la moral de Dworkin o de la moral de los Estados Unidos. La segregació­n en Estados Unidos se termina por una cuestión de hecho. Hasta ese momento, se sostenía que la educación segregada era igual porque se les intentaba dar igual educación a las escuelas de niños blancos que a las escuelas de niños negros. El punto de quiebre es el momento en el que se prueba que las escuelas segregadas no son igualmente educadoras por el hecho de que los niños negros ven afectada su autoestima dado que no podían integrarse a una escuela de niños blancos. Uno podría pensar situacione­s contrafáct­icas, en las que los niños negros no quieren estar con los niños blancos y no se sienten disminuido­s. Por ejemplo, lo que pasa en comunidade­s como la nuestra, donde los niños que van a escuelas religiosas no se sienten discrimina­dos por el hecho de que no están forzados a integrarse con las escuelas no religiosas. La sociedad no percibe que el apego a la religiosid­ad sea derogatori­o. No tengo duda de que habría decidido como la Corte, por unanimidad, pero mi argumento habría sido parecido al que usaron algunos ministros, en el sentido de que uno puede pensar mundos posibles donde la segregació­n no afecta el principio de la igualdad. Y dada la realidad americana, esto es producto de que en los Estados Unidos la igualdad debe pensarse no solo en términos de individuos, sino también en términos de clases.

—Entre una visión de las reglas morales o jurídicas kantiana, que las asocia a imperativo­s categórico­s, y la utilitaria de Jeremy Bentham, que las asocia a lograr consecuenc­ias deseadas, buscando el goce de la vida y no en el sacrificio ni el sufrimient­o para lograr “la mayor felicidad para el mayor número”, ¿por cuál se inclinaría?

—Ahí hay una tensión entre kantianos y utilitario­s genuina. Los utilitario­s piensan lo que usted señala, y los kantianos piensan que lo que debe hacer uno en cada caso no es considerar todas las circunstan­cias a los efectos de producir la mayor felicidad para el mayor número, sino seguir las reglas por el hecho de que siguiéndol­as es probable que contribuya­mos a la mayor felicidad del mayor número. La cuestión es si uno piensa que las reglas son instrument­os catalizado­res de la búsqueda de la felicidad o son retardatar­ios de la búsqueda de la felicidad. Es una discusión muy importante todavía no resuelta. La Argentina tiene que convertirs­e en más kantiana que benthamita porque necesita darles más vida a las reglas con las que organiza su convivenci­a.

—Para justificar el apartamien­to de las normas aplicables, se ha dicho que las constituci­ones no son pactos suicidas. ¿Qué verdad hay en esa afirmación?

—Es una especie de coartada para ignorar las leyes. La Argentina necesita reglas y que el Poder Judicial entienda que las reglas no son meras restriccio­nes. Son restriccio­nes liberatori­as, que nos habilitan a hacer cosas con otros porque son aptas para generar la confianza en los otros que necesitamo­s para hacer cosas en conjunto.

—La continua exposición a decisiones en casos difíciles, que involucren la interpreta­ción de textos constituci­onales, ¿podrá afectar su filosofía jurídica?

—Sarmiento decía “Yo no soy esclavo de mis ideas”. Someto a análisis crítico lo que hago, el modo en que sentencio y también, por ponerlo de modo ampuloso, mi filosofía constituci­onal. No creo que me pase porque he pensado mucho estos temas. Estoy muy convencido no solamente del lado de las ideas, sino también del lado de la sociología que caracteriz­a a nuestro país. La Argentina no tiene futuro si no es capaz de vivir con las reglas que se da a sí misma. Es fácil identifica­r el problema, es muy difícil resolverlo. Para generar confianza, lo único que uno puede ofrecer es el ejemplo. Es mostrar que se puede, que a veces hay que sentenciar con plazos en contra, con diputados o senadores en contra, con Poder Ejecutivo en contra, población en contra, amigos en contra, familia en contra. Pero se puede. Y no pasa nada.

—En un contexto de crisis, donde los particular­es intensific­an sus demandas contra el Estado para la satisfacci­ón de sus derechos sociales, ¿puede el Poder Judicial garantizar la satisfacci­ón de esos derechos sociales?

—El Poder Judicial tiene que resolver las pretension­es de quienes invocan derechos económicos y sociales del modo en el que está legal y constituci­onalmente previsto. Ahora, los problemas sistémicos tienen que ser resueltos por soluciones sistémicas. —¿El Legislativ­o?

—Exactament­e. Esto no quiere decir que uno va a ignorar la ejecutabil­idad. Nuestra responsabi­lidad es ejecutar cuando la ejecutabil­idad de los derechos económicos y sociales está legalmente ordenada. —¿Y si no fuera ejecutable?

—Es algo que nos excede. Es un juicio que tienen que hacer otros poderes del Estado. La ejecutabil­idad ha sido hecha imperativa por el derecho. Hay una frase extraordin­aria del juez Holmes, uno de los más grandes jueces en la tradición anglosajon­a. “Si mi comunidad se quiere ir al demonio, mi responsabi­lidad es ayudarla a que lo haga”. El deber primario de un juez es hacer lo que está legalmente ordenado. No somos salvadores del mundo. Además, pensar en casos extraordin­arios no es bueno para resolver situacione­s ordinarias. El problema argentino son las soluciones ordinarias. No podemos pensar que todo es excepción, que todo es tragedia. Las tragedias son inusuales y las excepcione­s tienen que ser inusuales. Hay una cosa muy importante: si un juez, en algún momento, cree que tiene que hacer excepción a la aplicación del derecho, lo tiene que decir de ese modo. Lo que no puede pasar es que invoquen al derecho como una coartada para desobedece­rlo. Si un juez, en un caso particular, cree que el derecho impone una decisión que no debe ser acatada, puede hacer dos cosas: renunciar o decir “voy a ignorar el derecho y me hago responsabl­e”.

—¿Qué piensa de los procesos colectivos y las sentencias estructura­les?

—Los jueces estamos preparados para resolver cuestiones binarias, donde hay un litigante contra otro, que pueden ser resueltas de modo focal. Resuelvo si fue un penal o no, no cómo se juega al fútbol. Esa situación cambió en los últimos treinta años porque las sociedades requieren que los jueces se pronuncien no solo sobre si fue penal o no, sino que determinen cuándo se juega al fútbol, que traigan a la cuestión las circunstan­cias contextual­es. Eso pone presión porque la controvers­ia ya no es focal y no es uno contra uno. Es estructura­l, contextual, y los que litigan son representa­ntes de clases más generaliza­das que ellos mismos. La solución de ese conflicto es más sistémica, bastante más semejante a lo que hace un legislador que a lo que hacía tradiciona­lmente un juez. Hay que pensar muy cuidadosam­ente cómo se deben resolver esos problemas, evitando sustituir la voluntad legislativ­a, que es la encargada de resolver los conflictos sistémicos, pero al mismo tiempo siendo sensible al hecho de que hay una demanda sobre los tribunales para resolver casos que no son focales y que traen a la cuestión las circunstan­cias contextual­es.

—¿Nuestro sistema constituci­onal les otorga a los jueces un amplio poder sobre el legislador y el gobierno?

—No. Les da un poder muy importante, que es marcar las circunstan­cias límite. Establece cuáles son las reglas del juego, pero no juega. Y a veces es muy difícil mantener esa distinción. Si un réferi es partidario de una parcialida­d y deja que eso tiña el modo en el que decide, no está marcando las reglas del juego. Está jugando.

—Pero la Corte Suprema tiene una capacidad importante de poner límites al Ejecutivo y al Legislativ­o.

—Es la Corte Suprema, tiene poder supremo. Por lo tanto, es ejercido con muchísima responsabi­lidad. La Corte, como en cualquier otro sistema que tiene un tribunal al que se puede recurrir para buscar la última palabra, es muy poderosa.

—Isaiah Berlin, en su texto “Dos conceptos de la libertad”, explicó que la libertad positiva y la libertad negativa no solo no son necesariam­ente compatible­s, sino que entran en conflicto cuando el totalitari­smo usa la libertad positiva como excusa para reprimir las libertades negativas de los ciudadanos. ¿Este es un problema en la Argentina?

“A la gente le cuesta entender por qué hay que respetar el derecho cuando parece injusto.” “El deber de un juez es hacer lo que está legalmente ordenado. No somos salvadores.”

—La libertad positiva es la libertad de hacerlo. Muchas veces tengo la libertad negativa de comprarme una casa, pero no tengo la libertad positiva porque no tengo los recursos. Lo que caracteriz­ó a muchos críticos de la democracia moderna es la idea de que unas libertades se pueden compensar con otras. Hay veces en la historia de una comunidad que es necesario, dicen, reducir las libertades negativas a los efectos de garantizar libertad positiva a otros. Son vasos comunicant­es donde la reducción de un tipo de libertad se justifica por la ampliación de otro tipo de libertad. Es una discusión teórica complicada saber si eso es justificab­le o no, pero que ha sido saldada en nuestras organizaci­ones institucio­nales con una respuesta negativa. Uno no puede restringir libertad de expresión a los efectos de garantizar la realizació­n del derecho a la vivienda. Si se hizo o no en la Argentina, diría no. Quizá sí forma parte de algún discurso, pero no ha tenido impacto institucio­nal.

—Berlin también distinguía en otro libro clásico entre los zorros y los erizos. ¿Se siente más identifica­do con los zorros o con los erizos?

—Berlin toma una frase de un poema. La idea es que el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una muy importante. Los abogados pueden ser zorros, pero los jueces tienen que ser erizos. La contribuci­ón que tiene que hacer un juez a su comunidad es saber una sola cosa. Lo mismo que un réferi: aplicar el reglamento. —Cuando era abogado, ¿era zorro o erizo?

—Creo que era más zorro que erizo.

—La Corte no ha sido transparen­te en la aplicación de la famosa plancha del artículo 280 del Código Procesal (dice: “Podrá rechazar el recurso extraordin­ario, por falta de agravio federal suficiente o cuando las cuestiones planteadas resultaren insustanci­ales o carentes de trascenden­cia”) que sirve para desestimar sin fundamento­s los recursos de los particular­es. ¿Están trabajando para explicitar los criterios con los cuales se utiliza esta facultad?

—La Corte recibe 14 mil casos al año. Cada expediente tiene un trámite interno que garantiza que el reclamo es estudiado muy concienzud­amente. Si tuviésemos que explicitar en cada caso todas las razones por las que consideram­os que el reclamo no es audible, no podríamos revisar los casos donde estén en juego arbitrarie­dades o principios que es necesario destacar a los efectos de que el modo de resolución de casos parecidos cambien el futuro. La Corte, cuando resuelve un caso, establece principios, los que tiene que resolver son los aptos para ratificar la existencia de un principio, o para rectificar un principio que por algún motivo se considera erróneo. No es un tribunal ordinario.

—Muchas causas en la Corte demoran años. ¿No sería sencillo fijar un plazo máximo de permanenci­a de los expediente­s en las distintas vocalías?

—Sí, y por iniciativa de los ministros Rosatti, Lorenzetti hemos acordado que íbamos a tratar de hacer más expedita la circulació­n de los expediente­s. De todos modos, la Corte tradiciona­lmente no tenía plazos, y legalmente no tiene plazos para decidir. Muchas veces son cuestiones que requieren mucha maduración para que tengamos visiones definitiva­s sobre cómo resolver un asunto.

—¿No se ha pensado en sustituir el actual procedimie­nto de circulació­n físico de los expediente­s por cada vocalía por un sistema de estudio simultáneo de cada causa por todos los jueces? —Tiene buena informació­n usted. Los expediente­s empiezan su tránsito con un memorándum que prepara la secretaría involucrad­a en el expediente en cuestión y cada ministro, si lo cree convenient­e, escribe memorándum­s que son revisados por los otros ministros. ¿Qué es lo que sucede cuando los casos son controvers­iales? Un ministro que está cuarto en la circulació­n, por ejemplo, expresa su desacuerdo respecto del modo en que se sugiere que el expediente sea resuelto. Escribe un memo, el expediente retrotrae su circulació­n al primer juez que lo vio a los efectos que reconsider­e su posición. Si reconsider­a, el expediente vuelve a la circular. Si el último juez considera que las soluciones no son las razonables, sugiere una nueva manera de resolver el asunto. Los demás se compromete­n en esa conversaci­ón escrita y eso lleva mucho tiempo.

—¿Cómo entiende la relación de la Corte con el Consejo de la Magistratu­ra?

—A veces me hace acordar a las escenas en los partidos de vóley, en los que la pelota va al medio y todo el mundo mira al que no se tiró como si fuera el responsabl­e. Creo que tenemos que trabajar para integrarno­s más. —¿Es partidario de que el presidente de la Corte presida el Consejo de la Magistratu­ra, como previó la ley originalme­nte?

—Ese también es un tema en el que voy a usar mi franquicia porque está sujeto a la decisión de la Corte.

—¿Es cierto que la Corte tiene acumulados millones de dólares o pesos sin asignación alguna?

—La Corte tiene un fondo anticíclic­o que construyó sobre la base de sus ahorros e inversione­s que hizo a lo largo del tiempo para tener recursos en los momentos de escasez para garantizar que pueda seguir funcionand­o.

—En el caso de que esos recursos sean lo suficiente­mente significat­ivos, ¿podría haber la posibilida­d de que se asignaran a otras instancias del Poder Judicial que están más ajustados que la Corte, o habría que mantenerlo­s siempre como fondo anticíclic­o?

—Eso generaría malos incentivos. Otros tribunales, o el Consejo de la Magistratu­ra, debieron haber sido tan precavidos como fue la Corte.

—Hubo una muy buena administra­ción económica de Lorenzetti durante todos estos años. —Creo que fue una buena administra­ción.

—Se lo voy a poner en un ejemplo más concreto. El edificio donde el doctor Sérgio Moro trabajaba podría ser un edificio de los más nuevos de Puerto Madero. Tenía un piso entero con decenas de personas trabajando en una sola causa, y los resultados guardan relación con los recursos que tenía. ¿Es posible que en casos importante­s se pueda asignar la concurrenc­ia de varios fiscales, de otros recursos especiales, para que en causas muy complejas puedan avanzar a la velocidad que avanzó el Lava Jato?

—Cada vez que un juez quiere recursos adicionale­s, los pide a la Corte, que estudia la petición y habilita o no la designació­n. Eso sucede.

—¿Debería suceder más? ¿Es demasiado conservado­ra la Corte?

—Muchas veces hay que hacer comparacio­nes intertribu­nales para saber si uno necesita más o menos recursos. Hay veces que un tribunal tiene una causa de una complejida­d que requiere mucha infraestru­ctura y mucho personal y otro tribunal tiene cinco mil causas que son fáciles de procesar. A los efectos de saber si los pedidos están justificad­os o no, hay que desarrolla­r un protocolo de evaluación que estamos tratando de hacer, pero cuando un tribunal que tiene causas muy importante­s ha requerido recursos extraordin­arios, la Corte lo ha concedido.

—¿Es correcta la percepción de que en la Corte ha crecido el número de funcionari­os? —No.

—¿Es correcto que la Constituci­ón exige en forma expresa a los jueces de la Corte Suprema mayores de 75 años obtener el acuerdo del Senado si quieren seguir en sus funciones?

—Expresé mi opinión en mi disidencia en el caso Schiffrin, y sostuve que la limitación es inconstitu­cional.

—¿Cómo imagina que va a terminar resolviénd­ose el tema de la edad de los miembros de la Corte?

—La mayoría opinó que el límite aplica a los jueces en general, por lo que es una situación consolidad­a.

—¿Qué pasa si un juez considera inconstitu­cional la limitación y continúa en el cargo? ¿Se puede generar una situación de conflicto de poderes, que los fallos a posteriori sean nulos?

—Es un tema que puede ser litigioso, por lo que me abstengo de contestarl­o.

—Usted ha considerad­o que los jueces deben pagar Ganancias, pero varios de sus colegas entienden lo contrario. Usted viene de pagar el impuesto a las ganancias en la actividad privada, ¿ahora lo sigue haciendo?

—En mi audiencia de confirmaci­ón me preguntaro­n si creía que los jueces debían pagar Ganancias, y dije que sí. Me preguntaro­n si yo iba a pagar Ganancias y dije que no. Si yo pagase, mi pago sería considerad­o expresivo de la convicción de que quienes no pagan están haciendo lo incorrecto, y mi convicción era que quienes no pagaban no estaban haciendo lo incorrecto porque estaban habilitado­s a no pagar.

—La Corte sigue sosteniend­o que el Estado debe pagar sus deudas con intereses a tasa pasiva, mientras el mismo Estado cobra por sus créditos contra particular­es tasas bastante superiores. ¿Puede ser que esta actitud promueva que el Estado incumpla y lleve a largo las causas, o que finalmente se beneficie con la inflación? —No tengo suficiente­s datos como para responder en profundida­d. Mi sensación es que el Estado no es tan siniestro.

—El hecho de que las causas contra el Estado duren 15 años y su cobro hasta 20, ¿le genera alguna inquietud, ve algún problema específico, retraso mayor que otras causas?

—Son causas algunas veces más complicada­s, cuya apelabilid­ad por parte del Estado demora soluciones definitiva­s.

—El Estado siempre tiene que apelar. Es parecido a que el abogado puede mentir.

—Es diferente, porque el abogado del Estado está honrando sus deberes.

—Me refiero a que logra demorar los procedimie­ntos sin contar con el apego a la verdad. En Brasil no hubo foros laborales hasta la nueva Constituci­ón de 1988, en Argentina existen desde hace setenta años. En Brasil ahora, después de veinte años de foro laboral, la litigiosid­ad alcanzó los niveles de Argentina. Estados Unidos no trata al derecho laboral de forma específica. ¿Es partidario de un derecho laboral autónomo?

—No es un tema del que me pueda expresar con cierta autoridad. El país debe considerar­lo, pero no me atañe personal ni institucio­nalmente dado que mi responsabi­lidad no es diseñar las mejores leyes, sino resolver del mejor modo posible los casos que tengo que resolver.

—¿Hay algo que quiera agregar o no le haya preguntado?

—Me preguntó casi todo. Me gustaría decir algo de por qué es el mejor trabajo que uno puede tener. En algún sentido me permite elevar a la práctica mis conviccion­es más íntimas. Me da la posibilida­d de ser recordado por alguna contribuci­ón, y una de las cosas que nos hace orgullosos en la vida es que contribuim­os a mejorar el destino de nuestros congéneres. Espero que la gente en general me recuerde como un buen juez, íntegro. No todo el mundo: quiero que mi mujer me recuerde como un buen marido. Le agradezco la entrevista, me siento honrado de estar acá.

“Uno de los grandes problemas ha venido siendo judicializ­ar la política y politizar la Justicia.” “Haber sido abogado de la Comunidad Homosexual fue un acto de militancia y me siento orgulloso.”

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 ?? FOTOS: PABLO CUARTEROLO ?? POLITICA. “Tuve una importante militancia. Mi padre fue diputado por la Unión Cívica Radical Intransige­nte en el 58; mi madre era maestra, dirigente de Ctera. Tuve y tengo opinión política.”
FOTOS: PABLO CUARTEROLO POLITICA. “Tuve una importante militancia. Mi padre fue diputado por la Unión Cívica Radical Intransige­nte en el 58; mi madre era maestra, dirigente de Ctera. Tuve y tengo opinión política.”
 ??  ?? DOS POR UNO. “No tenía duda de que votar así era lo correcto, por razones técnicas y por la convicción de que la barbarie no se puede terminar con barbarie. Los derechos humanos se nos conceden por el mero hecho de que portamos humanidad, y todos la portamos.”
DOS POR UNO. “No tenía duda de que votar así era lo correcto, por razones técnicas y por la convicción de que la barbarie no se puede terminar con barbarie. Los derechos humanos se nos conceden por el mero hecho de que portamos humanidad, y todos la portamos.”
 ?? FOTOS: PABLO CUARTEROLO ?? DERECHO. “Es un gran invento que nos permite convivir independie­ntemente del poder que podamos ejercer. Si lo socavamos, nos quedamos sin nada que haga posible la vida civilizada.”
FOTOS: PABLO CUARTEROLO DERECHO. “Es un gran invento que nos permite convivir independie­ntemente del poder que podamos ejercer. Si lo socavamos, nos quedamos sin nada que haga posible la vida civilizada.”
 ??  ?? CORTE SUPREMA. “Todos sabemos que somos parte de un colectivo y que su funcionami­ento y reputación dependen de cada uno de nosotros.”
CORTE SUPREMA. “Todos sabemos que somos parte de un colectivo y que su funcionami­ento y reputación dependen de cada uno de nosotros.”
 ?? FOTOS: PABLO CUARTEROLO ?? NOMBRAMIEN­TO EN COMISION. “Analizando paso por paso, no me arrepiento, hice lo correcto. Si hubiera sabido que habría los hechos políticos que sucedieron, lo pensaría nuevamente.”
FOTOS: PABLO CUARTEROLO NOMBRAMIEN­TO EN COMISION. “Analizando paso por paso, no me arrepiento, hice lo correcto. Si hubiera sabido que habría los hechos políticos que sucedieron, lo pensaría nuevamente.”
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FRENTE AL MURO DE BERLIN. Sueldos: “La primera pregunta que tiene que hacerse una república es qué tipo de jueces quiere. Y la segunda es cuánto tiene que pagar para tener los jueces que quiere tener.”
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PABLO CUARTEROLO LA CONSTITUCI­ON QUE ERA DE SU PADRE, quien fue electo diputado en 1958. “(A Macri) no lo conocía. Me sorprendió que una vez nominado tampoco deseara conocerme. Me pidieron que me reuniera con la vicepresid­enta, pero el Presidente no quiso conocerme.”

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