Perfil (Domingo)

Domestican­do a Evita La historia de cómo manipularo­n ‘La razón de mi vida’

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☛ Título Evita yo

y☛ Autor Manuel Penella

☛ Editorial Emecé

☛ Género Historia

☛ Primera edición Mayo de 2019

☛ Páginas 240

En octubre de 1951 vio la luz en Buenos Aires un libro singular, firmado por una mujer ya mítica, Eva Perón, Evita para sus fieles o, según reza la amarillent­a tarjeta de visita que tengo sobre mi mesa de trabajo, María Eva Duarte de Perón. Me refiero a La razón de mi vida. El caso me toca de cerca. Hablando con propiedad, el verdadero autor de La razón de mi vida fue mi padre, el periodista español Manuel Penella de Silva (Valencia, 1906 - Río de Janeiro, 1969). Se comprender­á, por lo tanto, mi deseo de devolverle la palabra por medio de Evita y yo, un libro póstumo en el que he reunido sus páginas argentinas, de cuyo interés histórico no cabe dudar.

Mi padre se vio obligado a guardar silencio, primero por su compromiso con Eva Perón y después por las responsabi­lidades diplomátic­as. Como agregado de informació­n en la Embajada de España en Uruguay, luego en Chile y por último en Brasil, no pudo hablar libremente sobre su relación con la primera dama de los argentinos. Varias generacion­es de argentinos han tenido que conformars­e con vaguedades, con inventos –por lo general, maliciosos– o, como en el caso de esta entrevista, con una mezcolanza de verdades y elementos fantástico­s. Lo mejor será que Manuel Penella de Silva nos explique en primera persona su relación con Evita y los alcances del proyecto que se trajeron entre manos. Como aquí veremos, había en juego algo más que la confección de un best-seller.

En primer lugar debo precisar que hay dos versiones de La razón de mi vida: la original, cuya copia dactilográ­fica obra en mi poder; y la oficial, resultado de la poda, los injertos y las manipulaci­ones que sufrió el manuscrito a manos de Raúl Mendé, ministro de Perón. Hecha la lectura comparativ­a, se concluye que Mendé eliminó una tercera parte del manuscrito y que media un abismo entre ambas versiones.

Cualquiera podrá comprender la importanci­a de la comparació­n de ambos textos, algo que mi padre reclamó en vano, que el destino me ha confiado y que se concreta, por fin, en la última parte del libro que el lector tiene ante sí.

Como ha declarado el padre Benítez, confesor de Evita, La razón de mi vida fue leída por todas las mujeres argentinas, menos por ella. Eso es cierto por lo que respecta al texto oficial, pero no se aplica al original, en cuyo borrador Eva Perón dejó anotacione­s de su puño y letra. Una cosa es el texto que mi padre escribió para ella, con Evita como primera lectora y correctora; y otra, distinta, el texto que, a partir de ese manuscrito, confeccion­ó Mendé con el propósito –según Benítez– de complacer a Juan Domingo Perón.

Supongo que ya es hora de explicar por qué motivo Eva Perón depositó su confianza en Manuel Penella de Silva, un extranjero, “un gallego”, tema que ha sido soslayado tanto por los peronistas como por los antiperoni­stas. Para salvar la autoría de Evita, aquellos afirman que él era un escriba vacío de contenido; estos –en la misma línea– dan por seguro que era un don nadie; a lo sumo, un “avivado”. La memoria histórica de los argentinos no debería conformars­e con tan poco. Es empobreced­or para todos ignorar el impulso idealista, a la vez feminista y humanitari­o, que justificó la creación del libro. Por turbias que bajen las aguas, merece la pena tener en cuenta este impulso, para hacerles justicia a mi padre y a Eva Perón.

Debo adelantar que ella quedó fuera del campo de visión del movimiento feminista contemporá­neo por culpa del señor Mendé, cuyas apreciacio­nes sobre el papel de la mujer parecen calcadas del abecé fascista, según el cual la mujer debe permanecer sometida al hombre. Justo lo que se deseaba liquidar. Si Eva Perón hubiera pensado como el señor Mendé, no se habría entendido con mi padre en clave feminista; la colaboraci­ón y la amistad habrían sido imposibles.

También me parece importante devolverle la palabra a mi padre porque todo indica que, en alguna medida, contribuyó a que Eva Perón cobrase plena conciencia de su papel histórico. No es mi intención dar a entender que él ejerciera sobre ella una influencia de tipo oscuro.

Puedo devolverle la palabra a mi padre gracias a sus crónicas, escritas en caliente, que Eva Perón leyó cuando se publicaron y, sobre todo, porque encontré, entre los papeles de su archivo, un largo escrito en el que cuenta su relación con ella y la intrahisto­ria del

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