Transformistas en escena
Uno de los espectáculos más atrayentes de Buenos Aires es La jaula de las locas (una nueva versión de La Cage aux Folles, el musical de Jerry Herman y Harvey Fierstein, estrenado en Nueva York en 1983), y que en esta oportunidad protagonizan Raúl Lavié y Nito Artaza, como la atracción principal de un show de transformistas y el dueño del club nocturno donde estos se presentan. Como actualmente no hay restricciones en materia de espectáculos y a nadie le sorprende ver a un hombre vestido de mujer, esta obra invita a recordar lugares similares del pasado y a los transformistas que se lucieron en algún escenario.
En Francia, el cabaret de impersonators más conocido es Madame Arthur, que fue abierto en París al finalizar la Segunda Guerra por Marcel Oudjman y Floridor en el lugar que ocupaba Divan Japonais. Al poco tiempo de su inauguración murió Floridor y su lugar como animador fue ocupado por Loulou, un cura que abandonó los hábitos y que vivía en un departamento con Hulla, otra artista del club. Germanie Cartan, la concubina de Oudjman, se ocupaba de la organización del lugar. El público era variado: generalmente había clientela gay en el bar y grupos diversos en el salón. La mayoría de los artistas que se presentaban en escena disfrazados de mujer llegaban al club y salían a la calle vestidos de hombre. A partir de
1951 actuaron allí transexuales como Coccinelle,
Pussy Katt,
Nanny y
Dominó.
El primer transformista famoso que actuó en Buenos Aires fue el italiano Leopoldo Fregoli, que se presentó en el teatro San Martín, en Esmeralda y Diagonal. Fregoli parodiaba al director de orquesta Leopold Stokowsky y repentinamente se transformaba en una dama de la corte. Contaba con 25 asistentes y con unos 800 trajes y 1.200 pelucas. Cuando murió, en Italia, en 1936, pusieron una inscripción en su tumba que decía: “Aquí Leopoldo Fregoli hizo su última transformación”.
En los años 70, durante la dictadura, en el barrio de La Boca, existió El Oráculo, un café-concert donde actuaban travestis, que bailaban y cantaban (a veces con fonomímica) y que adoptaban nombres como Evelyn y Vanessa. El público estaba pendiente de los artistas y de que pudiera caer una razzia. Ya en la década del 80 desembarcó en Buenos Aires el francés Jean-François Casanovas, que jerarquizó con su originalidad y exquisito gusto los espectáculos de transformismo.
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