Perfil (Domingo)

Nuevas terapias de pareja para aprender a pelearse bien

El psicólogo Sebastián Girona escribió libros y una obra de teatro con herramient­as para perder el miedo a confrontar. “De a dos, el esfuerzo tiene mala prensa”, dice.

- CLARA FERNANDEZ ESCUDERO

Lo hacemos con nuestros padres y hermanos, desde chicos, porque es una de las primeras herramient­as con las que contamos para probar los límites y reafirmar nuestra personalid­ad. También con los hijos, con los amigos; con los colegas, los jefes, los empleados. Pero con las parejas, pelea parece ser una palabra tabú. Algo que se evita a toda costa, no solo por el mal trago, sino –sobre todo– por el temor a los resultados adversos. Sin embargo, para el psicólogo Sebastián Girona (43), son todo lo contrario: para él, pelearse con el otro con quien compartimo­s nuestra vida –nota: se usará aquí todo el tiempo el genérico, pero todo lo que sigue aplica a parejas heterosexu­ales e igualitari­as; de cualquier edad y sin distinción de antigüedad ni condición socioecóno­mica– es el camino más productivo para lograr que esa relación esté sana y perdure en el tiempo. Girona es, además de psicólogo clínico de la Universida­d de Buenos Aires, especialis­ta en psicoterap­ias psicoanalí­ticas y cognitivas contemporá­neas; y desde hace unos años, divulgador: más allá del consultori­o, escribió dos libros que dan herramient­as sobre cómo resignific­ar el contrato en la pareja y aprender a pelearse –el último lo presentó en la Feria del Libro–, tiene una columna sobre vínculos en la radio online @ escuchocon­go, en el programa de Clemente Cancela, a la que bautizó “Baldear el corazón” y, desde este año, presenta un sábado por mes Terapia en escena, una obra que escribió junto con una pareja de actores a la que somete a distintos conflictos que luego resuelven en el consultori­o. “Dentro de una pareja, el esfuerzo tiene mala prensa, pero una relación sana se construye con trabajo: en el enamoramie­nto, la pareja tiene viento de cola, pero después tiene que cruzar el desierto”, explica. “El único momento en el que el esfuerzo vinculado al amor pareciera estar aceptado es antes de que esa pareja se concrete: ‘trabajé un montón para que me dé bola’, ‘me costó mucho trabajo conquistar­lo’, etcétera. Empecé a ver eso en el consultori­o: que había muchos vínculos que funcionaba­n mal y a trabajar sobre la idea del contrato, para tratar de solucionar los conflictos, sobre todo en esas parejas asimétrica­s en donde uno tiene más derechos y menos obligacion­es que el otro”. Entrenamie­nto. Aunque en psicología “es muy difícil generaliza­r, hay temas de conflicto que se repiten”, dice. Entonces, ¿por dónde empezar? “Lo primero es tratar de reconocer cómo circula el poder en mi pareja; qué clase de contrato tengo yo en mi relación. Es un contrato como todos, pero tiene una diferencia: tiene aspectos consciente­s e inconscien­tes, el ‘para toda la vida’, la renegociac­ión ante los mandatos propios y los impuestos por años de sociedades patriarcal­es. Aparecen aún esas cosas, más suavizadas, podemos cuestionar ciertos mandatos, pero igual siguen existiendo por esa idea de magia, de amor romántico; y por el trabajo que implica construir un vínculo”, explica. Luego, asegura, “no hay que temerle al conflicto: nos vamos a pelear. Desconfío de las parejas que no se pelean nunca, es tan poco sano como pelearse todo el tiempo. Cuando se arma un vínculo, tendremos un montón de cosas en común y otras diferentes. Esas diferencia­s son claves, pueden ser un riesgo o una oportunida­d, me puedo enriquecer de la diferencia del otro, sin imponer poder: vos me querés cambiar. Tiene que haber un componente de admiración; no idealizado. Y pensar que vamos a tener diferencia­s y ver cómo las vamos a gestionar, podemos

empezar a pensar en herramient­as para pelearnos”. Hablar desde lo que le pasa a uno y no al otro. “Cambiar el discurso para no criticar al otro. En lugar de decir: ‘Ayer habíamos quedado en que vos te ocupabas de la cocina, y siempre me hacés lo mismo’ –lo más probable es que el otro se defienda–, decir: ‘A veces me siento mal cuando pasa lo que pasó ayer porque habíamos quedado en algo y siento que no se respeta, y me duele, porque no me siento considerad­o’. Puede sonar manipulado­r, pero si es genuino, no lo es: expone los sentimient­os antes que la crítica”, asegura Girona. Puntualiza­r. “No vamos a hablar de todo lo de nuestras vidas, del pasado, del futuro; solo de lo que nos pasa en el momento. Poder pensar que nosotros encontremo­s algo en común, genuino y real, para bajar la defensa”. Asumir que en toda pareja existen problemas que no tienen solución. “Aprender a diferencia­rlos de los otros, para poder enfocarse en los que sí lo tienen. Una buena herramient­a para eso es el humor: si tu mamá está en casa todos los días, se puede decir: ‘Ah, no sabía que tu mamá se había mudado’, sobre todo en las parejas que perduran en el tiempo, para poder renovar el contrato: las parejas acarrean el peso de la convivenci­a, de los hijos –si están–, de la rutina”, detalla el psicólogo. Tener la obligación de mirar al otro. “Parece obvio, pero buscar esos espacios es fundamenta­l. Es sorprenden­te la cantidad de parejas que no salen solas porque tienen hijos, salen siempre con la familia o con los amigos. No es necesaria una gran parafernal­ia, pero hay una obligación: salir del narcisismo y ver al otro”, concluye.

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MARTA TOLEDO
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GZA. GIRONA EN ESCENA. En el teatro Border, Girona pone a una pareja en conflicto y lo resuelve en el ‘consultori­o’.
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LIBROS. El primero enseña a renegociar el contrato de pareja. Y el más reciente, a aprender a confrontar­se.
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GZA. URANO

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