Huérfanos de la izquierda
Razones y consecuencias de la traición de una idea
Estas páginas son el relato de una ruptura sentimental. Describen el divorcio de una pareja, alguien que después de décadas de convivencia se había vuelto irreconocible. Escribir sobre la propia familia es un ejercicio doloroso y arriesgado. Exponer las pequeñas y grandes miserias de los suyos es disparar los mecanismos de defensa de quienes se sentirán íntimamente agraviados. El precio de la deserción es alto.
Para quien ha crecido y se ha educado en una tradición intelectual, para quien ha defendido con el verbo, la manifestación pública y el voto una visión del mundo, supone consumar una separación en los peores términos. Las acusaciones de quién traicionó a quién serán mutuas; la de no haber sido realmente parte de la familia también. Resultará estéril desplegar viejas credenciales de izquierda. Además, ¿qué registro queda de mi indignación ante el descubrimiento de las injusticias sociales y el estimulante hallazgo de las armas intelectuales y el compromiso del campo ideológico que adopté en mi juventud? ¿Dónde está el testigo de mi felicidad al ver publicada mi primera nota en el diario de izquierda que llevaba en la mochila a la escuela secundaria y al que envié mi primer currículum? ¿Cómo convocar hoy a los profesores universitarios, tan entusiastas al comprobar que su alumno podía reproducir con éxito en los parciales los análisis marxistas que absorbía?
De las discusiones estudiantiles, de las manifestaciones contra las políticas económicas de ajuste que pesaban sobre los más vulnerables, primero en Argentina y después en Francia, quedan apenas rastros: en la bisagra de los siglos XX y XXI, no se consignaban en las redes sociales. Tampoco hay testigos en el cuarto oscuro para dar fe de una fidelidad a lo que puede llamarse someramente el campo progresista. Sí subsisten trabajos periodísticos en papel o en la web que reflejan, en la elección de los temas, sus enfoques, y en el manejo de los códigos, la pertenencia a esta corriente en la que he evolucionado. También quedan la incomprensión y la amargura de amistades rotas, la benevolencia de quienes supieron separar los tantos
o compartieron el desasosiego.
De todos modos, de nada servirán las pruebas ni importan, máxime para una izquierda fragmentada en una constelación de capillas –revolucionarias o reformistas–, donde cada quien es un experto catador de la pureza ideológica, y la excomunión de sus semejantes, moneda corriente. Menos aún en el contexto de polarización argentino, enrarecido por el factor peronista. Este libro no va dirigido a ellos, o no principalmente, sino a otros huérfanos de la izquierda, en su sentido más amplio, que se han visto abandonados por su familia política como un barco que se aleja olvidando en el muelle sus valores cardinales.
Estas líneas son para quienes han comprobado azorados cómo la izquierda que ayer luchaba por la libertad de expresión en Occidente hoy justifica la censura en nombre del no ofender; esa que ayer comía curas y ahora se alía con el oscurantismo religioso en detrimento del laicismo para oprimir a la mujer y a los homosexuales; esa que a la liberación sexual responde con un nuevo puritanismo, que de la lucha contra el racismo ha pasado a alimentar y justificar su forma más letal en las calles y en los templos de Europa y de las Américas: el antisemitismo. Estos capítulos son un intento por comprender las razones, los mecanismos y las consecuencias encerrados en esta traición.
El mandato de no decir verdades inconvenientes para “no hacerle el juego a la derecha” es una intimidación que funcionó, durante demasiado tiempo, con eficacia. Es finalmente una autocensura que ha sido aprovechada desde el otro extremo del arco político, por los que no se sentían amedrentados por una exclusión del sistema mediático y académico al que no pertenecían. Así empezaron a capitalizar en las urnas las claudicaciones, los silencios, el terreno desertado por la izquierda, allanando el camino para el ascenso de populismos de derecha y ultraderecha de ambos lados del Atlántico.
El colapso de la Unión Soviética y su modelo llevó a una parte significativa del progresismo a cambiar de sujeto histórico, la clase trabajadora por las minorías, y a abrazar nuevos aliados liberticidas: autócratas, teocracias de Oriente Medio y las identity politics, sepultando de esta manera la prome
sa de la emancipación universalista. En esta reconfiguración del paisaje ideológico, se fortalecieron dos polos iliberales, aplastando juntos cualquier legado de la tradición de la corriente secular, humanista y antitotalitaria de la izquierda occidental.
Soy consciente de que uno no elige cómo es leído y que la incorrección política es un paraguas bajo el que también buscan cobijarse falsos transgresores y verdaderos racistas, nostálgicos de un viejo orden que no quieren ver morir. Pero no es avalando modelos autoritarios, reactivando viejos métodos del estalinismo, abrazando el relativismo cultural y moral que se logra la emancipación de los más débiles. Este libro trata de explicar por qué.
Vigilar y castigar
Hasta la década de 1970, la izquierda se enfocaba en la crítica de la economía capitalista para luchar contra la desigualdad y la pobreza. Su sujeto era la clase trabajadora. Para defender su causa, se involucraba en partidos y sindicatos, pesando en las decisiones político-económicas gubernamentales. En los sectores marxistas más radicales, buscaba crear las condiciones para la revolución en el marco de la lucha de clases. El protagonista del cambio era el obrero o el campesino, y el teatro de esta puja, el ámbito laboral: fábricas, talleres, granjas, desde donde también surgían los militantes y sus dirigentes. Pero hoy la situación es muy distinta.
“Ese mundo ya no existe. Hoy los activistas y líderes se forman casi exclusivamente en las secundarias y universidades, son miembros de profesiones principalmente liberales en derecho, periodismo y educación. La educación política liberal ahora tiene lugar, si es que tiene lugar, en los campus. Están ampliamente desconectados social y geográficamente del resto del país –y en particular del tipo de personas que alguna vez fueron los fundamentos del Partido Demócrata–”, apunta el politó
Antes, el protagonista del cambio era el obrero o el campesino. Hoy todo ha cambiado