Perfil (Domingo)

Un cine moral y patriarcal

En el marco de las celebracio­nes por los 120 años de amistad entre Japón y Argentina, con diferentes actos que incluyeron la proyección de algunas de las películas de Yasujiro Ozu en la Sala Lugones, acaban de aparecer nuevas y reveladora­s entrevista­s iné

- NANCY GIAMPAOLO

Lo primero que pienso cada vez que ruedo una película, es que con ella quiero reflexiona­r a fondo sobre algo y recuperar la humanidad que la gente tiene por naturaleza.” La frase no es grandilocu­ente, pero nos lleva a preguntarn­os por cuántos o cuáles directores del presente son o serían capaces de constituir su filmografí­a sobre un precepto de tipo moral. La sola idea de hacer algo con el objeto de rescatar aquello que nos define como humanos parece inverosími­l en un presente en el que el cine, al igual que otras artes, lucha por no convertirs­e masiva e irreversib­lemente en un instrument­o de la corrección política de último momento. Catalogado como el mejor director de su país y como el mejor a secas, según algunas encuestas cinéfilas y unos cuantos directores, Yasujiro Ozu deslumbró por la virtud técnica y el preciosism­o de sus historias, siempre centradas en las relaciones familiares y siempre ambientada­s en un Japón intervenid­o por la creciente irrupción de la cultura occidental.

Murió a los 60 años, fumó y bebió excesivame­nte como algunos de sus solitarios personajes y vivió siempre con su madre: “A veces me pregunto cómo demonios hago para retratar la vida de personas de mediana edad, o la monotonía del matrimonio, sin tener la experienci­a... Vamos, si solo puedo describir aquellas cosas que conozco por experienci­a directa, ¿quiere decir que tengo que robar, matar y cometer adulterio para poder tratar estos temas?”, sentenció, con estudiado sentido común, en una de las tantas entrevista­s hechas entre 1931 y 1962, traducidas al castellano por Amelia Pérez de Villar y compiladas en La poética de lo cotidiano. Escritos sobre cine, publicado por Gallo Nero en España y distribuid­o en Argentina por Waldhuter. Aunque su famosa “Trilogía de Noriko”, la colección de películas con Setsuko Hara conos

mo protagonis­ta, compuesta por Primavera tardía (1949), Principios de verano (1951) e Historias de Tokio (1953) es lo más visto a nivel internacio­nal, Ozu arrancó en el mudo y llegó hasta la década del 60, configuran­do una obra extensa, trascenden­te y casi obsesionad­a con amalgamar modernidad y tradición en un equilibrio justo y saludable. Juzgada bajo parámetros actuales, se encuentra en las antípodas del estilo de vida propuesto desde tantos productos audiovisua­les, en el que los jóvenes encuentran goce e inspiració­n fuera del ámbito familiar, y los mayores calcan algusufrir de esos comportami­entos, en una suerte de culto popular a la juventud que lo devora todo. Podríamos, entonces, definir al cine de Ozu no solo como moralista, sino como patriarcal, sobre todo si atendemos a la relevancia que otorgó a las figuras paternas. Algunos de sus padres son displicent­emente tratados por sus familias, como en Historias de Tokio, conmovedor­a pese a no caer en el golpe bajo ni el sufrimient­o explícito, tan propios del cine norteameri­cano y buena parte del europeo: “No estoy hecho para el melodrama. Es un género que aprovecha la teoría de que a la gente le gusta llorar al ver a otro que está peor que ellos. Sus personajes suelen ser estúpidos y carecen del más mínimo sentido común. Las cosas que les ocurren tampoco son normales. Yo no consigo digerirlo. Si buscara que los espectador­es llorasen, quisiera que fuesen lágrimas de verdad, y no las que provoca un agente lacrimógen­o.” Mucho antes que Vittorio De Sica, Ozu se sirvió, para Un albergue en Tokio (1935), de un padre pobre que, a diferencia del italiano de Ladrón de bicicletas fue abandonado por su mujer. Magistralm­ente filmada para la época, cumple con la premisa de despuntar lágrimas verdaderas por las vicisitude­s de un hombre sin casa ni trabajo, que carga con sus dos hijos chiquitos. En El hijo único (1936) elige a una madre, también pobre, pero decidida a sacrificar su salud y su felicidad para que su hijo “llegue a ser alguien importante”, ilusión que, estando ante un director poco complacien­te como Ozu, no se cumple.

Dividido en tres partes, “Conversaci­ones sobre mi oficio”, “Unas palabras sobre mis películas” y “Un arte rico en variedad”, La poética de lo cotidiano deja ver esa fijación con lo ético y la tensión entre identidad histórica y nuevas formas de comportami­ento social y artístico: “Si yo fuera padre diría a mis hijos que no fueran al cine. Está bien hacer dinero con el cine, pero

“Me gustaría que se preservara cierto sentido de lo moral” (Ozu)

hay maneras y maneras. Me gustaría que se preservara cierto sentido de lo moral”. Llegando al final de su carrera y de su vida, Ozu se animó a las comedias e hizo magia con el uso del color, pero no cambió esencialme­nte sus ideas. En Otoño tardío (1960), tres amigos antiguamen­te enamorados de la mujer de un cuarto amigo ahora muerto, pretenden casar a la hija de ella con un candidato al que la chica parece resistirse. Sin embargo, y luego de batallar con todos los que la rodean, incluida su mejor amiga, admite que está enamorada del candidato en cuestión y los tres viejos brindan complacido­s por haber sabido, antes que ella, lo que ella misma sentía. “A veces me dice alguien –contó Ozu en otra entrevista–: ¿Por qué no pruebas a hacer una película diferente? Yo respondo siempre que no soy más que un pequeño productor de tofu. Si se pide a un pequeño productor de tofu que prepare un plato de curri, o unas costillas de cerdo empanadas, nunca conseguirá que le salgan bien”.

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CEDOC PERFIL YASUJIRO OZU. Es unánimemen­te considerad­o uno de los grandes maestros de la historia del cine.
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POETICA. La poética de lo cotidiano, editado por la española Gallo Nero, y dos fotogramas: Historias de Tokio (izq.). y Una tarde de otoño (der.).

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