Una novela de clase
“Hay que meterse bastante adentro, alejarse de la Panamericana para ver los barrios donde viven los servidores del disfrute, los barrios de casas más bajas, casas a medio hacer. En los barrios cerrados las casas nunca son casas a medio hacer, son casas en construcción. En un country nadie se va a vivir a la casa hasta que no está terminado el parquizado. Una casa a medio hacer es una casa habitada y el medio que falta hacer no se sabe cuándo se hará…”
Se puede tener la más absoluta certeza de que un párrafo como éste no es para nada frecuente de encontrar en la literatura argentina de los últimos tiempos. Es decir, un párrafo escrito por quien tiene la mirada desde abajo, allí donde están los ojos de los que generalmente no escriben sino que, a lo sumo, son escritos por quienes creen (y no es más que un acto de fe) conocerlos, saber cómo hablan, cómo sienten. Se puede, también, tener la más absoluta certeza de que Marta Lopetegui no pertenece a esa generación de escritores creyentes bienintencionados con alguito de culpa pequeñoburguesa ni, mucho menos, a los que no pueden reconocerse en el otro que es su igual. No. Lopetegui es una “bandolera de la literatura” que, a fuerza de transitar barros y asfaltos, de elevar la vista a un cielo que siempre es un poco gris, de tener el oído dispuesto para la broma y la confesión, habla con la verdad demoledora que otorga el reconocerse en una clase que, fundamentalmente y por sobre todo, trabaja. Los plebeyos es nada más y nada menos que eso: una novela “de clase” que narra las peripecias de trabajadoras y trabajadores de la industria textil en forma vertiginosa y directa y, por eso, es una novela de amor, de sexo, de humor, de amistad. Imperdible. ■