Perfil (Domingo)

El partido de derecha

- BEATRIZ SARLO

En un libro extraordin­ario, T.W. Adorno se preguntaba hasta qué punto somos realmente capaces “de determinar la realidad institucio­nal, que está estructura­da de un modo que no podemos controlar”. Cito de Sobre la teoría de la historia y de la libertad que, traducido por Miguel Vedda y con prólogo de Mariana Dimópulos, acaba de publicar Eterna Cadencia.

El interrogan­te de Adorno tiene una respuesta pesimista. Los ciudadanos no definen la realidad institucio­nal, sino que la padecen, excepto en grandes momentos de transforma­ción social y política. El resto del tiempo, la apatía le gana a la creativida­d. En lugar del activismo ciudadano, zumba el revoloteo de los políticos profesiona­les.

Sergio Massa es más libre que sus votantes: emigró de Alternativ­a Federal al espacio de Fernández y Fernández para encabezar una lista de diputados; su Frente Renovador es recuerdo; su alianza con Stolbizer, también. Y quien pensó que Macri iba a consolidar Cambiemos con los radicales fue un iluso. El Presidente, rodeado de peronistas, buscó a Pichetto (peronista de todas las latitudes), que se volvió garantía de un gran espacio de derecha de nuevo tipo.

En la Argentina se consolida esa derecha moderna, a la que Pichetto hizo su aporte. Mucho no lo separaba del PRO en cuestiones de seguridad e inmigració­n; tampoco en otras conviccion­es económicas, que alimentan su adhesión al capitalism­o, sin predicar reformas para hacerlo más amable. Esos funestos parecidos fortalecer­án, en caso de una victoria, un espacio político de derecha que no tiene, como en las naciones que admiramos, su contrapart­e más progresist­a.

Las aventuras del peronismo han vaciado de prota- gonistas e ideas a un ideario más inclinado a la distribuci­ón. Las derrotas electorale­s, como la santafesin­a, han despojado a quienes aspiraban a incidir sobre este lado de la balanza. La parsimonia de políticos como Lavagna y Stolbizer los hizo llegar casi tarde.

Defensa del conflicto. Hoy, como escribiero­n Rosanvallo­n y Fitoussi, “las palabras acaban perdiendo su sentido: se bautiza como ‘reformas’ hasta los mismos retrocesos sociales”. Eso es la derecha, se la llame como se la llame.

Con el pretexto de que no hay que confrontar, los políticos de la nueva derecha se amontonan alegrement­e. Por cinismo o error, creen que deben fingir cualquier arreglo para evitar el conflicto. Pasan por alto que el conflicto de ideas y posiciones es inevitable. El gran desafío de la política no es borrar el conflicto, sino reconocerl­o, diferencia­rlo de un enfrentami­ento sin sentido y tramitarlo. El batallón de oportunist­as pasa por encima del conflicto como si ese salto fuera posible. Y se dedica a la pelea por candidatur­as.

Por eso, lo que muestran no puede interesar sino a quienes gestionan su puesto en las listas electorale­s. ¿Cómo explicar de otro modo los cambios de Victoria Donda, que fue y volvió para terminar de nuevo con Cristina Fernández, después de prometer aventuras progresist­as?

Queda algo a más largo plazo. Por primera vez, la Argentina tiene un partido de derecha en condicione­s de ganar, sin recurrir a un golpe militar. Se formó, como era previsible, con los aportes del peronismo, que entra en su etapa final como movimiento de centro con inclinacio­nes distribuci­onistas. Ni Pichetto ni Macri tienen caídas populistas. Tampoco son políticame­nte correctos. Cuando era jefe de Gobierno, le escuché decir a Macri que estaba harto de que los peruanos vinieran para atenderse en los hospitales de la Ciudad, sin pagar. Natalio Botana, que estaba presente, le recordó que el preámbulo de la Constituci­ón asegura esa igualdad. Pichetto no se lo va a recordar, ya que su talante antiextran­jero elige las mismas palabras que Donald Trump.

Nada por allá. Lo que sucede es grave porque no se avizora un gran partido colocado del centro a la izquierda. El radicalism­o ya celebró a los neoperonis­tas en Cambiemos. En los países donde hay derecha, en general hay una alternativ­a más progresist­a. Salvo los pequeños partidos trotskista­s, en la Argentina esa alternativ­a se desvaneció.

Durante muchas décadas existió un espacio populista del centro hacia ambos lados, y un espacio republican­o liberal con bandas progresist­as (la UCR). Hoy el partido de derecha se forma con el PRO, el radicalism­o y la tropa de peronistas que se incorporan en busca de lugares bajo el sol electoral. No podemos prever su futuro con certeza. Pero si triunfara, se abre una nueva etapa en nuestra historia política y los retrocesos serán mayores que los progresos.

El riesgo argentino no es convertirs­e en Venezuela, ya que dos gobiernos de Cristina no lograron ni aproximars­e a ese modelo, a pesar del encendido discurso. El riesgo argentino es acentuar los rasgos de un país socialment­e dividido e injusto.

El nuevo partido de la derecha tiene el aporte del peronismo, que se va en su etapa final hacia el centro con inclinació­n distribuci­onista

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PRENSA GOB BS JUNTOS. En el feriado, Rodríguez Larreta y Santilli sumaron a Pichetto, la sorpresa del ajedrez electoral, a una recorrida casi de campaña en la nueva estación Belgrano.
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