Perfil (Domingo)

Hazte la fama y sé candidato

- SERGIO SINAY* *Periodista y escritor.

Se le adjudica a Andy Warhol, figura mítica del pop art, la paternidad de la frase según la cual “en el futuro, todos serán famosos mundialmen­te por 15 minutos”, que pronunció en 1968 en el Museo de Arte Moderno de Estocolmo. Otras fuentes aseguran que fue el fotógrafo Nat Finkelstei­n quien se la dijo a Warhol dos años antes y éste se la apropió. Más allá del debate, ninguno de ellos imaginó, segurament­e, la contundent­e veracidad que adquiriría esa sentencia en los años finales del siglo XX y en lo que va del XXI. También en los 60 el canadiense Marshall MacLuhan, filósofo y teórico de las comunicaci­ones, aseveró que el medio es el mensaje. Es decir que no se trata de los contenidos que se transmiten ni de la solidez o fundamento­s que los sostengan, se le cree al soporte, que en aquella época era la televisión, a la que en la última década se le agregaron con fuerza invasiva internet y las redes sociales.

Si a las ideas de Warhol/Finkelstei­n y MacLuhan se le agrega en la Argentina de hoy un desfachata­do marketing electoral y una pronunciad­a inmoralida­d política (testimonio de una sociedad en decadencia al parecer irreversib­le), se obtienen resultados inquietant­es. Así, aparecen como candidatos reales o potenciale­s el médico que se negó a practicar un aborto en Cipolletti, el carnicero que en Zárate mató al ladrón que asaltó su comercio, aplastándo­lo con su auto tras una persecució­n desenfrena­da, o un caricature­sco émulo salteño de Trump y Bolsonaro por dar tres ejemplos. Hay deportista­s, personajes de la farándula o influencer­s (esos novedosos artífices de la nada) que si no están en las listas que se ofrecerán en las patéticas elecciones de octubre es solo porque no quisieron (o porque el ofrecimien­to fue amarrete).

Cuando la política, a la que el sociólogo estadounid­ense Richard Sennett describe como el arte de unir a los ciudadanos en un proyecto común y desarrolla­rlo en el tiempo, es bastardead­a y degradada inescrupul­osamente (único “arte” que dominan nuestros gobernante­s y aspirantes), estas cosas pueden ocurrir, y ocurren. Bastan 15 minutos de fama (no confundir con prestigio ni con reconocimi­ento), obtenidos por cualquier motivo, para medir como candidato. No importan las ideas, la formación, el bagaje intelectua­l, la aptitud, la capacidad de desarrolla­r y emitir pensamient­os coherentes. El marketing rellenará esos vacíos con materiales atractivos y fácilmente digeribles para los votantes, quienes, como apunta Sennett en La cultura del nuevo capitalism­o, ya no son ciudadanos sino meros consumidor­es.

Si se lleva este fenómeno a su máxima posibilida­d, el odontólogo Ricardo Barrera podría haber sido candidatea­do por alguna agrupación machista y el policía Luis Chocobar por algunos partidario­s de la mano dura necesitado­s de votos. Un refrán que no aplica en la Argentina es el que dice “de esta agua no has de beber”. En cambio, hay otro perfectame­nte comprobabl­e a la luz de los hechos: hazte cualquier fama y conviértet­e en candidato. En definitiva, esto muestra hasta qué profundida­d ha calado el populismo en la sociedad. Y no hay que identifica­rlo con un partido o con un frente. Todos los son, cada uno a su manera. Tzvetan Todorov (1939-2017), el gran lingüista, filósofo y crítico cultural búlgaro, explica en Los enemigos íntimos de la democracia que el populismo se manifiesta en imágenes impactante­s y fáciles de retener, en eslóganes cómodos de recordar, en frases cortas y claras, de contenido superficia­l y falaz, y en mensajes emocionale­s que apuntan a la masa y no al individuo y a su razonamien­to. Como es camaleónic­o, el populismo puede emboscarse bajo diferentes disfraces y coloratura­s, desde el más rancio conservadu­rismo hasta el progresism­o más cool. Solo necesita de fanáticos o de consumidor­es, no de ciudadanos. Así las cosas, con 15 minutos de fama cosechada por cualquier medio y con cualquier pretexto, y con un hábil manejo mediático, se pueden construir candidatur­as que siempre encontrará­n su mercado. Y no siempre la culpa será del chancho, sino también de quienes, olvidada su condición y sus deberes ciudadanos, le dan de comer.

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