Perfil (Domingo)

La impactante historia de ‘Chengue’, el preso más odiado al que el rugby le cambió la vida

Tiene récord de traslados por mala conducta y un tatuaje en el pecho que dice “muerte a la policía”. Asegura que el deporte lo sacó de la oscuridad y que las peleas son parte del pasado.

- LEONARDO NIEVA

“Chengue” pasó por casi todas las cárceles de la provincia de Buenos Aires. “No llevo la cuenta, pero creo que las conozco a todas”, confiesa y enseguida empieza a enumerarla­s: “La Unidad 9 de La Plata, la cárcel de Olmos, San Nicolás, Campana y Bahía Blanca. Estuve en todas las de Magdalena; en Alvear un montón de veces y también en Sierra Chica. Son más de treinta, seguro”.

Jonathan Moreira (28) ostenta un verdadero récord de traslados en los nueve años ininterrum­pidos que lleva encerrado. La rotación casi constante tiene una explicació­n: sus graves problemas de conducta.

“Yo era el preso más odiado, una persona que no miraba a mis compañeros. Tenía muchos

Jonathan Moreira juega y dirige a Los Gladiadore­s, el equipo de la Unidad Nº 47

problemas. Me arruiné la vida desde chico con tantas años de condena. No quería nada y estaba enojado con mi vida, conmigo mismo. Los problemas más frecuentes eran peleas con facas, siempre con facas. Lastimé y me lastimaron porque no te voy a mentir, no todas las peleas son ganadas porque perdí muchísimas”, cuenta a PERFIL en la flamante cancha de rugby de césped sintético que hay en la Unidad Penitencia­ria N° 47 de San Martín, donde “Chengue” entrena mientras cumple la condena a 14 años de prisión por un homicidio en ocasión de robo ocurrido en 2010, en el partido bonaerense de Moreno.

“Buscaba siempre quilombo. Ni a los guardias respetaba. Ahora sé que trabajan para llevar comida a su casa, pero en esa época no pensaba en nadie”, reflexiona.

Otra persona. Moreira jura que cambió. Dice que la etapa de las peleas es parte del pasado, confiesa que “hace rato” dejó de “pensar en cómo armar una faca” y que ahora solo vive proyectand­o en cómo mejorar su juego. “Antes me despertaba pensando en facas, pero cambié y ahora me levanto con ganas de jugar al rugby”, asegura en la entrevista con este diario.

“Chengue” es uno de los forwards del equipo de primera de Los Gladiadore­s, el team de presos del penal que está conformado por 120 internos que conviven en dos pabellones y entrenan de lunes a viernes, entre las 8 y las 11 de la mañana.

Su pasión por la ovalada nació en el año 2016, cuando después de rebotar en varias unidades por sus reiterados problemas de conducta, lo admitieron en la Unidad Penitencia­ria Nº 48 de San Martín.

“En el pabellón me encuentro con un amigo, Guillermo Tolosa, que formaba parte del equipo de rugby Los Espartanos. Me dijo ‘hermano, yo estoy haciendo esto, está buenísimo, y además de jugar este deporte tiene muchos valores que nos van a servir para cuando nos encontremo­s afuera’”, recuerda a PERFIL.

“La primera vez que jugué –agrega– me golpearon remal, pero me gustó. Fue una experienci­a muy linda. Nunca me imaginé que podían golpearme así; yo pensaba que los golpes eran por el sistema carcelario (se ríe). Me acuerdo que ese día caí al piso y que los mismos compañeros me dijeron ‘dale Chengue, levantate que vos podés’. Fue una sensación extraña, y la verdad es que nunca más dejé de jugar”.

Ocho años y nueve meses después de haber sido detenido logró salir unas horas de la cárcel. Se sintió libre, al menos por un rato, y eso fue gracias al rugby. “Mi primera salida fue cuando fuimos a jugar con la Fundación Espartanos contra el equipo de Virreyes, que compite en el torneo de la

URBA”, manifiesta.

Desde 2016 a 2019 enfrentó a CUBA, Alumni, San Fernando y Centinela, el quinteto de los guardias penitencia­rios. “Chengue” no solo juega: también es uno de los seis entrenador­es que tienen Los Gladiadore­s. “Hice el curso de técnico porque me interesa perfeccion­arme. Cuando salga en libertad quiero llevar el rugby a los barrios más carenciado­s para que muchos pibes que están perdidos por la droga puedan salir”, asegura.

Muerte a la policía. El cuerpo de Moreira está marcado a fuego por su pasado violento. Dice que tiene más de once heridas de armas blancas. En el pecho lleva dos tatuajes que reflejan el odio que sentía hacia las fuerzas de seguridad.

En 2006, cuando tenía 15 años y estaba alojado en el Instituto de Menores Almafuerte, un centro de detención de máxima seguridad ubicado en las afueras de la ciudad de La Plata, se tatuó un clásico símbolo de los delincuent­es: las espadas clavadas en serpientes, que significan el rechazo a la Policía.

Ocho años después, cuando supo que su hermano de 16 años había sido asesinado por una bala policial durante un intento de robo reforzó ese pensamient­o con otro tatuaje que dice “muerte a la policía”.

“No los quería. De chico veía todas las cosas que hacían con los pibes. Yo vivía en la villa y para mí la Policía era el infierno”, recuerda.

Esos dibujos, que todavía lleva en el cuerpo desaparece­rán muy pronto porque decidió realizarse un cover up tattoo con un motivo que represente su cambio. Se lo encargó a Cristian (27), un tatuador amigo que también pasó varios años encerrado, y que regresó a la unidad para borrarle las huellas de sus peores años con una imagen de Los Gladiadore­s y de la Virgen del Rosario.

“Antes pensaba en cómo armar una faca y ahora me levanto con ganas de jugar al rugby”.

 ?? PABLO CUARTEROLO ?? MARCAS DEL PASADO. “Chengue” muestra los tatuajes que tiene en el pecho y que simbolizan el odio a la Policía. Ahora se los va a tapar.
PABLO CUARTEROLO MARCAS DEL PASADO. “Chengue” muestra los tatuajes que tiene en el pecho y que simbolizan el odio a la Policía. Ahora se los va a tapar.
 ?? MINISTERIO DE JUSTICIA DE BUENOS AIRES ?? COVER UP. Se tatuará el escudo de Los Gladiadore­s y el de una virgen.
MINISTERIO DE JUSTICIA DE BUENOS AIRES COVER UP. Se tatuará el escudo de Los Gladiadore­s y el de una virgen.

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