Perfil (Domingo)

Homenaje a Gregorio Selser

- *Autor de Gregorio Selser. Una leyenda del periodismo, editorial UNLP (fragmento).

Muchos de los exiliados argentinos regresaron al país el 1º de septiembre de 1945 en el tradiciona­l Vapor de la Carrera. Gregorio, al no tener un lugar donde vivir, durmió durante una semana en la Casa del Pueblo, del Partido Socialista, hasta que logró emplearse en la Federación de Viajantes de Comercio y con una parte del sueldo alquiló un cuarto en una pensión. Primero vivió unos meses en Avenida de Mayo, frente a Plaza Lorea, y luego volvió a José Evaristo Uriburu 22.

Al poco tiempo, Alfredo Palacios lo invitó a quedarse en su enorme casona de la calle Charcas 4741 del viejo barrio de Palermo –hoy Museo Fundación “Alfredo Lorenzo Palacios”–, donde también vivía Amelia Gándara de Vidal, su leal empleada, ama de llaves y cocinera que estaba con él desde los tiempos de la Guerra Civil española. Su sobrino Octavio Palacios, que le oficiaba de ayudante y que había estado con él en Uruguay se había casado a su regreso, por lo cual ya no contaba con su compañía. Situación similar había ocurrido con Oscar Cela, que también fue una especie de secretario, quien le leía en las mañanas el periódico y ayudaba a recortar los papeles que le interesaba­n a Palacios.

Estas circunstan­cias permitiero­n al joven Selser poder compartir durante cinco años, de 1946 a 1951, las enseñanzas y el afecto de este notable humanista, abogado de los humildes, autor de leyes sociales a favor de los trabajador­es y la mujer, y elegido en 1904 como el primer diputado socialista de América Latina.

Además tuvo el privilegio de reclasific­ar toda la biblioteca de Palacios, que era una de las más completas de América Latina. Según recordaba Selser, “Palacios vivía muy modestamen­te, casi diría que como un anacoreta. Por suerte para él, no era hombre de mucho comer ni dado a la bebida; incluso, cuando alguien le regalaba botellas de vino o licor, las destapaba para hacer honor al invitado y apenas tomaba el sorbo del vasito. Pero si sobraba algo de vino, la botella podía quedar así por meses.

”Su comida era siempre un simple trozo de carne de res, hervida con una papa y alguna verdura. Si los domingos venían visitas comíamos tallarines, y si no otra vez carne, un pedazo pequeño de carne magra. Yo la compartía también, en el almuerzo y la cena.

”Lo que hacía Palacios era cebar mate durante todo el día, ya sea que Amelia le sirviera o yo mismo. Si me sentaba a escribir a máquina cualquier carta para él o a ordenar sus papeles, era él quien me servía. Yo no era muy aguantador al mate, tomaba tres o cuatro, pero él pasaba el día así, lo tomaba amargo y con el agua hirviendo.

”Palacios permanente­mente estaba trabajando. Si no escribía –lo hacía a mano–, estaba leyendo, siempre estaba ocupado. Lo que más recuerdo es que mientras leía tomaba apuntes. De pronto se detenía y me decía: ‘Escucha qué cosa más hermosa’,

entonces me leía en voz alta algo que le había gustado. ‘¿Qué te parece?’, me preguntaba. Yo le daba mi opinión y él seguía trabajando. También le gustaba mucho pelear con espada o sable, al estilo de los duelos. A veces practicaba con un amigo militar. En la biblioteca tenía una especie de alfombra que hacía de árbol donde sus esgrimista­s hacían sus ejercicios.

”Yo trabajaba en la Federación de Viajantes, de las dos a las ocho de la noche, pero tenía las mañanas libres, que era cuando más hablábamos y luego por las noches mientras comíamos, bien fuera que solo él hablara o que habláramos los dos sobre todo de política, la noticia del día, qué era lo que yo había escuchado o leído. Le gustaba mucho que le conversara.

”Yo no tenía gastos porque allí vivía y comía compartien­do lo poco que hubiera, y aunque de hecho era un poco pensionist­a, creo que de alguna manera le devolvía eso con mi compañía, con hacerle de secretario por las mañanas o los domingos”. (Claudia Selser, “Me hubiera gustado ser poeta o director de orquesta”, El Gallo Ilustrado, suplemento dominical de El Día, México, 23 de agosto de 1992). (...)

Gregorio Selser en una entrevista al diario mexicano El Tiempo describió la vida política e ideológica de Augusto C. Sandino: “Un izquierdis­ta nato, intuitivo, visceral. Sin educación política suficiente, pero que sabe, como dirían aquí en México, ‘lo mero principal’, que frente al invasor hay que pelear, y su lucha va a ser una lucha contra el invasor norteameri­cano. Lucha en la cual las implicacio­nes políticas locales, nacionales, en Sandino van a empezar a jugar recién en la etapa final y con cierto carácter subsidiari­o respecto del problema principal. Sandino no se lanza a luchar no para capturar el poder, y no para medrar en la lucha que finalmente era entre dos partidos tradiciona­les: el Liberal y el Conservado­r, sino porque ve su patria invadida. Sus primeros documentos dicen eso. La no búsqueda del poder y su desconocim­iento de las prácticas políticas de la región urbana quizá fueron las causas de no prever su asesinato. El, esencialme­nte, era un campesino. No es hacerle ninguna injusticia decir que tenía escasa instrucció­n. No era propiament­e un intelectua­l, pero, justamente, a pesar de no ser ni pequeñobur­gués ni el intelectua­l típico, ni el estudiante con un caudal de conocimien­tos políticos y sociales importante, está siempre ubicado correctame­nte, porque está ubicado en la defensa de su patria, con criterio sanamente nacionalis­ta. Lo que importa destacar es que el objetivo que él se propone lo logra. El objetivo que permanente­mente figura en sus documentos, casi invariable­mente, diría pertinazme­nte, es: ‘Yo lucho para que el invasor yanqui se vaya de mi patria. Que nuestros asuntos los resolvamos nosotros, los nicaragüen­ses’. Ese es su leit motiv permanente. Y lo logra, porque finalmente el último gringo se va el 1º de enero de 1933, y allí su pelea terminó”.

El joven Selser pudo compartir durante cinco años, de 1946 a 1951, las enseñanzas y el afecto de Alfredo Palacios

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JULIO FERRER*

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