Perfil (Domingo)

Broche de oro para una obra maestra

- DIEGO GRILLO TRUBBA

Hay accidentes que funcionan como milagros. Hechos equivocado­s que, sin buscarlo, desencaden­an una serie de eventos que terminan por llegar a una situación envidiable. Sucede en la ciencia, ocurre en la vida de cualquiera, y también pasa en el arte.

Se sabe que HBO es una de esas raras avis del capitalism­o, que responden exactament­e al lema publicitar­io que las identifica. “No es televisión, es HBO”. La señal premium funciona, en general, unos cuantos pasos por delante del resto. Desde Los Soprano han demostrado que hacen otra cosa que el resto de las empresas dedicadas a la pantalla chica, casi siempre mucho mejor. Eso no significa, desde ya, que no hayan tenido malos resultados en esa búsqueda de hacer algo distinto/distintivo, o que no se hayan tomado malas decisiones. Una de estas últimas fue cuando en 2006 cancelaron la serie Deadwood al finalizar la tercera temporada, dejando inconclusa­s la mayoría de las tramas, lo cual constituía una falta de respeto para el público que había seguido una serie brillante (no era la primera ocasión en que lo hacían, ya habían perpetrado algo similar con la muy buena Carnivale). Sin embargo, 13 años más tarde, no solo enmendaron el error sino que lo transforma­ron (presión del guionista David Milch y del elenco mediante) en un milagro televisivo. O, dado que reclama no ser televisión, un milagro a la HBO.

Como se dijo, pasaron 13 años entre la emisión del último capítulo de la serie y la aparición de esta película abocada a cerrar los cabos sueltos. En ese tiempo, los actores que encarnaban a los personajes crecieron, o bien se podría decir (como elogio y no como critica) envejecier­on. Y, con ellos, envejecier­on sus personajes. Ver el último episodio de la temporada 3 y pasar a la película (para que lo pueda hacer cualquiera, no estaría nada mal que HBO incluyera la serie en el espacio que posee en Flow, lo cual hasta ahora no ha ocurrido) es como ver a los personajes envejecien­do, creciendo, pero sin maquillaje plástico que lo haga todo ordinario, artificial. Los cuerpos son más frágiles, las miradas más cansinas o sabias. Sin buscarlo hace 13 años, HBO logró con este Deadwood registrar lo que implica el paso del tiempo (y mucho mejor que en el bodrio que era Boyhood), que los personajes de ficción crecieran en carnadura con la carne más blanda de sus intérprete­s. Los adultos en 13 años se transforma­ron, en algunos casos, en veteranos. Los niños, en jóvenes. La historia avanzó con ellos, y aquí termina.

Por si fuera poco, Deadwood vuelve sobre sus ideas originales, donde se planteaba en ese perdido pueblo del noroeste norteameri­cano qué significab­a vivir sin Estado, y cuáles son los costos de incorporar­se a la civilizaci­ón. Cómo se produce el pasaje de una violencia descarnada a otra más institucio­nalizada, impune no solo por la fuerza sino por haber creado reglas que la protejan. Eso que ya planteaba Martin Scorsese en Pandillas de Nueva York: antes de que se desarrolle el Estado imperaban las mafias, y luego comenzaron a operar otras mafias (la política, la economía), con otros códigos pero no menos impiadosas.

En el film se ve con nitidez cómo el empresario Hearst de la serie ahora se ha transforma­do en el senador Hearst, con los mismos métodos inescrupul­osos que antes pero con la protección del Estado porque, en cierto sentido, el Estado ahora es él. Un ser impune que inspira terror hasta en los más bestiales, al que solo una prostituta se atreve a enfrentar. Solo una outsider es capaz de decir que, en definitiva, aunque nadie lo crea, el rey está desnudo, lo que equivale a decir que si alguien poderoso abusa de su poder no resulta intocable por un grupo que desee justicia. Lo que equivale a decir que la impunidad se termina no necesariam­ente desde las institucio­nes sino que también puede eliminarse desde los damnificad­os. Más bestial, pero no menos cierto.

En medio de todo esto, la decadencia de la forma anterior de ejercicio del poder. Encarnada por un actor maravillos­o como Ian McShane, que acá es pura fragilidad y pareciera que puede quebrarlo un viento fuerte, el mismo año en que compuso a un dios omnipotent­e en la segunda temporada de American Gods. Unico, inigualabl­e, McShane cierra la historia de su Al Swearengen, ese mafioso despiadado que así como podía mandar a matar a una niña de cinco años, poseía los códigos para respetar a quien supiera cómo hacerle frente, ya fuera una prostituta como un sheriff testarudo en su honestidad. Un actor que hace que queramos a ese hombre vil, sin quitarle su miserabili­dad, apenas dotándolo de talento.

Una historia que nos recuerda que esos seres bestiales son probableme­nte menos dañinos que otros animales que visten trajes y cometen sus vilezas desde lo alto del poder.

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NETFLIX BRILLANTE. La película cierra los cabos sueltos que habían quedado de la serie, cancelada hace 13 años. Reúne al elenco original.
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MAESTRO. Ian McShane encarna a un Al Swearengen en decadencia.

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