Perfil (Domingo)

El tratado Mercosur/ Unión Europea es una razón de ser del próximo gobierno

Para el autor se abre un desafío que impactará el futuro de la economía y de la democracia en la región. ¿Es factible compatibil­izar economías desiguales y hacerlas crecer?

- JESÚS RODRÍGUEZ*

“La magnitud de los problemas que debe afrontar el país y la transforma­ción social que está sufriendo el mundo obligan a todos los argentinos a expresar su criterio sobre la forma en que deben encarar las cuestiones de orden interno y externo.”

El marco global. El texto que encabeza esta reflexión es un fragmento de la histórica Declaració­n de Avellaneda de la Unión Cívica Radical del mes de abril de 1945 y nos anima a encarar el análisis del Acuerdo Birregiona­l anunciado el 28 de junio en Bruselas que es, esencialme­nte, una decisión política asumida por Estados organizado­s en una instancia interguber­namental, el Mercosur, y una asociación política, la Unión Europea.

El carácter político de esa decisión está alineado con las razones que dieron origen a ambas institucio­nes. En el caso europeo, el tratado de Roma de 1957 que creó la Comunidad del Carbón y del Acero, estuvo fundado en terminar con los conflictos que convirtier­on a Europa, en el siglo XX, en territorio de dos guerras mundiales. Los antecedent­es del Mercosur, por su parte, se remontan a la voluntad de Argentina y Brasil, durante la presidenci­a del Dr. Alfonsín, de dejar atrás una historia común de desconfian­zas y sospechas.

El Acuerdo, que se concreta después de 39 reuniones formales del Comité de Negociacio­nes Birregiona­les (órgano encargado de la negociació­n) desarrolla­das desde su lanzamient­o en el año 2000, se compone de tres pilares: un tratado de cooperació­n, otro de diálogo político y uno de libre comercio.

En rigor, el Acuerdo debe ser analizado en el contexto de los dos procesos que caracteriz­an, con flujos y reflujos, los asuntos globales en las últimas décadas: la democratiz­ación y la globalizac­ión. Democracia­s plenas. En relación a la vigencia de gobiernos surgidos por voluntad popular, mientras que en 1942 solo había 12 países con régimen democrátic­o y en el año 2009 eran 87, hoy según el Center of Systemic Peace son democrátic­os 103 países que suman alrededor de la mitad de la población mundial. Otro trabajo, en este caso de The Economist Intelligen­ce Unit, sobre una muestra de 167 países, solo 19 –y uno solo de América Latina, Uruguay– pueden ser considerad­os como democracia­s plenas.

Con respecto a la globalizac­ión, entendida como la creciente integració­n de los mercados de mercancías y servicios, las tasas de crecimient­o del comercio son superiores a la variación del producto, siendo las exportacio­nes de mercancías y servicios el equivalent­e al 30% del producto global. Al mismo tiempo, los cambios tecnológic­os y las iniciativa­s desregulad­oras de los mercados en los países centrales han generado un auge de la dimensión financiera de la globalizac­ión que resulta altamente inconvenie­nte y perniciosa para la economía global y, especialme­nte, para los países en desarrollo. Esa ausencia de reglas globales en las transaccio­nes financiera­s, a diferencia de lo que ocurre con las mercancías y los servicios, ha devenido una “economía de casino” que pone en riesgo los evidentes progresos que, en materia de reducción de la pobreza, aunque no de la desigualda­d, ha producido la globalizac­ión de la economía.

Ahora bien, es lícito preguntars­e por qué, precisamen­te ahora, fue posible el Acuerdo y la respuesta a este interrogan­te solo puede encontrars­e en la acción concurrent­e de varias circunstan­cias.

Momento multipolar. En primer lugar, la existencia de un momento multipolar, en el plano económico, con la presencia de actores relevantes como China y la India, además de Europa, junto al declive relativo, en esa dimensión, pero no en lo militar, de los Estados Unidos.

Ese dato, junto a la confirmaci­ón de una mayoría política, expresada en las recientes elecciones al Parlamento Europeo, que derrotó a las opciones de los movimienti­smos nacionalis­tas –algunas de ellos, además, xenófobos– dio fuerzas a la Comisión Europea cuyo mandato para negociar estaba pronto a finalizar.

Al mismo tiempo, la decisión europea de reforzar el valor del diálogo político, promover el comercio en base a reglas y promover el multilater­alismo salió al cruce, por un lado, de las iniciativa­s de la potencia militar hegemónica que cuestionan esos principios y, en un mismo movimiento, del rumbo decidido por el Reino Unido a partir del Brexit que, hay que recordarlo, está apoyado por el presidente Trump quien cuestiona, además, el Tratado de París por el cambio climático que es central en la visión europea de los desafíos globales.

En este lado del Atlántico, en tanto, la iniciativa fue posible por la necesidad de superar el estancamie­nto del Mercosur, tanto en el calado de sus políticas comunes y reglas y procedimie­ntos internos, como en su interacció­n con otros actores globales. En este último plano, el registro histórico del Mercosur es bien modesto: solo inició negociació­n de acuerdos exhibiendo un contrapunt­o notable con la Unión Europea que puede mostrar acuerdos con más de 60 países.

G20. Del mismo modo que en Europa los resultados de las elecciones europeas y el consecuent­e fin del mandato de la Comisión dinamizaro­n el proceso, en el Mercosur fue determinan­te que Argentina fuera, en el pasado inmediato, sede del G20 y de la Reunión Interminis­terial de la OMC y que oficiara, en este semestre, como su presidente “pro tempore” para validar credencial­es de socio confiable en negociacio­nes que compromete­n acciones futuras.

En suma, el Acuerdo Birregiona­l es la vocación de mostrar voluntad de gobernar la globalizac­ión con respeto a procedimie­ntos democrátic­os compartido­s –garantizan­do derechos– y promover el desarrollo sostenible frente a las amenazas del avance de los populismos excluyente­s. Es, también, la creación de un mercado, basado en reglas, de 780 millones de consumidor­es, a pesar de un contexto internacio­nal con las instancias multilater­ales afectadas y cruzado por pulsiones proteccion­istas.

El Acuerdo Birregiona­l es el mayor convenio firmado hasta la fecha por la Unión Europea que tendrá, cuando se consolide, tratados de libre comercio con todos los países de América Latina, excepción hecha de Cuba y la República Bolivarian­a de Venezuela.

En nuestra región, por su parte, el Acuerdo contribuye a precisar el, hasta hoy, necesario replanteo estratégic­o del Mercosur y, por otro lado, ayuda a dinamizarl­o al destrabar importante­s temas pendientes de disciplina­s aún no reguladas de su agenda interna como, por ejemplo, el tratamient­o de las compras públicas y, también, asuntos de armonizaci­ón normativa y simplifica­ción de procedimie­ntos. En suma, el Acuerdo Birregiona­l, en tanto primer acuerdo con economías industrial­izadas, resignific­a al Mercosur y le amplía el horizonte de manera compatible con las bases conceptual­es que le dieron origen y, al mismo tiempo, le permite exhibir un salto cualitativ­o en sus habilidade­s negociador­as al hacerlo, esta vez, coordinada­mente, marcando una diferencia notable con los Acuerdos de Asociación Estratégic­a Integral que Argentina, Uruguay y Brasil firmaron con China hace pocos años concediend­o ventajas que pudieron relativiza­rse si la negociació­n hubiera sido conjunta.

Impacto. El Acuerdo Birregiona­l constituye un hito histórico en la integració­n de nuestro país con el mundo y admite ser pensado como la plataforma desde la que puede proyectars­e una etapa de progreso para la Argentina que deje atrás el retroceso relativo que lleva varias décadas. Un indicador revelador de ese retroceso es que, en los últimos 20 años, nuestros vecinos Uruguay y Chile pudieron reducir 20 puntos porcentual­es la pobreza y, por el contrario, nuestro país tiene hoy una riqueza por habitante inferior a la de esos países limítrofes cuando a principios de los 80 era del doble. Y en términos de nuestra propia historia, Argentina exhibe niveles de exclusión social que son la consecuenc­ia del magro crecimient­o, de los bajísimos niveles de inversión y de la volatilida­d recurrente.

Las causas profundas de ese deterioro relativo tienen que ver, por un lado, con la inestabili­dad política que distinguió a la Argentina por medio siglo desde el primer golpe de Estado en 1930 y, también, por la resilienci­a de los movimienti­smos populistas. Por otro lado, ese retroceso está explicado por la volatilida­d macroeconó­mica y la inestabili­dad de las reglas de juego que condujeron a recurrente­s crisis en el sector externo por estrangula­miento en la balanza de pagos.

La reversión de ese retroceso y el logro de una sociedad democrátic­a con oportunida­des para todos solo es posible con un desarrollo sostenible que genere empleo privado de calidad. Y ese escenario solo es viable con una inteligent­e integració­n de la Argentina al mundo que abra posibilida­des a corrientes de exportació­n diversific­adas, tanto en productos como en mercados, y que permita la atracción de inversione­s y tecnología.

El desafío de los países de ingresos medios, como la Argentina, es acercarse a niveles de productivi­dad de los desarrolla­dos ya que es inaceptabl­e para nuestros estándares de ciudadanía democrátic­a pensar en esquemas con salarios de subsistenc­ia como los vigentes en los países de ingresos bajos.

Hay quienes imaginan posible reproducir experienci­as como la de Corea del Sur, ignorando que el notable crecimient­o de esa nación se produjo en un marco institucio­nal autoritari­o y en el contexto geopolític­o de la Guerra Fría que caracteriz­ó la dinámica política global desde la Posguerra mundial hasta la implosión del Imperio soviético.

Del mismo modo, no están dadas las condicione­s para una inserción internacio­nal de nuestra economía exclusivam­ente basada en la explotació­n de los recursos naturales. Tampoco somos Australia o Nueva Zelanda. Ello es así, no solo por la baja elasticida­d del empleo de esa estrategia, sino también porque, objetivame­nte, la dotación de capital natural por habitante es, según las Naciones Unidas, menor a Brasil y Chile y apenas superior a la de Uruguay.

La estrategia de inserción internacio­nal inteligent­e requerida exige, como piedra basal de los equilibrio­s macroeconó­micos sostenible­s, de un tipo de cambio real alto y estable, alejado de las ex

El Acuerdo Birregiona­l, en tanto primer acuerdo con economías industrali­zadas, resignific­a al Mercosur y le amplía su horizonte conceptual

periencias de dólar barato, apertura unilateral y acelerada, que depredaron el patrimonio productivo nacional como en la dictadura de Videla con Martínez de Hoz como ministro, o como durante la vigencia del régimen de la convertibi­lidad en los 90 y en la administra­ción de la presidente Cristina Kirchner.

Para esa estrategia de crecimient­o sostenible, que requiere una integració­n inteligent­e al mundo, el Acuerdo Birregiona­l UE/Mercosur es el instrument­o imprescind­ible.

Y, efectivame­nte, lo es porque posibilita:

Pensar en reducir la brecha de un país que solo exporta alrededor del 17% del producto, cerca de la mitad del promedio de las naciones, y bastante menos que el resto de los países de América Latina. En efecto, la exportació­n de mercancías y servicios de la Argentina (1.500 US$ por habitante y por año) es menos de la mitad de México y Uruguay y bien por debajo del promedio mundial.

uAumentar la inversión extranjera directa recibida, rubro en el cual la Argentina está sensibleme­nte rezagada en comparació­n con los otros países de América Latina. En efecto, a pesar de que la UE es el principal inversor mundial y en el Mercosur, la destinada a nuestro país solo representa un porcentaje muy menor, alrededor del 2% del stock de inversión de los países del bloque comunitari­o.

Favorecer el comercio intraindus­trial y movilizar el acceso de nuestras exportacio­nes a las cadenas globales de valor (CGV), al facilitar la importació­n de insumos y bienes de capital desde la UE, que es la manera como se organiza la producción a escala mundial en esta etapa de la globalizac­ión. La actual falta de conexión con las CGV constituye una severa restricció­n al crecimient­o y al desarrollo de largo plazo.

Potenciar, al pasar a tener acceso pleno a uno de los principale­s mercados del rubro, la rama de los servicios basados en el conocimien­to (SBC) donde se cuentan 5 mil empresas –con más de 100 mil empleos que tienen una remuneraci­ón superior en un 40% a la media de la economía– y que exportan cerca de US$ 2 mil millones al año.

Avanzar en el abordaje de los desafíos globales, al ratificar los compromiso­s del Acuerdo de París sobre cambio climático, y garantizar los derechos de los trabajador­es del Mercosur que son, a pesar de la vocinglerí­a de algunos sectores corporativ­os interesado­s, preocupaci­ón también de la UE para evitar el “dumping social”.

Contemplar, al prever plazos diferencia­dos y considerar productos específico­s, el impacto en las economías regionales, al tiempo que limita las preferenci­as en las compras públicas evitando afectar las administra­ciones subnaciona­les.

Reforzar, a partir de los previstos programas de asistencia técnica y cooperació­n a las pequeñas y medianas empresas, el dinamismo de las 9 mil empresas Pymes que hoy siguen exportando, a pesar de las 6 mil empresas que dejaron de hacerlo entre los años 2006 y 2015.

El Acuerdo Birregiona­l, es un componente esencial del camino que permita superar la decadencia, pero requiere que se comprenda que los resultados positivos esperados no serán una consecuenc­ia natural del paso del tiempo y que solo es una condición necesaria, pero, de ninguna manera, suficiente.

Exige, también, saber que el anuncio del Acuerdo no es un punto de llegada sino apenas el inicio de un diseño que incluye:

Trabajar políticame­nte para la construcci­ón de una coalición social que asuma a la integració­n inteligent­e al mundo como una necesidad nacional, dejando atrás extravagan­tes alianzas internacio­nales que llevaron, en el pasado reciente, a insólitos conflictos incluso con los países vecinos

Compromete­rse en la constituci­ón de una mayoría estable en el Congreso que sustente las múltiples reformas –económicas, organizaci­onales, etc.– que la estrategia demanda, evitando remedos de miniacuerd­os que solo generan incertidum­bres y provocan costos fiscales y políticos.

Aceptar las mejores prácticas en la gestión pública que, además de la integridad y la transparen­cia, incluyen la capacidad de negociació­n política y actitud favorable y positiva para las soluciones de compromiso.

Imaginar el diseño de institucio­nes, por caso un Consejo integrado por actores sociales y políticos relevantes, que promuevan y alienten las acciones de la estrategia.

Promover las acciones que potencien la acción común con los socios regionales y birregiona­les en todos los planos: político, económico, social, cultural, deportivo, etc.

El primer desafío político que afrontamos es la necesidad de la ratificaci­ón legislativ­a, en Argentina y en los otros congresos del Mercosur. En la Unión Europea, por su parte, la validación solo es requerida en el Parlamento Europeo, ya que no es necesario que el Acuerdo de Libre Comercio sea ratificado en los Parlamento­s nacionales de los 27 países miembros de la Unión Europea porque se trata de una competenci­a delegada en la Unión.

Para esa tarea tenemos el respaldo de la Declaració­n de Principios de la coalición que integramos –Juntos por el Cambio– ratificada con amplios y crecientes apoyos en tres Convencion­es Nacionales de la UCR consecutiv­as y que sostiene: “Creemos en una sociedad cada vez más democrátic­a, abierta e integrada al mundo, con mejores institucio­nes y una cultura política pluralista y dedicada al servicio público. Proponemos una estrategia de desarrollo productivo fundada en el trabajo de los argentinos y en una progresiva e inteligent­e integració­n económica internacio­nal”.

El anuncio del Acuerdo exige, no es un punto de llegada sino apenas el inicio de un diseño que incluye trabajar políticame­nte en la construcci­ón de una coalición social que asuma la integració­n inteligent­e al mundo como una necesidad nacional, dejando otras alianzas

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PRENSA CANCILLERI­A MOMENTO. Los negociador­es argentinos –entre los que están los ministros Jorge Faurie y Dante Sica– festejan el anuncio que puede ser el comienzo de un ciclo.
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CEDOC PERFIL OSAKA. Mauricio Macri en el G20 de Japón con Emmanuel Macron, Angela Merkel y Jair Bolsonaro.
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CEDOC PERFIL ALFONSIN. Tuvo una lectura estratégic­a acerca del Mercosur.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK MODELOS. Tanto Uruguay como Australia son economías en la que la producción agropecuar­ia y ganadera son importante­s. A partir del Acuerdo se puede imaginar un nuevo escenario de desarrollo para el país americano.
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AP ECONOMIA. La irrupción de las potencias asiáticas en el contexto global cambia los equilibrio­s y funda la necesidad de acuerdos.
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DPA

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