El peronismo como destino
Luces y sombras detrás del gran movimiento político
La política es el destino, decía Napoleón; mi destino fue el peronismo. Perón apareció en mi vida la mañana del 4 de junio de 1943 estando en la escuela primaria: los alumnos fueron apresuradamente retirados por sus padres al enterarse de que había estallado el golpe militar. Escuché la voz inconfundible de Perón a través de la radio en ocasión del terremoto de San Juan. A comienzos de 1944 descubría la de Eva Duarte en el radioteatro de la tarde. (...)
En las elecciones de 2019 no se trata tan solo de un cambio de hombres, ni siquiera de partidos; se trata de un punto nodal, del pasaje crucial de un sistema
político, social, económico y ético regido por el estatismo antidemocrático y aislado del mundo, en dirección de una república integrada al mundo democrático. Esto no significa el fin de la grieta; la pretendida “unión nacional” no es otra cosa que una utopía totalitaria. El populismo, que es movimientista, cree en la existencia de una unidad totalizadora entre el Pueblo y la Nación y pretende superar el conflicto mediante la supresión del adversario al que considera un enemigo.
La democracia, en cambio, se basa en la interacción entre individuos agrupados en partidos políticos, que se contradicen y luchan unos contra otros, y que superan el conflicto por medio del diálogo y los acuerdos. La encrucijada argentina actual es la misma que en 1983: nos en
contramos, una vez más, ante un cambio ya no solo de gobierno sino de sistema, de modo de vida. (...)
El menemismo
La transfiguración de Carlos Saúl Menem –folclórico caudillo de una provincia pobre, disfrazado de Facundo Quiroga– en un político moderno fue, en parte, una consecuencia de la previa transición democrática iniciada por Raúl Alfonsín. Las circunstancias críticas en que asumió el poder y también su percepción de la realidad cambiante le impusieron la paradójica faena de destruir el peronismo clásico y además –por una de esas ironías de la historia– hacerlo en nombre del propio peronismo.
Tras los levantamientos de Semana Santa (Campo de Mayo, abril de 1987), Monte Caseros (enero de 1988), Villa Martelli (diciembre de 1988) y Córdoba y Capital Federal (3 de diciembre de 1990) –que contaron con la simpatía de la ultraderecha del peronismo– Menem consiguió lo que había sido casi imposible para Alfonsín, la ansiada subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil, quebrando al mismo tiempo la alianza fundamental del peronismo histórico con el Ejército.
El menemismo continuaría la política de desmilitarización iniciada por Alfonsín, no solo en el campo de la defensa nacional, sino también en el campo de la política exterior: por un lado, firmando sendas declaraciones conjuntas con los presidentes chilenos Patricio Aylwin y Eduardo Frei, que dieron por terminados los problemas limítrofes con Chile; por otro, la creación del Mercosur –continuando la política de cooperación iniciada por Alfonsín y su par del Brasil, José Sarney– significaba, aparte de las ventajas económicas, el fin de la percepción del Brasil como un potencial enemigo. Esta política de pacificación dejaba a las Fuerzas Armadas sin sus tradicionales hipótesis de guerra con países limítrofes. La declaración del cese de hostilidades dando un corte definitivo a las posiciones beligerantes heredadas de la última dictadura se vio plasmada en la reanudación de las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña que permitió a la Argentina fortalecer lazos con la Comunidad Europea y con Estados Unidos.
Otro avance del menemismo consistió en suprimir el servicio militar obligatorio, producto del brutal asesinato del conscripto Omar Carrasco, que sacó a la luz la práctica de vejaciones permanentes a las que eran sometidos los jóvenes soldados.
Menem supo captar ese estado de ánimo y eliminó el instrumento que usaban las Fuerzas Armadas para manipular a la juventud y adoctrinarla en el nacionalismo, el autoritarismo y la subordinación al poder militar.
El ímpetu modernizador –convencido u oportunista–, iniciado por Alfonsín, se mantuvo y aun se acrecentó con medidas que repugnaban a la Iglesia, entre otras el otorgamiento de la personería jurídica a una agrupación de homosexuales después de que la Corte Suprema, en un fallo prejuicioso, se la había denegado. La Constitución Nacional reformada en 1994 –de acuerdo con el principal partido de la oposición, la Unión Cívica Radical– suprimió la cláusula discriminatoria que exigía al presidente de la República la pertenencia al culto católico.
Otro blanco en la mira del reformismo menemista fue la corporación sindical, antigua aliada de Menem en la interna peronista contra el gobernador bonaerense Antonio Cafiero. El menemismo logró, sin provocar grandes disturbios, imponer restricciones al derecho de huelga, cambios en el régimen previsional, desregulación de las negociaciones colectivas de trabajo, modificación de la ley de accidentes del trabajo y extensión de la jornada laboral. Menem no se propuso, como Alfonsín, la democratización del sindicalismo, pero la ruptura de la unidad de la CGT significó un avance contra el corporativismo autoritario.
Al asumir el poder, Menem se encontró con el Estado quebrado y la inflación devorándolo todo. Tras cuarenta años de inflación, quince de megainflación –récord único en el mundo– y tres picos de hiperinflación, era evidente la imposibilidad de seguir recurriendo a la emisión monetaria como instrumento de crecimiento y distribución. Ante la bancarrota de las empresas públicas y el colapso de los servicios públicos no había otra salida que las privatizaciones. Al estupor y la indignación de los peronistas ortodoxos y los autollamados de izquierda, Menem alegaba que su inclinación por la economía liberal era continuación de
La democracia se basa en la interacción entre individuos agrupados en partidos políticos