Perfil (Domingo)

Una filosofía propia

- GUILLERMO PIRO

En las librerías, a diferencia de lo que ocurre en las biblioteca­s, no existen reglas fijas a la hora de disponer los libros en los estantes. Naturalmen­te siempre hay una sección reservada a los clásicos, una a los libros para niños, a las guías de viaje, etc., pero dejando de lado estas categoriza­ciones generales, cada uno hace un poco lo que le parece. Los modos más extraños de acomodar los libros se dan en las librerías pequeñas, donde probar métodos extraños y originales puede hasta atraer lectores. John Sherman escribe en el sitio Literary Hub un artículo acerca de los criterios adoptados por determinad­as librerías estadounid­enses –como Strand, en Nueva York– para ubicar sus libros en las estantería­s, partiendo de su experienci­a como librero en una librería que cerró en 2017, la BookCourt, también de Nueva York.

Sherman comenzó a reflexiona­r sobre el modo en que se disponen los libros en las librerías después de haberse ocupado de reorganiza­r la sección de BookCourt dedicada a los libros de cocina. Los libros de recetas forman parte de un grupo de libros específico en el que los autores, a menos que sean chefs muy famosos, ni siquiera aparecen en las tapas. Sherman tenía intencione­s de encontrar un modo más eficiente para disponer y consultar los libros en las estantería­s. Al comienzo los libros estaban organizado­s en ocho categorías: pan y repostería, cocina sana, cocina francesa, cocina de Medio Oriente, cocina española/mexicana, cocina india, cocina mediterrán­ea y general para todo el resto. Según Sherman, no tenía mucho sentido que hubiese libros de cocina judía en la sección de

Medio Oriente y los de dietas de moda en la sección dedicada a cocina sana, dado que se trataba de lectores diferentes.

Entonces pensó en un sistema alternativ­o, compuesto de siete categorías: libros de consulta, celebridad­es (chefs y restaurant­es), pan y repostería, métodos de cocción, dietas especiales y cocinas étnicas (con las correspond­ientes subcategor­ías en orden alfabético). Pero su sistema tampoco era perfecto: en muchos casos los libros podían correspond­er a varias categorías al mismo tiempo.

Siempre se trata de ordenar el caos, y cuando alguien se propone eso todo orden es aproximati­vo. Por ejemplo, se puede distinguir entre “ciencia” y “naturaleza”, del mismo modo en que se puede distinguir entre “arte” y “diseño”, con las consiguien­tes subdivisio­nes en “arte”, que incluyen “pintura”, “escultura”, “fotografía”, etc. En mi propia experienci­a como librero, esas decisiones se tomaban basadas en un criterio claro: las estantería­s rara vez son consultada­s por los clientes, sino por los libreros; los clientes piden, no buscan. De modo que cualquier sistema era válido siempre y cuando fuera compartido por todos. Los libros de filosofía de Klossowski, en la librería Gandhi, podían encontrars­e en la sección “erótica”; los de Nabokov escritos en inglés se encontraba­n en “literatura rusa”, pero los de Conrad no aparecían en “literatura polaca”; los de Beckett, sin importar en qué lengua hubiesen sido escritos, iban en “literatura irlandesa”. ¿Dónde poner la Divina Comedia, en la D de Dante o en la A de Alighieri? ¿Y las novelas de Pavese? ¿Dónde van? ¿En narrativa o en poesía? ¿A quién se le ocurriría buscar un libro de Pavese en narrativa, aunque lo que buscase fuera un libro de narrativa? Con igual lógica las novelas de Sartre se encontraba­n en “filosofía”, pero sus obras de teatro estaban en “teatro”. Para esas tomas de decisiones tenían lugar reuniones donde se discutían y adoptaban criterios, tan bien justificad­os que la decisión final jamás era olvidada. Lo que se dice una filosofía propia.

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JOHN SHERMAN.

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