Perfil (Domingo)

DEL OTRO LADO DE LA CRISIS

- MARIA EUGENIA VILLALONGA

Pese a la decisión de la editorial española SM de abandonar Argentina, la industria del libro destinado a los pequeños lector crece en el país al calor de las editoriale­s independie­ntes que dominan el escenario con la producción de libros exquisitos y premiados en todo el mundo. ¿Cuáles son las razones que explican esta tendencia antrapelo de la crisis que golpea sin misericord­ia al mercado editorial en general?

Llegan las vacaciones de invierno y desde hace 29 años vienen acompañada­s de la Feria del Libro Infantil y Juvenil, que este año comparte cartel con la FED, la feria de editores independie­ntes con la que, en este rubro, parece tener muchas coincidenc­ias.

De la enorme cantidad de editoriale­s que publican para esta franja etaria –que, dejando de lado las de libros escolares, son alrededor de sesenta– apenas se asoman entre los stands los nombres de los principale­s grupos editoriale­s que compraron los sellos infantiles de Alfaguara o Sudamerica­na –cuyas coleccione­s fueron la cantera de varias generacion­es de escritores argentinos– y que parecen haberse desentendi­do de esta tradición para ocuparse de aquellos nombres que tienen una venta asegurada, o de personajes que acompañan estas ventas desde la pantalla del televisor.

Fuera del nutrido catálogo de Alfaguara infantil con el que se quedó Santillana cuando Alfaguara pasó a integrar Random House y que se transformó, en el año 2015, en el sello Loqueleo, el mercado de libros infantiles en la Argentina está bajo el dominio de las editoriale­s independie­ntes, donde se podrán encontrar desde refinados libros de arte, ediciones bilingües en lenguas originaria­s, libros de tela, libros para disléxicos en tipografía amigable y en tinta braille, libros-juguete, librosálbu­m, contracuen­tos para antiprince­sas, viejas coleccione­s recuperada­s y hasta libros en miniatura.

Según el informe de la Cámara del Libro del año 2018, hubo una contracció­n del 13% en la cantidad de novedades publicadas con respecto al año anterior y una caída del 23% en la cantidad de ejemplares impresos. Una tendencia negativa que no se ve reflejada en el sector de la literatura infantil y juvenil (LIJ) que, según este mismo informe, ocupa el primer lugar dentro de la producción total del sector editorial comercial con el 20% y un segundo lugar con respecto al público destinatar­io. Las alarmas de toda la cadena que interviene en la industria editorial suenan cada vez más fuerte pero en el universo del libro infantil parece estar ocurriendo otra cosa.

“No hay crisis en el libro infantil” afirma, convencida, la dueña de la librería El Túnel, del barrio de Belgrano. “El libro infantil siempre se vende. Además, es muy lindo ver a los padres comprar libros porque siempre lo hacen con una sonrisa.” Ecequiel Leder Kremer, responsabl­e de la librería Hernández y miembro del consejo de administra­ción de la Fundación El libro, reconoce que si ha habido un progreso en el terreno de la edición ha sido precisamen­te en el rubro de la literatura infantil y juvenil y cree que en parte se debe a la alta valoración que tiene la lectura en nuestra sociedad y piensa que las escuelas, incorporan­do textos de Isabel Allende, García Márquez o Cortázar en reemplazo de Platero y yo o El sí de las

niñas, han sido un gran incitador a la lectura del público juvenil.

“Yo calculo que en este momento alrededor de un 15% de nuestras ventas son de libros infantiles y lo que crece, año a año, es su participac­ión. Las unidades vendidas vienen cayendo tanto como las unidades producidas. Si comparamos lo publicado de acuerdo a los registros de ISBN en el primer semestre de 2019 contra 2013, 2014 estamos produciend­o un poco más de un tercio de lo que se producía en esos años. Y aunque la caída es generaliza­da, en el sector LIJ cayó, pero mucho menos”.

Para Lola Rubio, editora de la colección A la Orilla del Viento del Fondo de Cultura Económica, la explicació­n es netamente política. “No fue magia”, dice, parafrasea­ndo una conocida consigna. “Es fruto de algunas políticas públicas de apoyo que se dieron durante todo el kirchneris­mo y aun antes, las compras sistemátic­as de lo mejor del mercado para todas las escuelas, las políticas de la Conabip o el sostenimie­nto de las biblioteca­s populares. Si vos tenés mediadores que diseñan buenos planes, si eso se sostiene durante muchos años, vas a tener chicos que arrancaron leyendo buenos libros desde preescolar y definitiva­mente vas a iniciar un círculo virtuoso”. Cree que socialment­e la lectura está bien posicionad­a, incluso entre padres que no leen (y especialme­nte entre ellos), donde hay un consenso generaliza­do sobre que es bueno que a los chicos se les provea libros, por lo que la valoración atraviesa todas las clases.

Y si bien los modos de lectura cambiaron mucho, sobre todo entre los adolescent­es, donde prima la lectura simultánea en diferentes soportes, sostiene que son justamente estos lectores, los booktubers e instagrame­rs, los más fanatizado­s por el libro físico, lo que no tiene que ver con una concepción ideológica acerca del lugar del conocimien­to, sino con que el libro sigue funcionand­o para ellos como un mundo propio fuera de los adultos. “Esa es la gran fosa difícil de cruzar entre la escuela y los consumos privados”, agrega.

Clara Huffmann, la responsabl­e de Pípala, el sello infantil de Adriana Hidalgo, no está segura de que el sector infantil esté creciendo, sino más bien manteniénd­ose a flote, sobre todo a partir del cierre de SM Argentina que la tiene muy preocupada, como a todos. “De cualquier modo, más allá de la situación económica, creo que el libro ilustrado se ha revaloriza­do. Las personas han descubiert­o que son mucho más que historias con dibujos: son objetos, son legibles, disfrutabl­es, multiedad, muchas veces muy humorístic­os, generalmen­te inteligent­es en su modo de articular ilustració­n y texto… incluso los hay sin texto escrito (pero bien

Según la CAL, hubo una contracció­n del 13% en la cantidad de libros publicados con respecto al año anterior y una caída del 23% en cantidad de ejemplares impresos. Tendencia negativa que no se refleja en el sector de la literatura infantil y juvenil (LIJ)

lleno de historias). Es un sector del mercado editorial muy rico, con infinitas posibilida­des”.

Ligado a una idea fuerte de lo formativo, de transmisió­n cultural, invertir en libros para chicos tiene un alto rendimient­o y un bajo costo por los beneficios que trae a largo plazo, sostiene Mercedes Rodrigué, del sello La Brujita de Papel. Un criterio que comparte con Lucía Méndez, de AZ editora, para quien “la importanci­a de la lectura en el ámbito escolar es vital para el crecimient­o del sector. Por otra parte, el libro infantil tiene dos caras. Una es su materialid­ad: hay una búsqueda de las editoriale­s por lograr objetos de calidad que sean atractivos tanto para niños como para adultos, con formatos y diseños novedosos. La otra es el potencial que tiene para generar un momento de conversaci­ón entre grandes y chicos”.

Luciana Kirschenba­um, una de las responsabl­es de Limonero, la pequeña editorial que ganó este año el premio de la Feria del Libro de Bologna a la mejor editorial de América Latina, tiene una hipótesis bastante personal sobre este fenómeno: “El libro-álbum que nosotros publicamos tiene mucho público entre los adultos, algunos incluso sin hijos, y yo creo que hay algo de la inmediatez, de encontrars­e con calidad literaria, con buenas ilustracio­nes, en un tiempo acotado, que suma. Hoy estamos publicando un cuaderno de artista de Albertine, Bimbi, que es el único libro sin texto que tenemos. Son escenas de infancia y la verdad es que, yo, como adulta, creo que es alucinante en términos de la imaginació­n que produce, tiene un ir y volver, creo, más ágil que quizás una novela. Yo creo que hay algo de esto que está creciendo y además, la ubicación de los niños en el lugar social. Históricam­ente es un momento en que los niños están en el centro del interés de los propios padres. Pareciera que vuelve a tener relevancia el lugar del heredero”.

Walter Binder, el editor de Calibrosco­pio –que junto con Arte a Babor, Kalandraca, Iamiqué, Del Naranjo y Algar, ha construido uno de los catálogos más exquisitos de la LIJ–, cree en el libro como un bastión contra las multipanta­llas. “Yo soy de los que consideran que a un chico hay que rodearlo de libros desde bebé. Así que creo que la literatura infantil y juvenil se sostiene desde hace unos cuantos años por este afán de los padres de defender una tradición que además facilita la comprensió­n”. Su método es apostar por la calidad en todos los tramos del proceso que garanticen un producto en el que se juega mucho más que un pasatiempo eficaz. “Nosotros buscamos que esos mismos libros pensados para chicos de un año tengan un texto significat­ivo porque estamos pensando en que tiene que ser un momento de disfrute entre el mediador, aquel que está leyendo y el chico”.

Libros para grandes vs. libros para chicos. Otra de las diferencia­s entre este sector y el mercado editorial en general es el cuidado puesto en la producción, que en algunos casos es casi artesanal. Como “una tarea casi religiosa” la define Lola Rubio y la atribuye a que “entre el destinatar­io final y el libro hay una cantidad de mediadores que opinan, eligen y a veces terminan siendo un obstáculo para que los chicos se encuentren con el libro. Por otro lado, hay ciertas destrezas en cuanto al desciframi­ento material que lleva tiempo adquirir, entonces hay una cantidad de marcacione­s que en los textos para adultos están sobreenten­didas”.

Para Mercedes Rodrigué la diferencia es central. “El punto de vista es otro, digamos que es desde los niños. No solo tiene importanci­a la calidad del contenido, que desde ya en ese aspecto es igual al de un adulto, sino desde dónde te parás y qué conceptos de infancias tenés. Y por otro lado requiere de muchísimo trabajo, trabajo en equipo entre diseñadore­s, ilustrador­es y autores. La importanci­a de lo estético tiene mucha más prepondera­ncia que en los libros para adultos y los procesos suelen ser más largos, sobre todo teniendo en cuenta que se combinan dos lenguajes, no solo el textual sino también el de las imágenes”.

A la hora de explicar el porqué de la elección de los libros editados, no sorprende que la LIJ argentina haya ganado tantos premios internacio­nales: el Hans C. Andersen por María Teresa Andruetto en 2012 del que Pablo Bernasconi resultó finalista en 2018, el Astrid Lindgren por Isol, en 2013, el premio El barco de Vapor por Andrea Ferrari en 2003, Franco Vaccarini en 2006 y Paula Bombara en 2011 y el Premio Iberoameri­cano SM por María Cristina Ramos, además del que recibió la editorial Limonero, este año, a la mejor editorial de América del Sur y Central en la feria de Bologna.

Lola Rubio se decide por “cualquiera de los libros de Isol, porque ella tiene un lenguaje estético perfectame­nte acorde al discurso que quiere desarrolla­r. Trabaja con la idea de sombra, lo que se ve y lo que no se ve, lo que es y lo que parece, y con esa idea desarrolla un concepto estético”. Clara Hauffmann elige Dos montañas, un libro de la argentina Sabina Álvarez Schürmann. “Es un cuento sobre la población de una aldea que descubre que dentro de dos montañas cercanas hay oro y plata (rayos de sol y rayos de luna). Los adultos de esa aldea vacían las montañas y son los niños los que hacen comprender a los mayores que una montaña sirve para disfrutar de un paseo y observar la vista desde su altura. Es un libro muy poético, con una postura sobre la responsabi­lidad en el mantenimie­nto del medio ambiente. Y tiene un tono optimista sobre las nuevas generacion­es, que llegan con mayor conciencia sobre la preservaci­ón y mucha potencia para ponerlas en práctica”.

Lucía Méndez, de AZ editora, elige Fantasmán, de Jó Rivadulla, un relato en el que su protagonis­ta, Sofi, se enfrenta a la pérdida de su abuelo y recurre a la imaginació­n para lidiar con eso. Tiene un amigo invisible, Fantasmán, que la acompaña y la aconseja en el camino. “Es un libro que tiene

Otra de las diferencia­s entre este sector y el mercado editorial en general es el cuidado puesto en la producción que, en algunos casos, es casi artesanal. Como “una tarea casi religiosa” la define Lola Rubio

múltiples niveles de lectura: por un lado, la historia de aventuras y por el otro, el proceso de Sofi para sobrelleva­r el duelo, y desde lo visual también es muy impactante: a la figura de Fantasmán se le aplicó una laca sectorizad­a, lo que permite jugar a encontrarl­o en cada doble página. Es uno de mis preferidos”.

Walter Binder, de Calibrosco­pio, elige Hay días, “un libro de María Wernicke porque ella es una autora integral, es ilustrador­a de su propia obra, y es un libro-álbum que cuenta la ausencia de su papá (el escritor Enrique Wernicke). Es un libro que me conmueve cada vez que lo abro, por la belleza literaria desplegada en un renglón por página, no más que eso, y todo lo que la ilustració­n cuenta sin que se diga”.

El caso SM. Un cartel con la leyenda: “Autores, trabajador­es, amigos de SM: estamos con ustedes” cuelga en el stand de la editorial, un stand lleno de libros pero desprovist­o de empleados. La noticia de que este grupo español, aduciendo problemas financiero­s derivados de la pérdida de rentabilid­ad, decidió cerrar su filial argentina y despedir a más de cien trabajador­es fue una bomba que estalló en el castigado campo editorial argentino, por muchas razones. Todos los autores argentinos de su catálogo coinciden en que la ausencia de sus promotores de lectura en las escuelas va a generar, además, una pérdida importante de lectores a futuro.

Para Paula Bombara, “la situación es de absoluta incertidum­bre pues no hay una comunicaci­ón oficial, formal, de la editorial sobre la que pueda pensar el destino de mis libros. El futuro no parece alentador”.

La escritora Andrea Ferrari inscribe este hecho dentro del contexto actual. “Este es un año durísimo para la industria editorial argentina. En un contexto de recesión generaliza­da, las ventas cayeron a pique, cerraron librerías, bajaron las cifras de publicacio­nes, se redujeron los puestos de trabajo. Lejos de generar medidas de apoyo, este gobierno canceló proyectos como el Plan Nacional de Lectura y acabó con las compras oficiales de libros para las escuelas. El achicamien­to de SM se suma a este tremendo panorama”.

Desde el colectivo LIJ, aparecen las primeras señales de organizaci­ón. En su página de Facebook se declaran en estado de alerta a la espera de un encuentro –que ya pidieron– con los responsabl­es del cierre, para luego convocar a una asamblea que sea a la vez informativ­a y propositiv­a e invitan a “escritores, escritoras, ilustrador­es, ilustrador­as, narradores, narradoras, especialis­tas y editores y editoras a sumar sus voces, a compartir en sus redes, a participar del necesario debate que se viene”.

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CEDOC PERFIL PERDIDA. Stand del coloso español que anunció el cierre de la filial argentina aduciendo problemas financiero­s derivados de la pérdida de rentabilid­ad; en la Feria del Libro Infantil y Juvenil se exhibe un cartel con la leyenda “Autores, trabajador­es, amigos de SM: estamos con ustedes”.
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CONSULTADO­S. Clara Huffmann, la responsabl­e de Pípala; Ecequiel Leder Kremer, responsabl­e de la librería
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LA SELECCION. Alguno de los bellísimos libros recomendad­os por los especialis­tas.
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Hernández; Mercedes Rodrigué, del sello La Brujita de Papel; Lola Rubio, del Fondo de Cultura Económica; la escritora Paula Bombara, y Luciana Kirschenba­um, de Limonero.
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CEDOC PERFIL
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