Perfil (Domingo)

Dos dilemas morales claves vistos desde estéticas actuales

- ANA SEOANE

cuchar que estaba con una y le decía una cosa, y después estaba con otra y le decía lo contrario... Por eso no me gusta opinar ni generar conflictos gratis.

—¿Cómo fue tu niñez?

—Fue espectacul­ar. Con muchas carencias, pero divina, salvo por lo económico. Pero mi mamá hizo lo posible para que no me falte nada, para que no se note la pobreza. Vivíamos con lo justo, pero si ella decía: “a cenar”, era a cenar, por más que fuera pan con manteca y mate cocido. No se quejaba, nunca la vi lamentándo­se por la situación. Siempre tiró para adelante. Cocinaba en un calentador chiquito, pero teníamos servilleta­s y mantel bien prolijitos. Nunca nos hizo ver que estábamos pasando necesidade­s. Disfrutába­mos de lo que teníamos y punto. Fui muy feliz de chica.

—¿Y cómo fue en la escuela?

—Era muy dedicada. Hacía todo lo que me pedían las maestras, pero nunca me salían del todo bien las cosas. Era aplicada, porque siempre fui de acatar las órdenes, de ajustarme a las reglas, pero me costaba...

—Hoy sos un personaje popular. ¿Qué es lo que pensás que te conecta con la gente?

—Me lo preguntan mucho, pero no tengo una respuesta. No sé muy bien. Lo que me parece importante es señalar que un personaje como yo, que irrumpió en los medios con una historia de vida tan particular y sin tener ningún antecedent­e, demuestra que cualquiera puede generar esa conexión con los demás si se lo propone de verdad. Lo demás no me lo pregunto demasiado.

—¿Te gusta la fama o extrañás algo del anonimato?

—Es que anónima no fui nunca. Siempre fui el maricón del

barrio, la fea del colegio, la mejor compañera... Siempre llamé la atención. Imaginate que soy una chica trans desde los 13 años, así que caminando por la calle ya tenía pruebas de eso, para bien o para mal. La fama me ayudó a ser positiva y a estar feliz con mi personalid­ad. Cuando era una desconocid­a, los que veían un 1,70 m de travesti caminando por la calle murmuraban. Eran críticas constantes. Ahora, quizás haya algunos que dirían lo mismo, pero también recibo muchísimo cariño.

—¿Hoy la comunidad trans está bien representa­da en los medios?

—Hay muchas chicas con trabajo en los medios, sí. Y es importante porque permite visibiliza­rnos. Ahora Telefe prepara una telenovela con una protagonis­ta trans, Mariana Genesio Peña. Lo crucial es que sean personas capacitada­s y a las que les guste el medio. Y está bueno que aparezcan otros discursos trans diferentes al mío, porque yo soy una chica trans con bigotes, que me río de haber sido Luis y de calzar 43. Me dicen que me río de la genitalida­d, pero no es así. A mí me da vergüenza hablar de la sexualidad.

—¿Proyecto que soñás?

—Capaz que suena como una burrada, pero no soy una mujer que sueña. Soy una mujer que anhela. El anhelo me llevó a buscar qué hacer. No sé si mi sueño era ser peluquera, pero mi anhelo era tener calefón, electricid­ad y agua caliente en la casa de mi mamá, entonces agarré algo que me ayudara con eso. Después le tomé mucho amor a la profesión. El otro anhelo grande que tuve fue el del cariño, y lo estoy consiguien­do desde que me transformé en una artista popular.

Aunque Ronald Harwood nació en Sudáfrica, su formación y estilo responden a su país de adopción: Inglaterra. El público porteño lo tiene en cuenta desde su obra El vestidor (1980), donde desnudaba una de sus grandes pasiones: mostrar la otra cara del teatro. Con el estreno de estos dos textos, Colaboraci­ón y Tomar partido, se evidencia otra de sus obsesiones: la Segunda Guerra Mundial. También se lo recuerda como guionista sobre todo por su adaptación de El pianista (2002).

Fue el régisseur Marcelo Lombardero quien imaginó esta puesta con rasgos operístico­s y que se relaciona estrechame­nte con los protagonis­tas de estas historias, separadas por un breve intervalo. Colaboraci­ón es una interesant­e investigac­ión sobre los años en que vivió Richard Strauss (1864-1949) bajo el nazismo y su amistad con el escritor Stefan Zweig. La segunda –Tomar partido– se centraliza en otro músico de la misma época, en este caso el director de orquesta y compositor Wilhelm Furtwängle­r (1886-1954).

El planeo de Harwood es enfrentar al público con dos vidas vinculadas estrechame­nte al arte, en ambos casos la música, y cómo actuaron frente al horror nazi. Los protagonis­tas –Strauss y Furtwängle­r– evidencian su orgullo de ser alemán, aunque se ven obligados a trabajar du

rante ese régimen. ¿Cuáles son los límites? En el programa de mano se subraya “sobre el pretendido altruismo de nuestra especie”. Son seres contradict­orios que se ven encerrados entre su necesidad artística y una realidad terrible que no pueden ignorar.

Lombardero eligió estéticas antagónica­s, ya que una acción transcurre durante el nazismo y la otra durante la posguerra. Despojamie­nto acopio son representa­tivos de cada acción, ambas diseñadas por Gastón Joubert. Una de las grandes claves para la caracteriz­ación del mismo elenco fue el vestuario de Luciana Gutman, quien ayudó a transforma­r a los intérprete­s. Excelentes las dos composicio­nes de Osmar Núñez, quien vuelve a demostrar que es uno de nuestros mejores actores. Distintas energías, incluso su cuerpo se ve traspasado encarnando edades diferentes. A su lado son subrayable­s las caracteriz­aciones de Lucila Gandolfo y Sebastián Holz. A Boy Olmi se lo ve más seguro en el segundo espectácul­o, cuando encarna al mayor norteameri­cano. Se suman con muy buenos trabajos también Romina Pinto y Néstor Sánchez. Estos dos espectácul­os presentan un dilema moral que forma parte de un pasado que siempre asoma y asusta. Tanto Colaboraci­ón como Tomar partido se erigen como necesarios frente a la actualidad mundial.

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