Grieta y fracaso
Trump le dice estúpido a Macron por hacer pagar impuestos a Google e impone un impuesto a los vinos franceses en represalia. Aníbal Fernández dice que dejaría sus hijos con el múltiple asesino Barreda antes que con Vidal. La grieta no es un problema argentino sino mundial, y terminamos exportando nuestra polarización a un mundo cada vez más argentinizado.
Una de las interpretaciones las brinda Ian Bremmer en su libro Nosotros contra ellos: el fracaso de la globalización, que explica el auge de los líderes populistas y por qué no debemos culpar a sus partidarios (vale la pena escucharlo en https://bit. ly/2Yultna). Un amigo desde el exterior me escribe: “Este libro habla de la grieta, de la grieta que está generando principalmente la velocidad del cambio tecnológico y de cómo el mundo la absorbe; los argentinos siempre tan provincianos, creemos que la grieta es un fenómeno nuestro, cuando en realidad, de diferentes formas, está pasando en todo el mundo”.
Discrepo parcialmente con él porque la Argentina sí fue original en crear antes que ningún otro país del mundo las condiciones de posibilidad de la actual grieta, que afecta ahora a casi todo Occidente. Porque desde mi perspectiva la grieta es el resultado del fracaso al conseguir progreso económico en una sociedad. Y la Argentina fue el único país del mundo donde los nietos son más pobres que sus abuelos, donde el producto bruto por habitante decreció en medio siglo. Lo que cohesiona a una sociedad es el beneficio mutuo, el progreso alcanzado –aun en proporciones diferentes– por casi toda la población.
En China no existe solo por su sistema de control político (que lo único que podría controlar sería que no se expresara, si existiera), sino porque su economía viene produciendo progreso en la mayoría de la sociedad. El mismo progreso que cohesionó a la sociedad en Europa y Estados Unidos durante el medio siglo que transcurrió entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín, dando origen al Estado de bienestar, que benefició a la mayoría de su población.
El fracaso no es del capitalismo, que triunfa en China, sino del liberalismo, por eso el combate en todo Occidente no es entre capitalismo y comunismo, sino entre liberalismo (división de poderes, prensa libre, Justicia independiente) e iliberalismo, que en las democracias occidentales, al no existir la cultura de partido único heredera del comunismo, se expresa en forma de populismo. Provincianamente: la polarización que en estas elecciones argentinas es entre kirchnerismo y macrismo es el resultado de que Macri fracasó económicamente y permitió el renareglas grieta no
cimiento del kirchnerismo. Si hubiese tenido éxito económico, la oposición a Cambiemos hubiera sido alguna tercera vía con el peronismo republicano, como fue en Inglaterra el Nuevo Laborismo tras el Margaret Thatcher.
Sobre Donald Trump, los pro-Brexit y los populistas, Ian Bremmer dice: “Estos líderes no están argumentando que el gobierno debería ser más grande o más pequeño, que debería gravar menos o gastar más. Están desafiando el derecho de las ‘élites’ a establecer las éxito de
que gobiernan nuestras vidas. Les dicen a los ciudadanos que han sido engañados en su oportunidad de tener éxito, y que los medios de comunicación están involucrados. Prometen consolar a los afligidos, afligir a los cómodos e incendiar las casas del poder”.
En el libro Nosotros contra ellos: el fracaso de la globalización se pueden leer más párrafos como los siguientes:
“La globalización, el flujo transfronterizo de ideas, información, personas, dinero, bienes y servicios, ha creado un mundo interconectado donde los líderes nacionales tienen una capacidad cada vez más limitada para proteger las vidas y los medios de vida de los ciudadanos. En la era digital, las fronteras ya no significan lo que los ciudadanos creen que quieren decir. En cierto modo, apenas existen. La creencia de que la interdependencia que creó la globalización es algo bueno es de hecho la ideología de la élite”.
“Los líderes políticos de los países occidentales ricos han sido los defensores más importantes de la globalización, al construir un sistema que ha impulsado ideas, información, personas, dinero, bienes y servicios a través de las fronteras a una velocidad y en una escala sin precedentes
uuen la historia de la humanidad”.
“No se está creando una nueva Guerra Fría contra China con el riesgo de un conflicto cibernético global que definiría nuestras sociedades. Es el esfuerzo de los perdedores por no ser ‘jodidos’ y los esfuerzos de los ganadores por evitar perder el poder. No solo en los Estados Unidos y Europa, sino también en el mundo en desarrollo, habrá una confrontación dentro de cada sociedad entre ganadores y perdedores”.
u“En 2018, todavía es demasiado pronto para saber si la revolución tecnológica matará más empleos de los que crea. Pero podemos estar muy seguros de que los nuevos empleos serán muy diferentes de los antiguos, que la educación y la capacitación para estas
nuevas formas de trabajo serán fundamentalmente diferentes y que un gran número de trabajadores no logrará ‘el salto del viejo mundo al nuevo’. Esto crea una dinámica en la que los países con salarios altos tienen más probabilidades que los países con salarios bajos de dominar las industrias intensivas en habilidades que generarán un crecimiento en el siglo XXI, dejando atrás un gran número de esos más de mil millones de personas que recién emergieron de las antiguas privaciones”.
“La fuerza que probablemente socavará aún más la confianza en los gobiernos es el ritmo y la escala del cambio tecnológico en el lugar de trabajo.
uContinúa en página 18