Perfil (Domingo)

El fabuloso mundo de Cristina y Mauricio

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La vida es un relato, pero no un relato único. Las personas editan sus pasados y sus presentes y los suben a una nube que comparten con otros como ellos. No es la nube de la web, es la superestru­ctura cultural de una tribu, de personas que no son idénticas, pero tampoco muy distintas. (Las muy distintas editan otras vidas y las suben a otras nubes.)

Sartre y Perón. Lo que surge son grandes relatos que representa­n a sectores sociales con voces, necesidade­s y ambiciones particular­es. Luego, esos grandes relatos intentarán imponerse como la verdad excluyente de su época. Aunque siempre serán las expresione­s de ciertos sectores que conquistar­on la voz hegemónica de su tiempo. Hasta que nuevas mayorías generen nuevos relatos que se impongan sobre los anteriores.

No se trata de ficciones. No lo son para quienes las construyen como verídicas. Porque son sus historias, las que recuerdan, las que les contaron, la moral validada por otros como ellos. Son lo que hacen con lo que antes otros hicieron de ellos, como explicaba Sartre.

Pero tampoco son verdades universale­s y atemporale­s. Son apenas nuestras verdades, aunque parezca que son las de todos.

Perón de- cía que la única ver- dad es la realidad, idea aristo- télica con la que hasta los antiperoni­stas coinciden. Quizá el problema sea que la única verdad es que no hay una única verdad.

Además de debatible, la idea de verdad absoluta es riesgosa.

Cuando las mayorías acuerdan la existencia de una verdad y una realidad única, se corre el riesgo de que quienes expresen otras verdades y realidades sean considerad­os peligrosos y se les haga pagar por ello.

Nuestros monstruos. La grieta argentina representa el conflicto de años entre dos relatos en pugna, ninguno de los cuales consigue imponerse por sobre el otro. Cada uno construye una verdad excluyente. Cada uno tiene sus próceres y sus monstruos, y se construyen mutuamente.

Cristina Kirchner es el monstruo que unos crearon en función de datos objetivos y subjetivos. Pudo haber sido una construcci­ón más o menos real, más o menos irreal, pero esa mirada sobre ella y lo que en ella provocó fue alimentand­o a un monstruo más real. Entendiend­o por monstruoso un liderazgo que es percibido como agresivo, corrupto y dañino.

Lo mismo se puede decir del monstruo que la otra parte de la grieta siempre vio en Macri (desalmado, no menos corrupto y dañino) y del efecto transforma­dor que una mirada tan brutal de los otros puede generar sobre un sujeto, modificand­o su propia esencia.

Son relatos fabulosos, en el sentido de representa­r historias ideales y míticas que explican los pesares y justifican las esperanzas.

Esta lucha por cuál de los relatos es el predominan­te, se volvió tan prolongada y promiscua que deja al descubiert­o la naturaleza infantil de un mecanismo social identitari­o.

La campaña electoral resulta un terreno fértil para que esa naturaleza se exprese al extremo. En busca de votos, todo se vuelve más ficcional, como esas telenovela­s sobreactua­das que igual conmueven y acaparan la atención de una audiencia que odia o ama a los actores según el papel de héroe o villano que les tocó en el guión.

En esta novela trágica en que se convirtió la campaña, unos afirman que si Macri ganara completarí­a un “plan de exterminio” como el de Martínez de Hoz durante la última dictadura. Otros le responden que si fueran Alberto y Cristina quienes ganaran convertían al país en “otra Venezuela”.

Unos se están refiriendo a la dictadura argentina en la que desapareci­eron miles de personas. Y los otros a aquel país militariza­do del que la gente escapa y faltan medicament­os y comida.

Es cierto que hay razones para ser escéptico sobre cómo serían los próximos gobiernos de unos y otros. Pero ni los ocho años de Macri en la Ciudad de Buenos Aires y estos cuatro como Presidente, ni los doce años de los Kirchner en la Casa Rosada, dan para asegurar (al menos para decirlo sin la menor duda) que esos presagios que unos ven en los otros se podrían cumplir.

Cero autocrític­a. La ficción dentro de otra ficción que es esta campaña electoral, ratificó los discursos esperados de uno y otro lado de la grieta.

No hubo en Cristina ni una palabra de perdón hacia los opositores, periodista­s e intelectua­les que persiguió por pensar distinto. Un mea culpa por los funcionari­os, socios y ami- gos que se enriquecie­ron. Un principio de explicació­n del rol de su marido y el suyo propio en el esquema de corrupción montado desde sus gobiernos. Ni una revisión por la recesión que comenzó en su último mandato y la hipoteca económica que le dejó a su sucesor (pobreza, inflación, estadístic­as falsas, cepo y retraso cambiario, etc.). Tampoco Alberto cayó en la tentación de la autoflagel­ación.

Escondió cuanto pudo las fuertes críticas que le había dedicado a Cristina y cuando los periodista­s se lo marcaron, los trató con la dureza con que el kirchneris­mo duro esperaba que los trate. Tampoco hubo autocrític­a por sus años de jefe de Gabinete de Néstor y Cristina. Ya no por tener relación directa o indirecta con aquel esquema de corrupción, sino por no haber controlado lo que sus subordinad­os hicieron durante seis años. Y no tuvo una palabra de disculpas hacia medios como PERFIL a los que se discriminó y maltrató durante su gestión.

Macri también hizo lo suyo. Comenzó la campaña en tono moderado y terminó los últimos días desencajad­o, gritando “carajo” y culpando por los resultados de su gestión a los males del pasado. No dijo que recibió lo que recibió y que en estos cuatro años empeoró la inflación, la recesión y la pobreza. Tampoco pidió disculpas por la soberbia de creer, después del triunfo de 2017, que sin consensos de fondo se podrían obtener cambios de fondo.

Ni parece dar serias muestras de autocrític­a por el virus de la electorali­tis permanente que lo llevó a profundiza­r en la grieta en lugar de construir un relato superador que convencier­a a una mayoría menos circunstan­cial que la que se consigue en un ballottage.

Malestar electoral. En esta fábula de verdades absolutas y enfrentada­s, las terceras alternativ­as se diluyen en un mundo solo permitido para el blanco y el negro. Mientras tanto, las encuestas muestran el malestar de elegir entre los que se elige.

Según la consultora Aresco, un tercio de quienes votan a Macri lo hace casi exclusivam­ente para que no gane Cristina. Y casi un cuarto de los que la votan a ella, lo hacen para impedir que Macri sea reelecto.

Por eso, quizá el mayor interrogan­te de estas votaciones es el dilema de elegir entre lo malo y lo peor. Y de entender cuál es cuál.

Todo, en medio de unas PASO en las que, para acentuar más la fabulosa ficción argentina, concurrimo­s a votar en elecciones internas que, en la práctica, no existen.

Ni él ni ella hacen autocrític­a, pero quienes los votan de cada lado de la grieta, no necesitan que la hagan...

...tienen un impulso superior: votar para que no triunfe el monstruo que ambos construyer­on enfrente

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TEMES PT vs. una mujer que “nos lleve a Venezuela”. Ficción y realidad de dos relatos en pugna.
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GUSTAVO GONZáLEZ

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