Perfil (Domingo)

Argentina, entre el águila y el dragón

El gran desafío del país será mantener la equidistan­cia entre EE.UU. y China. El próximo gobierno no podrá ignorar un escenario marcado por una volátil bipolarida­d.

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El gobierno de Cambiemos asumió el poder en diciembre de 2015 con un mundo y terminará su (¿primer?) mandato con otro con caracterís­ticas marcadamen­te diferentes. En los últimos cuatro años, el orden internacio­nal mutó tanto en sus fundamento­s como en su estructura. Ciertament­e, aquel orden de impronta liberal en donde el gobierno de Mauricio Macri pensó su “inserción inteligent­e” en el mundo se resquebraj­ó y se diluyó. En noviembre de 2016, con el triunfo de Donald Trump en EE.UU., la administra­ción de Cambiemos pudo constatar que las fuerzas contrarias a la “condición liberal” del orden, caracteriz­adas por la crítica hacia la globalizac­ión imperante, la falta de confianza en el multilater­alismo y sus institucio­nes y el cuestionam­iento hacia las normas y los principios ordenadore­s del sistema –entre otros aspectos– se presentaba­n ahora como una nueva normalidad.

Dos años después de la asunción, en noviembre de 2018, la administra­ción de Cambiemos debió digerir otro trago amargo cuando en el marco de la reunión del G20 en Buenos Aires se percató de la emergencia de un orden internacio­nal bipolar. El evento en cuestión y la dinámica particular que este asumió pusieron de manifiesto en el seno de la Casa Rosada –ahora sin mayor espacio para las dudas– que la coevolució­n del vínculo entre EE.UU. y China era el nuevo eje ordenador de las relaciones internacio­nales. En tal sentido, los cambios operados en el contexto externo obligaron al Gobierno a subordinar la idea planteada inicialmen­te de una inserción internacio­nal en “círculos concéntric­os” y de “horizontes diversos” al equilibrio y la gestión de la nueva bipolarida­d emergente.

Tal como venimos planteando, vale repetir que hoy no estamos ante una “nueva Guerra Fría”, aunque sí somos testigos de la conformaci­ón de una “nueva bipolarida­d” con EE.UU. y China como protagonis­tas, la cual tiene caracterís­ticas bien distintas respecto de lo que fue la rivalidad entre EE.UU. y URSS. A diferencia de aquella, la nueva bipolarida­d está signada por una fuerte y compleja interdepen­dencia forjada de manera gradual y constante en los últimos treinta años, que obliga necesariam­ente a las potencias a mantener una mesa de negociació­n abierta de forma casi permanente en todos los temas.

Justamente, la disposició­n de Washington y Beijing para gestionar cooperativ­amente la interdepen­dencia, o bien por el contrario, las presiones por revertirla y desandarla, dejan entrever los escenarios que eventualme­nte podrían emerger, a saber: una “bipolarida­d distendida” o una “bipolarida­d rígida”. Este último escenario es el que identifica­mos como el más problemáti­co y desfavorab­le para la Argentina, postura que puede explicarse por dos razones: 1) aumentan los niveles de aversión al riesgo, el mundo se torna más restrictiv­o y se contraen los flujos comerciale­s y de capital (tanto financiero­s como de inversión extranjera directa), justamente todo lo contrario a lo que necesita el país; y 2) se reduce la posibilida­d de construir agendas positivas con ambas potencias al mismo tiempo.

Lo novedoso –y desafiante– del contexto internacio­nal actual es que el pasaje de un escenario a otro ocurre con frecuencia y en intervalos de tiempo muy cortos (diferencia con la Guerra Fría), lo que implica una “bipolarida­d volátil” tal cual la hemos conceptual­izado. Las treguas acordadas entre Trump y Xi-Jinping durante las reuniones del G20, tanto en Buenos Aires como en Osaka, llevaron calma a los mercados globales pero duraron muy poco y prontament­e dieron paso a renovadas tensiones que elevaron una vez más los niveles de aversión al riesgo, generando incertidum­bre entre los agentes económicos y desconcier­to en la política internacio­nal. Los nuevos aranceles dispuestos recienteme­nte por EE.UU. y la respuesta de China mediante la devaluació­n del yuan constituye­n un claro ejemplo de esto.

Ciertament­e, la volatilida­d política en el vínculo entre EE.UU. y China –y su consecuent­e impacto en los mercados– no representa una buena noticia para aquellos países que como Argentina se encuentran en situación de vulnerabil­idad, con desequilib­rios por corregir y con necesidad de implementa­r reformas estructura­les que exigen una calma externa como precondici­ón para su éxito.

La delicada agenda que el país tiene por delante no podrá pensarse al margen de las potencias y la evolución de la dinámica internacio­nal descripta no le será en absoluto indiferent­e. El acceso al financiami­ento externo seguirá siendo un tema clave y tanto China como EE.UU. jugarán un rol más que importante en este sentido. Mientras el gigante asiático sigue siendo el principal acreedor del mundo y puede brindar oxígeno en caso de ser necesario mediante la firma de nuevos acuerdos Swap (o renovación/ampliación del vigente), EE.UU. será clave para resolver el tema más importante de la agenda financiera en 2020, a saber: la renegociac­ión de la deuda con el FMI. En tanto actor dominante del sistema financiero internacio­nal y principal aportante del organismo multilater­al, la cuña política americana seguirá siendo fundamenta­l en el tipo de acuerdo que pueda lograr la Argentina.

Por otro lado, ambas potencias patrocinan e impulsan proyectos ambiciosos en materia de comercio e inversione­s como mecanismo para ganar influencia. China promete beneficios materiales tangibles a quienes se sumen a la Belt and Road Initiative (BRI) al tiempo que utiliza su liderazgo en la tecnología 5G para ganar adeptos entre quienes no quieren quedarse afuera de la denominada 4a revolución industrial. Por su parte, la reciente creación de la United States Internatio­nal Developmen­t Finance Corporatio­n (USIDFC), nueva agencia que tiene como fin financiar proyectos privados en el extranjero y la intención de EE.UU. de proponer a la Argentina y Brasil avanzar con la firma de un TLC, tienen el claro objetivo de contrarres­tar el avance del país asiático en América Latina.

Claramente, el gran desafío será el de mantener la equidistan­cia entre el águila y el dragón –hasta ahora el Gobierno lo ha logrado en buena medida–, procurando obtener beneficios de ambos vínculos. Hacia delante será clave la dinámica de la bipolarida­d, mientras mayor sea el grado de tensión y rigidez, menor será el margen de negociació­n disponible para el país, las opciones enunciadas anteriorme­nte se volverán binarias y habrá que elegir. En conclusión, el próximo presidente, sea quien sea, no podrá ignorar los condiciona­ntes externos y deberá adaptarse y gestionar la profundiza­ción de un nuevo orden internacio­nal.

*Dr. en Relaciones Internacio­nales/ Profesor de Política Internacio­nal Latinoamer­icana (UNR). **Director de Estrategia Global en Terragene SA/ Profesor Política Internacio­nal Argentina (UNR).

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AFP VOLATILIDA­D. Beijing y Washington oscilan entre la tensión y la distensión.
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ESTEBAN ACTIS*
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NICOLAS CREUS**

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