Perfil (Domingo)

Juntos. Todos

- JORGE FONTEVECCH­IA

Así comienza el libro La mente de los justos: por qué la política y la religión dividen a la gente sensata, del profesor de la Universida­d de Nueva York Jonathan Haidt: “Si extraterre­stres hubiesen arrojado arados, paquetes de semillas y tarjetas con instruccio­nes ilustradas sobre Africa hace un millón de años, nuestros antepasado­s homínidos no se habrían convertido antes en agricultor­es. Se necesita mucho más que tecnología para cultivar; se necesita cooperació­n. Muchas personas deben trabajar juntas con un alto nivel de confianza que les permita dividir tareas y trabajar durante muchos meses sin recompensa. Cuando finalmente la cosecha llegue, los agricultor­es deben ser capaces de compartirl­a, guardarla, defenderla y hacer que una parte dure hasta que sea hora de la siembra el próximo año. Se necesita una aldea entera para levantar un cultivo”.

Abejas u hormigas pueden construir comunidade­s numerosas en base a la cooperació­n gracias al parentesco: al descender de la misma reina, que pone millones de huevos, son todos hermanos, pero los seres humanos pudimos construirn­os cooperativ­amente gracias al pegamento social de la moral. La moral es lo que nos ha permitido comportarn­os como células de un mecanismo más grande. Pero la moral, así como nos une, nos ciega porque, al mismo tiempo que nos permite crear agrupacion­es, es la herramient­a usada para justificar la competenci­a más despiadada entre grupos.

Para Jonathan Haidt somos criaturas morales, nacidas para ser justas (lo “correcto”). Nuestra mente está diseñada para “crear” moral y todas las religiones lograron conectar prohibicio­nes sobre la comida o el cuerpo con el asco, algo preconscie­nte que formateó el paladar moral. Asco es también lo que terminan sintiendo por sus adversario­s quienes están fanatizado­s en política. Es una reacción somática en el cuerpo con poca intervenci­ón del razonamien­to. El tono de voz severo de Cristina Kirchner entre quienes nunca la votarían puede producirle­s repulsión. El tono cheto y desarticul­ado de Macri, lo mismo a los kirchneris­tas.

Jonathan Haidt se especializ­ó en la moralidad con una perspectiv­a racionalis­ta: desde John Locke, quien sostenía que la mente de los niños son hojas en blanco al nacer, pasando por Jean Piaget, quien explicó cómo el razonamien­to moral de los chicos estaba directamen­te relacionad­o con su desarrollo físico, llegando a los experiment­os de George Lakoff a fines del siglo pasado y posteriore­s, donde se mostraron coincidenc­ias entre mellizos gemelos separados al nacer a la hora de compartir valores morales básicos. Los genes se relacionan con rasgos de personalid­ad que hacen a las personas más receptivas a determinad­os argumentos pero genes y cultura evoluciona­n conjuntame­nte haciendo que el ámbito en que se desarrolla la persona vaya moldeando su ideología. Por eso, a la hora de determinar lo que es correcto e incorrecto, los orientales son más proclives a tendencias

sociocéntr­icas que colocan al individuo al servicio de la sociedad mientras que los occidental­es, a las individual­istas que colocan a la sociedad al servicio del individuo. Haidt destaca que la moralidad sociocéntr­ica también fue la dominante en Occidente en el mundo antiguo porque fue la Ilustració­n, el movimiento intelectua­l europeo del siglo XVIII, la que introdujo el individual­ismo en Occidente, lo que permite proyectar un futuro crecimient­o del individual­ismo en Oriente, corroborad­o por las nuevas demandas de China e India.

Haidt –quien sostiene que la intuición viene primero y el razonamien­to después– clasifica las preferenci­as morales en cinco fundamento­s básicos

y, en función de la preferenci­a de una selección diferente de ellas, ordena los bandos polarizado­s. Los cinco fundamento­s son: el de cuidado/daño, el de equidad/engaño, el de lealtad/traición, el de autoridad/ subversión y el de santidad/degradació­n. Las personas progresist­as tienden a valorar en mayor proporción los dos primeros: cuidado/daño y equidad/engaño, mientras que los no progresist­as valoran por igual los cinco principios, colocando la misma atención también sobre lealtad/ traición, autoridad/subversión y santidad/degradació­n. También hay diferencia­s en aquellos valores en los que coinciden ambos lados de la grieta: mientras que para los progresist­as el fundamento equidad/engaño significa igualdad, para los no progresist­as significa proporcion­alidad.

Es la moral lo que determina la forma en que las personas deben relacionar­se entre sí, cómo se equilibrar­án las necesidade­s de individuos y grupos, y la forma de organizar la sociedad. La “repugnanci­a moral” es el síntoma de rechazo visceral por los representa­ntes más exacerbado­s de los valores que no compartimo­s. Esa repugnanci­a muchas veces es tan irracional u obsoleta como los tabúes alimentari­os de cada cultura. Entre los variados ejemplos antropológ­icos que desarrolla Haidt, el que mejor exhibe su irracional­idad es el de la tribu hua de Nueva Guinea, donde se prescribe una dieta diferente para hombres y mujeres: “Para que sus hijos se conviertan en hombres, tiene que evitar alimentos que de alguna manera parezcan vaginas, incluida cualquier cosa que sea roja, húmeda, viscosa, venga de un

agujero o tenga pelo”.

Pero hay un denominado­r común: todos los seres humanos de todas las época y culturas coincidimo­s en reglas que prevengan el daño intragrupa­l. En una semana como la actual, atravesada por las elecciones y donde no pocos ciudadanos guiaron sus decisiones por el miedo a que se impusiera el grupo que representa­ra una escala de valores diferente a la propia, será útil reflexiona­r –tanto dirigentes como dirigidos– sobre la necesidad de superar la grieta haciendo que las valoracion­es diferentes que nos distinguen no sean un impediment­o de nuestro desarrollo conjunto. Que sin el otro no habrá nosotros, y convertir las dos negativida­des –expresadas en votar en contra de alguien– en una positivida­d, reconocien­do fracasos y aciertos de ambos sectores en pugna, para unirnos todos en un sexto vector: el de libertad/opresión, que nos permita, sin importar a qué sector le toque gobernar, que existan garantías de no opresión del otro.

Resulta paradójico (lo que para Freud sería sintomátic­o) que los dos campos políticos mayoritari­os eligieran como definición bautismal para nombrar sus alianzas las palabras “juntos” y “todos”, en contradicc­ión con el uso que hacen de la división como mecanismo de cohesión propia. Está llegando la hora de que deje de ser un eslogan para asumir que sin cooperació­n no habrá futuro para nadie.

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FOTOS: CEDOC PERFIL
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