Perfil (Domingo)

Sucedió en la FED

POR QUINTíN

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Pasé un fin de semana intenso en la Feria de Editores. El viernes, llegué al Espacio Konex y había un gentío. La mayoría de los editores estaban contentos, casi eufóricos: la concurrenc­ia era superior a la del año pasado y también las ventas. Me encontré con varios conocidos. Los escritores también van a la FED, claro que muchos escritores son también editores porque la cultura es un pañuelo. Al llegar uno se encontraba con un enorme patio y un local en el que expendía cerveza en vasos de plástico. Más atrás estaban los pequeños puestos de casi todas las editoriale­s independie­ntes, responsabl­es de la circulació­n de la literatura en nuestro país. El primer stand por el que pasé quedaba justo a la entrada y, como ese día soplaba un viento helado, temí por la salud de los expositore­s. Había hecho apenas unos metros por la primera calle y me encontré con un editor chileno, que me dijo que había estando hablando de mí con una editora argentina. ¿Bien o mal?, le pregunté. Bien, me dijo, pero después me confesó que era mal. La editora es muy agradable, pero yo había criticado una traducción de su sello y se enojó un poco. En estos años de reseñista aprendí que las novelas se pueden criticar, pero que las traduccion­es son sagradas. Luego me encontré con una escritora-editora, con la que nos hicimos amigos de tanto compartir ferias, que me contó que su nueva novela va a salir en Israel, traducida al hebreo antes que en castellano gracias al librero-editor loco argentino-israelí que publica autores latinoamer­icanos como un conejo. Al lado del editor chileno y de la editora enojada se ubicaba

una de las editoriale­s más extrañas: sus libros tienen el mismo diseño, la misma tipografía y, lo que es sorprenden­te, la misma cantidad de páginas, porque el editor-filósofo encarga textos de la misma longitud. Otra rareza era la de un escritor-editor que publica cuentos. Alguien preguntará qué tiene eso de raro, pero es que los publica y vende de a uno, como los cigarrillo­s en tiempos de crisis.

Para desmentir que solo tengo enemigos me encontré con una escritora cuya primera novela reseñé hace algún tiempo; me saludó muy efusivamen­te y se sacó una selfie conmigo. Otra escritora, que vive en el extranjero, me dijo que mi lectura de su novela había sido de las más acertadas. La escritora me presentó a su marido-escritor. Hablamos de su último libro y me dijo que lo pidiera en el stand de la editorial. Fui al stand, pero uno de los dueños se negó rotundamen­te a entregárme­lo. Inmediatam­ente, un escritoran­tropólogo, que acaba de publicar su primera novela, me corrió para dármela porque quería que la leyera. Mientras hablaba con él, me corrió un editor-librero, enojado porque yo había hablado bien de la escritora que considerab­a acertada mi lectura. Luego, otro amigo escritor-editor me contó que una escritora sospecha que su última novela está siendo ocultada por libreros que disienten con sus ideas políticas. Una editora me invitó a la presentaci­ón de la última novela de un escritor-amigo a cargo de otro escritor-amigo. Ambos vienen de publicar novelas, pero no me puedo acordar quién presentaba a quién. De todos modos eso era el sábado y a esa hora suelo ir a tomar vino a la Cueva de Musu. Después pasaron muchas cosas más, pero no me queda espacio para narrarlas.

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