EL FLAGELO DE LOS HINCHAS DE FUTBOL

Alguien tenía que decir alguna vez que los hinchas son un verdadero flagelo para el fútbol, por no decir para la sociedad, por no decir para el país todo, caramba. Hablo más precisamente de esos energúmenos que piensan que gritando como desaforados van a ser escuchados por el jugador, el DT o el utilero. Hablo, más que nada, del fiscal de la pelota que, a los 7 minutos de juego, quiere explicarle al volante central cómo pararse en la cancha, en el entretiempo le da la precisa al técnico, y sobre el final les pide a los dirigentes que se vayan todos, onda 2001, porque seguramente él, que alguna vez manejó un maxikiosko, lo haría mucho mejor. Yendo a un caso puntual: para mí, Gustavo Lombardi fue el peor 4 que vi jugar en River, allá en los 90. Lento, faulero, sin proyección ofensiva ni temperamento ganador. Pero sucede que el señor Lombardi jugó en Primera División, y yo juego discretamente, o menos, en los partidos de los martes con los colegas. Entonces, todos mis respetos al ex 4. Pero, claro, tenemos a los salames que piden “huevos” como si fueran corsarios de los cinco mares, verdaderos fiscales federales de cómo deberían hacerse los cambios o capos en tener la precisa. Y si uno decide ir al bar de la esquina a ver el partido, tampoco zafa, porque siempre hay uno. Además, apostado a pocas mesas de distancia, por no decir al lado. Lo notamos enseguida, cuando a los 2 minutos pega un grito, porque el narcocriminal del árbitro no le dio un lateral al equipo. Y así a cada rato. Y si le pedimos que mire las cosas con un poco más de calma, que no hace falta pegar esos alaridos, que solamente lo escuchan el mozo y los demás comensales, ahí nos mirará con desprecio, porque seremos unos amargos de la vida, que no entendemos las claves geniales que está tirando. Mozo, la cuenta. Vuelvo a Netflix.