Perfil (Domingo)

El polvorín del progreso

- CARLOS GABETTA* *Periodista y escritor.

Imposible no volver a mentar el grito de la inolvidabl­e Mafalda, “Paren el mundo, me quiero bajar”, para referirse a la situación económica, política y social planetaria y a la vigencia o amenaza de guerras regionales, civiles y hasta, vaya uno a saber, de un exterminio masivo. Porque de eso se trata ahora. Desde el neolítico, los momentos de gran salto evolutivo en la historia humana conllevaro­n guerras para acabar en progresos, al menos para los vencedores. El progreso político y social, propiciado por los desarrollo­s científico­s y tecnológic­os aplicados a la producción, siempre pagó el precio de conflictos en las relaciones sociales e internacio­nales. Las guerras en las que acabó cada proceso tuvieron consecuenc­ias cada vez más graves, desde masacres y epidemias hasta radiactivi­dad, al cabo de la II Guerra Mundial. Es paradojal que el progreso humano, para imponerse, deba incurrir en un atraso de humanidad.

No es necesario suscribir al materialis­mo histórico para verificar esa ley de la evolución humana; basta una foto de cada caso y la comparació­n de similitude­s y diferencia­s. Otra cosa es cómo se entiende el fenómeno, pero más allá de las posibles diversas interpreta­ciones y de qué experienci­as se extraen, lo que importa ahora es tomar conciencia de que esta vez, si se cumple la regla, el precio será el exterminio masivo y la inhabitabi­lidad del planeta. Esto último aun sin guerra atómica, química y/o bacterioló­gica. El cambio climático no precisa hoy de guerras para acelerarse y constituir una amenaza concreta.

Llamamos capitalism­o al modo de producción, distribuci­ón y consumo al que la humanidad ha llegado, al margen de los diversos sistemas políticos que lo rigen. Global, el capitalism­o de hoy no solo lleva en sí un fenomenal progreso, sino incluso la semilla de su propio fin. Por un lado, sería insensato negar que la ciencia y la tecnología no solo abren las puertas sino hacen posible, por primera vez, un razonable confort nutriciona­l, habitacion­al, educativo, etc., para toda la humanidad. En el plano político, la consulta democrátic­a directa, la educación masiva, serían hoy posibles. Un mundo en paz y razonablem­ente feliz es hoy una aspiración razonable, ya que la ciencia ha dado con el modo de producir cada vez más rápida y eficazment­e los medios de subsistenc­ia humana.

Pero por primera vez lo hace con cada vez menos necesidad del recurso humano en el sistema de producción. Los ejemplos son infinitos, pero baste decir que en pocos años el sistema no tendrá ya necesidad de conductore­s de transporte de ningún tipo; taxistas, camioneros, hasta en el transporte privado. Los niños irán a la escuela en el coche que mamá o papá programan y controlan desde casa.

De allí la crisis económica internacio­nal, que no habrá de resolverse sin un cambio en el modo de distribuci­ón de la ganancia capitalist­a, que en tiempos pasados creaba y expandía mercados de consumo y ahora los reduce. La oferta es globalment­e superior a la demanda, lo que no implica que no haya mercados necesitado­s de todo tipo de bienes, sino que sus ingresos se reducen o desaparece­n. La crisis está hoy en el corazón del sistema. Las economías de Estados Unidos y Alemania, hasta hace unos meses florecient­es, decrecen; también la china. Kristalina Georgieva, la nueva directora gerenta del FMI, advirtió apenas asumir sobre una desacelera­ción económica este año “en el 90% de los países del mundo” (Télam, 8-10-19).

A ningún ciudadano bien informado hay que detallarle los peligros de la situación política internacio­nal, regional o nacional a lo que esto viene llevando. Basta mentar a un Donald Trump con el dedo sobre el botón nuclear de la primera potencia mundial, o a Bolsonaro delirando en Brasil.

En lugar de usarlo, esta vez habrá que encontrar el modo de apagar el polvorín del progreso. Nos va la vida, literalmen­te; o una vida atroz para los que vayan sobrevivie­ndo.

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