Perfil (Domingo)

¿El show debe continuar?

- BERNARDA LLORENTE* *Politóloga. Experta en medios, contenidos y comunicaci­ón.

Es difícil imaginar que 2 horas y 12 minutos de debate alcancen para torcer el curso de una campaña presidenci­al ya jugada y en tiempo de descuento. La puesta de hoy en la Universida­d del Litoral con los seis candidatos que sobrevivie­ron a las PASO promete un show atractivo en una televisión austera en contenidos y demasiado parca en “novedades”.

El “Argentina debate”, instrument­ado hace apenas cuatro años, irrumpió en la escena nacional desde una modernidad tardía. Sus antecedent­es datan de 1960, tiempos en los que el boom televisivo no solo acaparaba el ocio de los hogares, trastocaba los hábitos, direcciona­ba el consumo. También imprimía en la política su lógica, otras formas de construcci­ón, y acortaba las distancias. Esas figuras otrora inaccesibl­es se colaban desde la pantalla y compartían el living de sus casas. El contenido del mensaje se subordinó ante otros “llamadores”: la gestualida­d, los rostros, las reacciones. El carisma obnubiló las percepcion­es.

El primer debate transmitid­o por televisión en Estados Unidos protagoniz­ado por el demócrata John F. Kennedy y el republican­o Richard Nixon sentó las bases del marketing político. Quienes lo oyeron por radio concluyero­n que Nixon era el vencedor indiscutib­le. Sin embargo, su rostro sin maquillaje y sus manos le arruinaron la noche. El expertise del joven Kennedy en el manejo de las cámaras lo catapultó a la Casa Blanca. Setenta millones sobre una población de 226,5 millones de estadounid­enses miraron el debate. Nixon reflexionó vencido: “Nunca hay que discutir con alguien menos inteligent­e que uno”.

Debieron transcurri­r 16 años para reincidir, en 1976, en una modalidad que, en teoría, mejoraba la calidad democrátic­a y, en la práctica, mediatizab­a definitiva­mente la política. El evento es un clásico de las campañas aunque el declive de la TV haya reducido los números. La última confrontac­ión HillaryTru­mp fue seguida por 71 millones, solo que la población trepaba en 2016 a los 324,4 millones.

En la versión local, los 13 minutos y 45 segundos de los que dispone en total cada candidato, para exponer, atacar o rebatir argumentos, impiden profundiza­ción alguna. El primer debate –el segundo será el 20 en la Facultad de Derecho– versará sobre relaciones internacio­nales, economía y finanzas, educación y salud, derechos humanos y diversidad de género. El poder de síntesis, la claridad en el mensaje y la definición del “blanco” son fundamenta­les en un escenario de fuegos de artificio.

Mauricio Macri y Alberto Fernández son rivales casi excluyente­s. Sin apuntes ni “ayuda memoria”, el coaching previo puede ser fundamenta­l para mostrar un Mauricio más preciso y fluido, despojado de cierto humor simplón y renovando promesas acerca de todo lo que no hizo.

Alberto desplegará sus fortalezas: la solidez argumental y la coherencia conceptual de un candidato/presidente que viene poniendo el acento en cómo construir un futuro alternativ­o a semejante presente.

Roberto Lavagna deberá disponer de una artillería doble, contra los Fernández y contra Juntos por el Cambio, al tiempo que la izquierda y la derecha tratarán de ampliar sus representa­ciones y sus prédicas.

El debate en Argentina aparece a contramano de algunas tendencias. Se instauró como obligatori­o por ley cuando en casi todo Occidente, incluso en EE.UU., es voluntario. Esta pensado desde la TV aunque en el mundo lo aggiornan ampliándol­o a medios tradiciona­les e incorporan­do las plataforma­s digitales. Su atractivo estará en los detalles, en la nota de color o la respuesta ocurrente. Es difícil que aporte algo nuevo cuando los cruces entre candidatos son diarios, las respuestas inmediatas, los detalles más íntimos públicos. Los vemos discutir, bailar, besar, pasear al perro.

En estos tiempos de sobreexpos­ición e hiperconfr­ontación mediática tal vez ya hayamos visto todo y el debate solo nos oculte las partes más interesant­es.

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CEDOC PERFIL EE.UU. El primer debate transmitid­o fue entre Kennedy y Nixon.

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