Perfil (Domingo)

Dos instancias históricas de diálogo que serían útiles hoy

La primera, bajo el paraguas de la ONU, convocó en 2001 a dirigentes políticos, sociales, sindicales, económicos y piqueteros. La otra, en 2010, discutió consensos mínimos para el país.

- EDUARDO DUHALDE* POR UN ACUERDO NACIONAL

Finalmente, parecería ser que los argentinos nos hemos puesto de acuerdo en algo: el país pasa una vez más por una crisis importante. Algunos la comparan con la que nos tocó enfrentar en 2002, olvidando que esas traslacion­es históricas suelen tener más de ingeniosas que de rigurosas. Por supuesto que hay elementos en común, pero también hay enormes diferencia­s entre las circunstan­cias que caracteriz­aban aquella situación y las actuales. Creo que esa coincidenc­ia, que lleva a políticos, dirigentes gremiales, empresario­s, periodista­s y ciudadanos a reclamar prácticame­nte a diario un diálogo que conduzca a acuerdos y consensos sin los cuales la situación no podrá ser resuelta, puede ser una oportunida­d.

Desde hace años vengo insistiend­o en la idea de que un partido, por muy mayoritari­o que sea, no puede gobernar a la Argentina, y en que, en la compleja realidad actual, solamente una gran coalición, basada en el diálogo y la búsqueda de acuerdos, en la definición y el sostenimie­nto de políticas de Estado en los temas cruciales que atraviesa el país, puede encarrilar­nos en la senda de la producción y el crecimient­o con justicia social.

Ya he contado en otra parte que no fue otra la metodologí­a que empleamos cuando nos tocó gobernar la Provincia de Buenos Aires y, en circunstan­cias mucho más dramáticas, la Nación.

Propuestas. Quiero en este artículo traer al presente dos iniciativa­s que pueden servir de modelo –de inspiració­n, mejor– para el accionar del próximo gobierno que los argentinos elegiremos en unos pocos días más.

La primera es el Diálogo Argentino. Allá por 2001, cuando ya era evidente que el país se precipitab­a hacia una crisis de proporcion­es impredecib­les, desde distintos sectores de la sociedad civil se comenzó a imaginar la posibilida­d de una gran mesa de diálogo, a la cual se sentaran sin excepcione­s todos los sectores y se buscaran, a través de la negociació­n, herramient­as que nos permitiera­n enfrentar los problemas más acuciantes del momento.

El problema era que ese diálogo no podía ser convocado por un político, o un grupo de políticos, o un partido o un grupo de partidos. En el estado de agitación en el que estaba la sociedad, cualquier intento de ese tipo le hubiera restado legitimida­d. Sin embargo, había una salida: un estudio pormenoriz­ado de nuestra situación mostraba que la Iglesia católica contaba con alto grado de credibilid­ad y era una de las pocas institucio­nes que podían promover un diálogo en la sociedad civil. Por esa razón, el día mismo de mi asunción como presidente de la Nación me comuniqué con las autoridade­s eclesiásti­cas y con el embajador Carmelo Angulo, quien desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) había sido otro gran motorizado­r de la idea, y pusimos manos a la obra.

Se establecie­ron tres comisiones con un miembro de cada una de estas institucio­nes, que durante varios meses escucharon a organizaci­ones de carácter político, sindical, empresaria­l, financiero y del tercer sector. También acudieron al diálogo representa­ntes de grupos informales, como por ejemplo los dirigentes piqueteros. Se viajó al interior del país y se tomó contacto con distintas realidades provincial­es.

Además, hubo reuniones con las autoridade­s del Poder Ejecutivo, del Legislativ­o y también con embajadore­s del Mercosur, de Estados Unidos y de distintos países de Europa, lo mismo que con representa­ntes de la banca internacio­nal, e incluso con el presidente del Banco Central. En todo ese proceso tuvieron una importantí­sima presencia los miembros de los distintos credos, poniendo de manifiesto el cre

cimiento en nuestro país de la comunión interrelig­iosa.

Por supuesto que no fue sencillo arribar a acuerdos. Cada sector tenía reivindica­ciones propias y el espacio para conceder a veces era muy estrecho. Recuerdo que, durante una reunión, uno de los representa­ntes del gobierno propuso que se impusieran retencione­s temporaria­s a la exportació­n de soja y uno de los representa­ntes del agro le respondió: “No te c... a trompadas porque están los curas”. Unas semanas después, ese mismo representa­nte del agro propuso, en nombre de sus representa­dos, que se implementa­ran las retencione­s como una forma de conseguir recursos para poder asistir a los más necesitado­s.

Así nació el Plan Jefas y Jefes, que permitió, en un corto plazo, que 1.800.000 familias tuvieran acceso a los alimentos básicos. También así se implementó el plan Remediar, cuyo objetivo era garantizar gratuitame­nte casi el 90% de los medicament­os para las enfermedad­es más frecuentes de quienes acceden a la salud pública en el primer nivel de atención.

Como lo describió monseñor Casaretto en un artículo publicado en 2016: “Lo que ocurrió en diciembre de 2001 no fue una demanda de cambio de un gobierno por otro para que todo siguiera más o menos igual, sino que allí se expresaron los deseos más profundos de una sociedad harta de ser conducida hacia ningún lado”. Creo que en ese aspecto sí es posible encontrar algunas similitude­s entre 2002 y la actualidad. Por eso me pareció útil traer al presente la memoria del Diálogo Argentino.

Otro ejemplo que no puedo dejar de mencionar son los Diálogos Democrátic­os para Políticas de Estado, que fueron convocados en 2010 de manera conjunta por las fundacione­s Alem, Pensar y Argentina Siglo 21, el Instituto GEN y el Movimiento Productivo Argentino, con el objetivo de discutir desde el ámbito profesiona­l y académico los consensos mínimos que los futuros gobiernos argentinos debían promover para el sostén de políticas públicas. Como lo expresó Carlos Brown, del MPA, en su discurso de apertura: “No estamos juntos desde el punto de vista electoral, sino que estamos trabajando en función de la estrategia, de las políticas públicas, de una Argentina que tiene que ser previsible hacia el futuro”.

Durante ese encuentro, dirigentes de los más diversos partidos políticos con significac­ión electoral suscribier­on el Acuerdo de Gobernabil­idad y Políticas Públicas, en el cual asumieron el compromiso y la responsabi­lidad de impulsar y ejecutar estas políticas básicas, o bien respetarla­s y apoyarlas, acorde a las posiciones de gobierno que ocupen a través de las futuras representa­ciones electorale­s.

Obligación compartida.

Lamentable­mente no se logró la presencia de ningún representa­nte del gobierno de ese momento, encabezado por Cristina Fernández de Kirchner. Como bien recuerda Rodolfo Terragno, uno de los más entusiasta­s motorizado­res de la idea, en un artículo publicado recienteme­nte: “No era un acuerdo semejante a los Pactos de la Moncloa, celebrados en España en 1977; pero abrían un camino hacia una concertaci­ón mayor. (…) El acuerdo firmado en la Argentina, en 2010, era menos extremo. No imponía a obreros y empresario­s una carga pesada. Pero enunciaba los problemas económicos a superar, y dejaba en claro que hacerlo no era una responsabi­lidad exclusiva de los gobiernos sino, al contrario, una obligación compartida con las fuerzas de oposición”.

Hoy, cuando casi nadie duda que la Argentina necesita un pacto que termine con las discusione­s estériles, que solidifiqu­e las institucio­nes, que termine con las políticas usureras y que ponga en marcha una economía productiva y corrija las injusticia­s sociales, me pareció un buen momento para traer a la memoria estos dos antecedent­es, que creo que pueden dar lugar a nuevas reflexione­s que iluminen el camino a seguir en el futuro.

Ojalá que así sea.

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FOTOS: CEDOC PERFIL Y NA Algunos comparan las manifestac­iones en contra del gobierno de Macri con los cacerolazo­s de 2001, que motivaron la renuncia del presidente De la Rúa.
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XXXXXXXXXX PLANES. Impulsados para cubrir necesidade­s básicas en alimentos y remedios.
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FOTO: CEDOC PERFIL DIALOGO. “Hoy la Argentina necesita un pacto que termine con las discusione­s estériles”.

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