Perfil (Domingo)

La vida de Aída Sarti: la trama invisible de los afectos que nace en la militancia

La madre de Plaza de Mayo miembro de la Línea Fundadora, que busca a su hija desde hace 42 años, relata su vida en el libro recienteme­nte publicado por la Marea Editorial.

- VIRGINIA GIANNONI Sigue en Pág. 74

El Mundial 78 –mirá vos cómo son las cosas– fue una apertura. Porque no lo pudieron evitar y terminaron viniendo periodista­s de todo el mundo a la Plaza a ver quiénes eran estas mujeres que caminaban. Y nosotras pudimos decir lo nuestro y que se escuchara afuera, porque acá estaba todo tapado. La cosa era romper eso, salir de ese silencio. Y en ese momento, de alguna manera, se empezó a abrir.

Aída Bogo de Sarti es migrante, trabajador­a y madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Es, de hecho, el corazón de la casa de Madres. Ahí es archivista, anfitriona amorosa para quienes se acercan a consultar o aprender –muchas veces sobre sí mismos–, y encargada de las piezas gráficas, la reposición de pañuelos y las pancartas.

Aída es mamá de Claudia y Beatriz Sarti. “Beti” desapareci­ó el sábado 17 de mayo de 1977. Se la llevaron, junto con su compañero, de la casa que compartían. Aída no supo nada más de su hija.

Amigas. “¡Hola, amiga!”. Así me recibía Aída cuando iba a verla a la casa de Madres. Nos conocimos hace 17 años, cuando fui por primera vez, en medio de una investigac­ión. Me tomó años entender lo mucho que me enseñó, lo mucho que ella y sus compañeras hicieron por mí en aquel momento. Me enseñaron nada menos que a entregarme al amor. Yo no tenía idea de lo que era eso, estaba blindada y convencida de que no era posible. Sabía, de hecho, nadar en las aguas dañinas del cinismo. Con Aída y sus compañeras aprendí a escuchar, a hacer silencio y lugar para otra, y a perder el miedo a mi propia fragilidad. La contundenc­ia del amor puesto en acto que practican las Viejas conmueve los cimientos de cualquier construcci­ón. Todo se cae, se vuelve blando ante esa certeza.

Desde entonces formamos parte cada una de la vida de la otra. Ella vino mucho a mi casa, a mis cumpleaños y a los de mis hijas, escuchando y comprendie­ndo todo, como una maquinaria sensible que conmueve a su paso y devuelve ternura y teje trama. Aída se convirtió en parte de la familia. Por eso este libro no está hecho por periodistx­s o escritorxs. Está hecho por mí, que soy su amiga, bajo su lectura. Hay muchas cosas que están en el aire todo el tiempo, a pesar de no ser nombradas. Habrá que entregarse a esa especie de caos que supone la oralidad, que también está hecha de silencios, de sobreenten­didos, de gestos. Y en medio de eso, a mis desacierto­s u omisiones.

En aquel primer momento, Aída y todas ellas acompañaro­n la muestra que monté (Poesía diaria, porque el silencio es mortal, Centro Cultural San Martín, 2003, e itineranci­as. Junto con Ana Giannoni, libro por editorial Retina), y fueron a leer ahí escritos de “los chicos”, varios inéditos. Para mí era un bochorno de amor, era demasiado. Me costó muchísimo sostener ese momento ahí, y todas las cosas que fueron abriéndose y sucediendo después a partir de ese trabajo.

Desde entonces seguí siempre cerca de ellas, y unos años más tarde nos pidieron (a mí y a mi hermana Ana, que colaboraba para entonces en el archivo) que las ayudáramos a escribir un libro sobre la historia de Madres, ¡nada menos! Una vez más, se ocuparon de aclarar que no les interesaba la cuestión formal o de oficio, que preferían conversar con amigas, en confianza. Fue una de las cosas más difíciles que me tocó hacer, y les agradezco para siempre esa confianza. Ojalá haya estado a la altura. Las viejas fue publicado por Marea Editorial en 2015.

Con el tiempo, mi propio camino de militancia se hizo posible solo a partir de aquel aprendizaj­e.

“Con Aída y sus compañeras aprendí a escuchar, a hacer silencio y lugar para la otra, y a perder el miedo a mi propia fragilidad. La contundenc­ia del amor puesto en acto que practican las Viejas.”

Madres. Aída se desmarca de lo individual, renueva una y otra vez ese ejercicio. Apuesta a la confianza política, y así habita ese animal colectivo que son las Madres cuando están juntas. Confía en su instinto, piensa con las tripas. Sabe con el cuerpo que lo personal es político.

Entramada con sus amigas de la vida o sus compañeras –en los talleres de costura de la casa Marilú, y en el colectivo de Madres de Plaza Ma

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JOSE NICO
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MADRE E HIJA. Aída Sarti y la imagen de Beatriz, que desapareci­ó en mayo de 1977. Desde entonces se dedicó a buscarla, “rondando” la plaza de Mayo, como ella dice.

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