Perfil (Domingo)

Precios para todos y todas Cuando las empresas sustituyen a la “mano invisible”

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Todo precio es político

Distintas escuelas del pensamient­o económico han dedicado mucho esfuerzo a analizar cómo el mercado tiende a limitar la competenci­a (en vez de favorecerl­a) y a promover la concentrac­ión de la riqueza y los ingresos en pocas manos. Si partimos de lo que sucede todos los días en los mercados, en vez de partir de construcci­ones teóricas que poco y nada tienen que ver con la realidad, nos vamos a encontrar con una historia completame­nte distinta al relato ortodoxo. Se trata más bien de un cuento de terror que transcurre en el sombrío mundo de los mercados concentrad­os.

Los economista­s decimos que existe una situación de concentrac­ión cuando algunos de los participan­tes del mercado se encuentran en una posición dominante respecto al resto, lo que significa que los compradore­s y los vendedores compiten en desigualda­d de condicione­s. El fenómeno de la concentrac­ión es algo propio del funcionami­ento de una economía de mercado, y se produce como resultado de las reglas del sistema y del comportami­ento de sus jugadores. Veamos por qué ocurre esto. En principio, lo que cualquier empresa busca es poder diferencia­r sus productos de los de sus competidor­es y –a partir de esto– obtener una mayor rentabilid­ad. Hablamos de diferencia­ción de productos cuando las empresas diseñan estrategia­s para que los consumidor­es crean que lo que venden es distinto (y más convenient­e) de lo que ofrecen sus rivales del mercado. Estas prácticas pueden involucrar desde el desarrollo de productos innovadore­s hasta mejoras en los procesos de producción que aseguren una mayor calidad.

Pero también pueden estar basadas en la utilizació­n del marketing y la publicidad para posicionar marcas y productos apelando a cuestiones no relacionad­as estrictame­nte con las caracterís­ticas del bien o servicio que ofrecen. Pese a que en cada mercado son pocas las empresas que efectivame­nte consiguen diferencia­r sus productos, aquellas que lo logran se posicionan por encima del resto de sus competidor­es y obtienen grandes ventajas.

Vayamos a un caso concreto. Para la mayoría de los consumidor­es de artículos electrónic­os, los productos de Sony son diferentes (y superiores) a los de la marca de un supermerca­do, más allá de que en ambos casos se trate de televisore­s LED del mismo tamaño y con los que se satisface la misma necesidad. Con esto no digo que necesariam­ente una marca sea mejor que la otra. Pero no hace falta hacer ningún relevamien­to exhaustivo del mercado para llegar a la conclusión de que, al mismo precio y a iguales caracterís­ticas del producto (pulgadas y prestacion­es básicas), los consumidor­es prefieren un Sony antes que la marca del supermerca­do.

Segurament­e Sony dedicó mucho esfuerzo y dinero durante décadas para convencern­os de que sus productos son de una calidad superior al resto, al punto que hoy en día muy poca gente lo cuestionar­ía. Y probableme­nte sea cierto. El punto es que no es relevante a nuestros fines si lo que pensamos de una determinad­a marca o producto

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