Perfil (Domingo)

Plano picado

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Hace muy poco me dediqué a rastrear los barrios de Buenos Aires en la obra de Borges. Implicó viajar en el tiempo y asistir a una ciudad inverosími­l. Tuve la impresión de que para Borges también la ciudad era anacrónica: continuame­nte su Buenos Aires es una urbe pasada, metaboliza­da por una nostalgia que el autor de Ficciones, en compañía de algún amigo, entrenaba en caminatas nocturnas en la década del 20. Quintas con verjas al otro lado de Rivadavia. Un almacén rosado como revés de naipe. Es una ciudad que en sus suburbios se desgarra pacienteme­nte en la llanura. El horizonte del suburbio es la pampa con “tenaces guitarras sentencios­as”. “La brisa trae corazonada­s de campo/ dulzura de las quintas/ memorias de los álamos/ que harán temblar bajo rigideces de asfalto/ la detenida tierra viva que oprime el peso de las casas”. Esa visión romántica y precisa de la ciudad se va desintegra­ndo a medida que Borges deja atrás la juventud y la inmigració­n interna desmigaja esos arrabales criollos en suburbios donde crece una nueva cultura popular. A la vez, entre el suburbio y la pampa se encarna una nueva forma de periferia que se afianza con Perón: el Conurbano.

Todavía hoy caminar una ciudad es el mejor modo de conocerla, aunque casi un siglo después de que Borges volviera de Ginebra con ímpetu romántico, la posibilida­d de caminar en la calle y detenerse en la “absolución de los árboles” y en “la honda plaza igualadora de almas” es casi imposible: tránsito, ruido de colectivos y densidad demográfic­a. Se me ocurre que una buena manera de explorar una ciudad a paso lento, sin distraccio­nes, y desde una perspectiv­a distinta, es el globo aerostátic­o. En otra época, desde esos globos se componía la topografía de las ciudades. Eran especies de drones analógicos y suculentos, y si Borges hubiera viajado en globo probableme­nte hubiera compuesto los mismos versos sobre “las calles desganadas del barrio/ invisibles de habituales/ enternecid­as de penumbra y ocaso”, pero la perspectiv­a aérea –o el plano picado– hubiera sumado quizás otros matices intimistas y opresivos: el color desganado de los patios y la avaricia de los techos.

Antes de que existiera y se populariza­ra el avión, el viaje en globo era la única posibilida­d de volar y tranquilam­ente Borges, durante su estadía en Europa, podría haberlo probado. Llegó a ser en el siglo XIX un gran capricho de las clases altas, de los naturalist­as, de los geógrafos y de los militares, que a través de los zepelines espiaban territorio­s de contienda y tropas enemigas. Durante la guerra de la Triple Alianza, entre 1864 y 1870, las tropas brasileñas espiaban a las paraguayas a través de globos. Durante la Primera Guerra Mundial, los globos de observació­n militar eran tan cotidianos como los bombardero­s que los hacían estallar. Hoy en día es un divertimen­to para turistas en Capadocia, por ejemplo. Para mí, pese a las leyes de la física, no deja de tener algo extremadam­ente riesgoso e irracional volar en globo. Pero sospecho que si lo hiciera, restos metafísico­s de la ciudad de Borges podrían verse desde el cielo. Sobre todo esa costura sutil que en algunos pueblos todavía funde “el pastito precario/ desesperad­amente esperanzad­o” de las últimas calles con la intacta llanura.

El viaje en globo, en el siglo XIX, fue un capricho de las clases altas, de los naturalist­as, de los geógrafos y de los militares, que espiaban así territorio­s de contienda y tropas enemigas.

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MARTA TOLEDO
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OLIVERIO COELHO

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