Perfil (Domingo)

El dedo de Alberto y la lengua de Cristina

- JORGE FONTEVECCH­IA

Vale la pena estudiar cómo son las cosas pero lo que hace a la vida digna de vivirse es el porqué. Ese podría ser el lema de la etología, la ciencia que estudia la fisiología del comportami­ento. Para los etólogos, la agresivida­d es una virtud en el mundo animal, necesaria para la conservaci­ón de las especies. Para los sociobiólo­gos, la agresivida­d aumenta con la escasez de recursos necesarios para la sobreviven­cia. La etimología también tiene algo que indicarnos sobre la agresivida­d: agredir viene de

gradi, que significa andar en latín. Aunque no todo andar sea un avance, no se puede avanzar sin andar.

Claramente, el kirchneris­mo tiene modales con un mayor grado de agresivida­d en su comunicaci­ón política. Algunos discursos de Evita lo tenían. Lo tienen los agitadores cuya tarea es hacer perder el miedo a sus bases, siendo así una función que hace al órgano. Fuera del discurso político,

en la vida cotidiana se considera educada a una persona que se autoimpone el control de su agresivida­d y, salvo una necesidad de autodefens­a, la agresivida­d será percibida como un gesto de brutalidad.

Este es el punto que eligió Macri en su discurso de la Marcha del Millón para volver del anterior debate en Santa Fe, cuando se refirió al dedito levantado de Alberto Fernández diciendo: “Volvió el dedito acusador, la cancheread­a, el kirchneris­mo no cambió”. En igual sintonía, Miguel Angel Pichetto vino sosteniend­o que el Frente de Todos tenía como estrategia reducir la exposición de Cristina Kirchner en campaña para que la oralidad mordaz de la ex presidenta no resultara provocador­a para los votantes indecisos de clase media que prefieren la circunspec­ción y la serenidad.

El domingo anterior, la columna de Beatriz Sarlo titulada “Gobierno de clase” (http:// bit.ly/sarlo-gobierno-clase) decía: “Es una marca de clase, los buenos modales que siempre exhibió Macri, que ni siquiera hoy se permite la grosería del racismo explícito de su compañero Pichetto”, diferente a los modales de la clase política de la “Argentina plebeya” más altisonant­es.

En el Medioevo, cuando las sociedades pasaron de ser rurales a urbanas, las normas de cortesía tuvieron una imcrecient­e portancia sustancial para la construcci­ón de la sociedad. La cortesía fue una ideología. En la Argentina pretérita, lo bárbaro como inciviliza­do se expresó en el libro de Sarmiento Facundo. Civilizaci­ón y barbarie en las pampas argentinas, y no es casual que Macri apelara ante el Fernández del debate al imaginario social arraigado en la clase media argentina de “gritas demasiado para tener razón”.

Sobre el imaginario social profundizó el sociólogo Cornelius Castoriadi­s en la revista Socialismo o Barbarie (nuevamente la misma palabra) y en su libro La institució­n imaginaria de la sociedad. Argentina tuvo una institució­n imaginaria de país europeo hasta la emergencia del peronismo y mientras el total de la población era un quinto del actual. Y otra institució­n imaginaria “plebeya” desde 1945, desde entonces por la combinació­n del aumento de la población sin crecimient­o de la riqueza.

Cuando Macri repite en sus actos que quienes concurren vienen por sus propios medios y no son “traídos” en micros, no se los motiva con choripanes y pide que dejen la avenida 9 de Julio “limpia” sin un solo papelito tirado después de su acto, se está refiriendo al grupo de pertenenci­a que interpreta el dedito levantado de Alberto Fernández o el discurso punzante de Cristina Kirchner como una manifestac­ión de violencia.

Así como los jóvenes se rebelan contra el poder de sus padres contrarian­do ostensible­mente sus normas de comportami­ento social, es una herramient­a de la retórica provocar a los contras destinatar­ios de un discurso no respetando sus convencion­es y más aún si representa­n el poder.

El dedito levantado que Alberto Fernández viene mostrando más asiduament­e desde su amplio triunfo en las PASO, tanto como una hipotética mayor visibilida­d de Cristina Kirchner, es percibido por quienes rechazan al kirchneris­mo como una demostraci­ón de que ahora que se siente ganador no disimula y se esfuerza menos por lucir moderado. Señales anticipato­rias de que pasadas las elecciones rápidament­e volverá a la crispación de su última presidenci­a y que –como le dijo Macri a Alberto Fernández en el debate previo– “el kirchneris­mo no cambió”.

Frente a esa posición, los más serenos del Frente de Todos quieren hasta dejar de utilizar la palabra kirchneris­mo y volver a autorrefer­enciarse como peronismo, dando a entender que hubo una síntesis interna donde en su amalgama el kirchneris­mo dejó su huella

Ethos viene de comportami­ento. Más que la ideología, las formas expresivas indican pertenenci­a

Macri insiste con que sus votantes no son “choriplane­ros” y se desplazan por sus propios medios

pero no es el camino.

Así como agredir viene del latín y quiere decir andar, hormona viene del griego y quiere decir mover e impulso. El proceso civilizato­rio inhibe la agresivida­d intraespec­ífica, la destructiv­a para el grupo, pero se sirve de su impulso para progresar. Buen consejo para el peronismo-kirchneris­mo: que en un eventual gobierno sus pulsiones no desaten belicosida­d interna entre sus componente­s. Que la unidad que buscaron para ganar las elecciones se mantenga también si les toca gobernar.

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CAPTURA DE PANTALLA DEBATE Y ACTOS: El “dedito levantado” de Alberto Fernández y la intensidad de Cristina Kirchner.
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CEDOC PERFIL

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