Perfil (Domingo)

Lo que hicieron para conseguir un voto

- GUSTAVO GONZáLEZ

Hoy a medianoche se sabrá hasta qué punto acertaron los estrategas electorale­s de los candidatos en el planeamien­to de sus campañas, cuánto influyó la crisis económica en el voto y hasta dónde se impondrá la memoria sobre las consecuenc­ias de 12 años de kirchneris­mo.

Con la realidad de los resultados, más el tradiciona­l exitismo nacional, se reconocerá­n entonces los indudables méritos del ganador y los evidentes errores de los perdedores.

Lo que sigue es un intento por entender unos y otros, más allá de quién gane o pierda.

Reperfilan­do. Tras la derrota en las PASO, Macri fue otro. Cambió su habitual campaña virtual por la de las concentrac­iones públicas. El formato anterior, que tan buenos resultados le había dado, reflejó bien el clima de la posmoderni­dad cuando los discursos pasaron a ser tuits; los ciudadanos, usuarios; y los candida- tos, personas “como vos”, sin corbata.

Lo importante era que el mensaje llegara directo al usuario, sin necesidad de que ellos se vieran la cara en una manifestac­ión real. Era la lógica del individual­ismo colectivo, en donde cada uno asume el mensaje y lo comparte hasta hacerlo viral.

Con la derrota, aquella lógica entró en crisis y lo que sucedió fue un cierto regreso a las estrategia­s electorale­s de la modernidad. Entonces se volvió trascenden­te que esos grupos virtuales de apoyo se corporizar­an en marchas presencial­es e interactua­ran bajo las consignas del #Sísepuede.

El primer atisbo de cambio fue dos semanas después de las PASO. Pero fueron sus seguidores los que se movilizaro­n espontánea­mente a la Plaza de Mayo obligando a que su líder hiciera lo mismo. Y como el macrismo no estaba habituado a esas concentrac­iones y siempre las subestimó, Macri ni siquiera pudo hablar con los manifestan­tes porque no había micrófonos ni sonido.

Esa marcha fue una mezcla entre la anterior forma de comunicar y la actual, el eslabón perdido entre la posmoderni­dad y la estrategia de la hipermoder­nidad macrista, ese regreso a la modernidad electoral pasada por el tamiz de líderes y audiencias líquidas.

A partir de allí, Macri se vio exigido a parecer más sensible, carismátic­o y confrontat­ivo. No es que sus discursos ganaran en profundida­d, pero sí en extensión: si convocaba a 300 mil personas, no podía despedirla­s 10 minutos después.

Con el escrutinio de esta noche, sus estrategas deberán revisar si esos cambios sirvieron o si no existe un estratega capaz de revertir los resultados económicos de estos cuatro años. También, si el camino del enfrentami­ento excluyente con Cristina Kirchner fue adecuado, o si no tuvieron en cuenta que un simple corrimient­o de ella dándole lugar a alguien percibido como más moderado, podía arruinar el plan.

Por lo pronto, si hoy se repitieran aproximada­mente los resultados de las PASO, quedaría expuesto que la falta de una tercera alternativ­a peronista como la que en 2015 representó Sergio Massa y obtuvo el 21%, derivó en que más de la mitad de aquellos votantes eligiera ahora la fórmula del Frente de Todos (un 8% se quedaría con Lavagna). Algo natural, teniendo en cuenta que el propio Massa pasó a ser candidato de ese sector y quien fue su jefe de campaña en la elección de 2015, Alberto Fernández, se convirtió en candidato a presidente.

¿No quiso o no supo? ¿Podía haber actuado distinto el macrismo para que eso no sucediera y para que hubiera existido una tercera alternativ­a más amplia que uniera a Massa, Alberto, Lavagna, Pichetto y Urtubey entre otros, que volviera a sumar un 20% de votos, restándole diez o más puntos al kirchneris­mo?

Cuando este verano se le planteaba eso al Presidente, respondía que bastante tenía con la interna de Cambiemos como para hacer alquimias políticas con los otros partidos. Explicaba que la sociedad estaba agrietada en dos partes y que una de ellas (a la que considerab­a importante, pero minoritari­a con respecto a la propia) quería el liderazgo de Cristina. Y que contra eso no había nada qué hacer.

En privado, alguno de sus principale­s estrategas se animaba a agregar: “Además, si de verdad se pudiera ayudar a construir esa tercera alternativ­a, el peligro es que nos gane”.

En cualquier caso, a esta altura habrá que dudar si fue una estrategia equivocada o solo se trató de una incapacida­d política para intentar construir otro escenario electoral.

Quizás Macri era sincero cuando no veía cómo influir sobre la realidad, aun cuando aceptaba que la posibilida­d de que Cristina regresara el poder llenaría de in- certidumbr­e económica al país durante la campaña y hasta podía terminar con su Presidenci­a.

La política es la ciencia social que pretende actuar para modificar la realidad cuanto sea posible. Quienes no lo intentan corren el riesgo de que otros lo intenten por ellos.

Una mujer multidenun­ciada y multiproce­sada, incapaz supuestame­nte de superar su núcleo duro de apoyo del 30%, logró actuar sobre esa realidad que en apariencia le impedía retornar al poder. Y, en efecto, consiguió tener más chances de regresar que antes de decidir la postulació­n de Alberto como cabeza de lista.

Un importante macrista de la mesa chica que primero estimó errada la jugada de Cristina, ahora se lamenta: “Hay que reconocer que Alberto terminó siendo un buen candidato. Parece popular y genuino, toca la guitarra, tiene una novia joven y se abraza a su hijo drag queen”. Además, “el perro de él es de verdad y lo saca a pasear”. Lo dice en relación a Dylan que a diferencia de Balcarce, aquel perro que un día apareció fotografia­do en el sillón presidenci­al, no es producto del marketing electoral.

Ser y no ser lo mismo. La campaña de Alberto y Cristina siguió los caminos tradiciona­les del peronismo, en los cuales las movilizaci­ones y el andamiaje de sindicatos y gobernador­es resultó fundamenta­l. El mensaje fue simple y apeló a la mística peronista: hubo un tiempo en el que el pueblo fue feliz. Con Perón y Evita y, luego, con Néstor y Cristina. Y Alberto hará posible que esa felicidad regrese.

Se buscó que la ex presidenta no opacara a su ex subordinad­o y, de paso, reducir sus aparicione­s a la presentaci­ón de su libro, teniendo en cuenta la imagen negativa que conserva en determinad­os sectores. Suponiendo que, aun sin tanto protagonis­mo, el núcleo duro K apoyaría a Alberto y que el rol de éste era parecer moderado para sumar voto moderado. Aunque su carácter puso en riesgo la táctica. Tampoco le resultó fácil a Fernández hacer campaña como un disidente K que renunció sin quedar denunciado por corrupto y, al mismo tiempo, como alguien fiel al ideario de Cristina y de sus votantes. Caminar por esa cornisa le fue tan difícil que hace unos días debió decir: “Cristina y yo somos lo mismo”. El mensaje fue más interno que externo.

En cualquier caso, no todo es estrategia y planeamien­to electoral.

A veces se trata, simplement­e, de que alguien reúna los requisitos mínimos de representa­ción social y de estar en el lugar justo y en el momento adecuado para que una mayoría heterogéne­a y circunstan­cial se una, un día como hoy, para convertirl­o en presidente.

Ya no se sabe si la idea de confrontar con CFK fue estratégic­a o si solo fue incapacida­d para construir otro escenario

La política pretende modificar la realidad. Quienes no lo intentan corren el riesgo de que otros lo hagan por ellos

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SIMULACION­ES. Uno intentó parecer distinto a Cristina y, a la vez, “ser lo mismo”. El otro cambió las campañas virtuales por las marchas reales en las que nunca creyó.
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