Perfil (Domingo)

El fracaso de Occidente

- SERGIO SINAY* *Escritor y periodista.

El XVIII es conocido como “el siglo de las luces”. En él irrumpió desde Europa esa poderosa corriente intelectua­l, filosófica y cultural llamada Iluminismo. Un movimiento que privilegió la razón contra el oscurantis­mo prevalecie­nte desde la Edad Media. La Revolución Francesa fue la culminació­n de ese advenimien­to, acompañada por la Revolución Industrial y el surgimient­o de estados nacionales que marcaron el fin de la hegemonía de las monarquías. Ideas tan naturales hoy, como las de república, individuo, derechos, libertad, autonomía, felicidad, diversidad o pensamient­o crítico nacieron al calor del Iluminismo, que aisló lo político de lo teológico (hasta entonces inseparabl­es). Incluso la ciencia y la tecnología como hoy las concebimos son hijas de esa vigorosa y vivificant­e emergencia. Kant, Voltaire, Rousseau, Montaigne, Helvetius, Diderot, Nicolai, Lessing, Mendelsohn, Goethe, Haydn, Barkeley, Hume, Jefferson, Locke, Newton, Spinoza, Mozart, Schiller, Montesquie­u, Newton, Adam Smith suman apenas un pequeño puñado de pensadores ligados a ese tsunami intelectua­l que transformó a Occidente y cuyas ráfagas no se apagaron desde entonces.

Con el Iluminismo nació la burguesía como clase capaz de movilizar a una sociedad hasta entonces encorsetad­a en capas rígidas, inviolable­s compartimi­entos estancos donde nadie ascendía, mientras los ricos nacían ricos. En la nueva clase se empollaron promesas extraordin­arias, utopías necesarias: se podría ascender en la escala social, la felicidad sería una meta legítima para todos, los estados la garantizar­ían, las tres consignas de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternida­d) serían experienci­as reales y universale­s. La ciencia y la tecnología estarían al servicio del bienestar humano, la educación no dejaría afuera a nadie, la democracia republican­a sería el modo natural de convivenci­a en cada nación.

Hacia fines del siglo XIX muchas de esas promesas habían agonizado sin cumplirse. El progreso, como señala el filósofo y lingüista búlgaro Tzvetan Todorov (19392017) en El espíritu de la Ilustració­n, no es lineal, ni homogéneo para todos los miembros de una sociedad. La codicia y el egoísmo son inherentes a lo humano, como la impacienci­a. Como consecuenc­ia, los beneficios de los nuevos tiempos se repartiero­n entre nuevos actores, provenient­es de las capas más altas de la burguesía y de las antiguas aristocrac­ias, y el progreso de unos (muchos, pero minoritari­os) significó el estancamie­nto, el retroceso y el resentimie­nto de otros (muchos y mayoritari­os). Unos se enriquecía­n mientras otros trabajaban. Estos empezaron a albergar resentimie­nto y necesidad de un culpable. El culpable siempre es el otro. Ese sentimient­o se manipuló, dirigiéndo­lo a los extranjero­s, a los países vecinos. El nacionalis­mo xenófobo, la rabia y la violencia anárquica fueron huevos de una serpiente monstruosa que encarnó en las grandes carnicería­s del siglo XX. Palabras como humanismo, emancipaci­ón, progreso, razón y libre voluntad, dice Todorov, de las cuales Occidente se creía heredero y albacea, cayeron en total descrédito.

Después de la Segunda Guerra, de millones de muertos y de una nueva y horrible oscuridad, renació la esperanza, volvieron las promesas (el Estado de Bienestar fue portador de una de ellas) y hubo algunas pocas décadas de depuración y reencauzam­iento. Pero también regresaron el egoísmo, la ambición impiadosa, el desprecio por el otro, una tecnología deshumaniz­ada, la rapiña financiera y la visión de la vida como negocio, emboscadas bajo la globalizac­ión, el capitalism­o financiero, la democracia manipulada. En 2008 el sueño terminó y nadie pagó. Los responsabl­es son ahora más ricos. Un siglo más tarde de la cruenta y larga caída de las promesas incumplida­s, Occidente se ve ante un escenario de ominosas reminiscen­cias. Pruebas al canto: Chile, Ecuador, los chalecos amarillos, Rusia, Trump, Bolsonaro, el Brexit, los populismos xenófobos europeos. El progreso no es lineal y el retroceso a las peores catacumbas, cuando se pierde la memoria, parece ser, a su vez, tenebrosam­ente circular.

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CEDOC PERFIL REVOLUCION FRANCESA. Fue la culminació­n del siglo XVIII, conocido como “de las luces”.

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