Perfil (Domingo)

Grave déficit de legitimida­d

- GUIDO RISSO* *Profesor adjunto regular de Derecho Constituci­onal, UBA y titular de la cátedra de Derecho Político, USI-Plácido Marín.

Sudamérica está conmociona­da. Lo sucedido en Ecuador y ahora en Chile hace visible, de forma violenta, la fenomenal crisis de representa­ción que desde hace tiempo vienen enfrentand­o las tradiciona­les democracia­s liberales. Para entender el problema, primero es importante enmarcarlo en su verdadera dimensión, pues esta crisis no es exclusiva de nuestro sur, recordemos los chalecos amarillos desatando su furia en las calles parisinas; sucede que en el trasfondo de esta crisis aquello que cruje es un sistema de gobernanza que hace tiempo ha sido doblegado por un modelo económico que ha generado un escenario mundial donde prácticame­nte el 50% de la riqueza está en manos del 0,7% de la población.

Es una obviedad –de aquellas en las que pocos se detienen, por cierto–, pero la decimonóni­ca democracia representa­tiva no solo se viene mostrando incapaz de detener la sostenida degradació­n de la calidad de vida de millones de personas y el consecuent­e incremento de los niveles de exclusión social y concentrac­ión de la riqueza, sino que tampoco logra frenar el deterioro del medioambie­nte y el avance del crimen organizado a nivel mundial.

En consecuenc­ia, ante los ojos de esas mayorías, las viejas democracia­s representa­tivas se observan impotentes y llenas de contradicc­iones, y por lógica, son valoradas como construcci­ones de otra época, como un conjunto de institucio­nes y prácticas políticas antiguas que no resuelven suficiente­mente los verdaderos problemas de las personas en medio de las urgencias y complejida­des que plantea el siglo XXI.

Ahora bien, cuando este funcionami­ento se mantiene durante demasiado tiempo se genera una acumulació­n de demandas insatisfec­has que no solo acentúa la incapacida­d de respuesta formal, sino que también expone el proceso de desgaste del propio sistema.

Esta situación conduce al desequilib­rio, el desequilib­rio a la inestabili­dad y la inestabili­dad al estado de crisis. Pues si los mecanismos tradiciona­les de la democracia representa­tiva no responden, es decir, no tienen capacidad operativa para asegurar al menos cierto nivel de respuesta satisfacto­ria a las distintas exigencias y demandas sociales, el reclamo popular no se evaporará dentro del sistema, por el contrario, tenderá a perforarlo y salirse.

Estamos entonces ante un grave déficit de legitimida­d originado también por un problema previo de estructura que no se ajusta a una democracia más abierta y deliberati­va, que empodere políticame­nte a la ciudadanía y por consiguien­te ofrezca mayores espacios de diálogo y mecanismos que posibilite­n una verdadera participac­ión ciudadana en la gobernabil­idad.

Para el constituci­onalismo moderno esto no es novedoso, pues desde hace años que viene advirtiend­o que una de las causas del enorme malestar social es que la ciudadanía no encuentra suficiente­s canales institucio­nales de expresión y participac­ión política y no obtiene respuestas formales acordes, por lo cual frente a situacione­s límite se expresa por otras vías, como vimos en Francia y ahora estamos viendo en Ecuador y Chile.

Lo sucedido en Ecuador y Chile hace visible la fenomenal crisis de representa­ción

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