La domesticación del ser implume
A otra cosa, lleva por subtítulo: “El arte como modo de superar la dispersión en la era de internet”, por lo que inicialmente y desde la portada del libro fácil es inferir tres postulados del autor. El primero es que internet no es una mera herramienta para un fin sino que es un fin en sí mismo, toda vez que instituyó una era por la que transitará de ahora en más la humanidad. El segundo es que internet desbarata nuestra atención produciendo “dispersión”, o sea una suerte de derramamiento o disgregación que nos impide estar centrados en una idea o un propósito. El tercero es que el arte, que para su producción requiere “imaginación”, y siendo que ésta solo alcanza su expresión a través de la “concentración”, es la única actividad humana que puede oponerse a la insustancial disgregación en la que rápidamente caemos puestos a “navegar” por internet sin un propósito específico que, cumplido, nos aparte de esa adicción que parece estar expandiéndose, tal como sostienen los físicos acerca del Universo.
Basta leer el primer capítulo para advertir que Sven Birkerts, director de seminarios de escritura de la Universidad de Boston, no venera a los gurús de Silicon Valley –para limitarnos geográficamente a lo que sucede en las cercanías de la Bahía de San Francisco. Birkerts comienza citado a Virginia Woolf, quien ante la primera exposición de pintura posimpresionista en Londres escribió: “En o alrededor de 1910, la naturaleza humana cambió”, para unas páginas más adelante parafrasear unas líneas del poema “Metáforas de un magnífico”, de Wallace Stevens: “Veinte personas que cruzan un puente y entran en un pueblo, son veinte personas que cruzan veinte puentes y entran en veinte pueblos”. Y cabe una reflexión: qué únicas e irrepetibles somos las criaturas humanas y, sin embargo, qué iguales nos necesita la tecnología devenida tecnocracia, viejo concepto acuñado por diversos ensayistas y escritores del siglo XX.
Birkerts prescinde del uso de teléfono celular (aunque no se jacta de ello) y se asombra cuando su esposa, merced a los servicios de Siri y del sistema de geo-localización del celular, lo guían una noche cualquiera de la ciudad donde reside a una dirección de una calle de una ciudad cercana que desconoce para rescatar a su hija de una frustrada cita. Para algunos bien puede ser descalificador. Para otros, se “resiste” a la prepotencia de un sistema de producción y consumo impuesta como un fetiche al que oponerse resultará inútil y vano. Sentarse en un banco en un parque junto a dos personas que conversan entre sí, dice de otro modo Birkerts, no es lo mismo que sentarse junto a alguien que habla con otra persona a través de su teléfono celular.
Otra de Birkerts al referirse a la actitud de alguien sumergido en internet: “El presente inmediato es socavado, perforado por una sensación de extrañeza. Me pasa lo mismo cuando hablo a alguien que no me mira”. Sin embargo, y esto el autor que cuenta con el suficiente talento e inteligencia para no ignorarlo no lo ignora, se diría que deberemos hacer concesiones, aceptar que: “la guerra es la paz, la libertad esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.
Birkerts se asombra cuando el celular de su esposa, gracias al servicio de geolocalización, lo guía una noche a una dirección para rescatar a su hija de una frustrada cita.
Como si no hubiera sido suficiente la domesticación a la que el ser humano se ha subordinado desde el principio de los tiempos, ¿así deberemos aceptar que la “dispersión” tributa a la “imaginación”? Al igual que Birkerts, no lo parece. Este autor rebelde e insumiso augura que sin el verdadero “Arte”, sin que enfoquemos nuestra imaginación para ensimismarnos y producir el milagro creativo, soplarán malos vientos para una humanidad para la cual el logos, el pathos y el ethos griego han perimido. Sigamos entonces idolatrando ciegamente a “la nube informática”. Aunque no olvidemos que allí mora, entre otros, el inmortal Dios Marte.