Más allá de la palabra
Keitaro es un don nadie, cero a la izquierda en la sociedad pro sintoísta japonesa alrededor de 1910. Busca trabajo y se somete como un servil a cualquier oficio. Su deriva es la suma de todos los tópicos para enumerar cómo es eso del placebo literario, la dilación temática, descriptiva, para que el lector lea lo que necesita leer, o lo que debe leer para ser un esclavo de la caligrafía masiva como distinción social (más en el contexto imperialista japonés). Esta novela se publicó por capítulos en el diario Asahi. Hoy tal nombre puede remitir a cerveza, antaño a las ópticas para fotografía, pero en lo más profundo refiere a la industria química de dudoso fin durante la Segunda Guerra Mundial.
Soseki resulta menos que mediocre, es casi un naturalista de la banalidad. Pero no sin intención política: el tal Keitaro es un fantoche que resiste a Occidente con dudosa gallardía, gran sumiso de deberes insólitos, tonto útil. En sí, este escritor mediocre transfirió al personaje su limitación: no fue más que uno de los engranajes “ideológicos” para la transición de los samuráis abandonados por la tradición para ser revalorizados como armas de un imperio ridículo.
Impedimenta ha publicado varios libros de este novelista adecuado y servil. O estas ediciones de lujo las financió el mismo diario Asahi, o lo hizo una delegación japonesa estatal que añora al imperio como su ápice trascendente. No existe épica en este escritor, nada lo trasciende más que su propia limitación, la del esclavo sumiso agradecido. Como si el lector tuviera algo que agradecer a un mediocre, la traducción es horrible y la corrección inexistente, como para coronar la ofensa a la literatura universal.