Meryl Streep y Gary Oldman no pueden salvar un bodrio que intenta ser irónico
Cuando hace unos meses se anunció que Steven Soderbergh abordaría el tema de los Panamá Papers en una película cuyo elenco iban a encabezar Meryl Streep y Gary Oldman, las expectativas fueron altas. De hecho, cuando se supo que Netflix la utilizaría para ganar prestigio en los festivales de cine, las expectativas fueron aún mayores. Nada hacía suponer que el producto final iba a ser un bodrio como el estrenado el viernes 18.
A esta altura del partido, ya se sabe que Netflix, ante el surgimiento de competidores de peso en el streaming, está desesperado por incorporar grandes nombres a su catálogo, para no perder (más) suscriptores. El problema es que la industria del espectáculo está compuesta por viejos lobos de mar, que saben de negocios mucho más que de arte. Así, resulta sencillo imaginar a alguien como Soderbergh que, ante el acercamiento de Netflix, y sabiendo que le dirán que sí a cualquier cosa que proponga, termina por ofrecer el o los proyectos menos potables, más complicados de venderle a un estudio con cierto paladar. Si le agrega grandes nombres como Streep u Oldman, la avidez de Netflix parece satisfecha. El problema no menor, claro, es el resultado.
La lavandería elige el formato de sátira. Lo cual no está bien ni mal de por sí. Lo cierto es que al tratar como comedia burlona el desfalco a grandes niveles que se dio en todo el mundo, lo más difícil es incorporar las muertes que se generaron –porque siempre la corrupción las genera, ya sea por empeorar condiciones de vida ajenas como por empeoen rar obras públicas que terminan en catástrofes–. Vale decir que ese desafío está medianamente superado. Ya al inicio del telefilm muere el marido del personaje compuesto por Meryl Streep –totalmente desaprovechada, en especial porque compone dos papeles–, y enseguida se descubre que no cobrará ningún seguro porque la empresa de seguros no era ni empresa ni tampoco brindaba seguridades.
Los fantasmas contables, que generan mucho más daño que sus equivalentes sobrenaturales, están explicados a lo largo de esta obra menor de Soderbergh con una mezcla de didactismo y humor. Los estafadores –esto es, los abogados– que edifican todo el fraude son personificados por Gary Oldman –otro desaprovechado– y Antonio Banderas– uno de esos misterios del cine: aparece en pantalla y quien lo ve se pregunta quién le permitió estar ahí si no posee ningún talento salvo su belleza y su forma de hablar susurros como si eso implicara actuar–.
La lavandería arranca bien. El problema es que el tono elegido posee sus límites a la hora de abordar el tema, y eso queda en evidencia cuando transcurrido un tercio del metraje se empiezan a meter con fórceps historias de millonarios estafadores. No se entiende para qué son contadas, si estábamos siguiendo a la viuda/Streep y a los abogados chantas/Oldman y Banderas, quienes desaparecen de la vista. Y con ellos se esfuma cualquier chance de que la historia siga a flote.
El problema, entonces, con el guión de Scott Burns (que ya había hecho un bodrio con ¡El informante!, también de Soderbergh, aunque pareciera que levantó puntería con la inminente The Report), es que intenta mostrar a los millonarios estafadores que utilizaron el esquema contable espúreo como personas que en sus vidas privadas la pasan mal. Uno porque es una especie de adicto al sexo, otro porque es envenenado, otra porque debe envenenar, y así. Todos parecieran infelices, o ajusticiados por el destino en esa fantasía neurótica de: “Sí, te hizo daño, pero no va a poder dormir por las noches” o estupideces equivalentes. Y lo cierto es que quienes emplean esos métodos perjudiciales para el resto disfrutan de la vida. Hacen lo que se les canta. Incluso algunos llegan a presidentes (con resultados calamitosos para la población, aunque habría que evaluar sus cuentas personales, y las de sus allegados).
Hubiera sido más provechoso para el cliente de Netflix que el gigante de streaming estrenara para América del Sur el documental sobre los Panamá Papers que sí estrenó en otras partes del mundo hace más de un año. Donde se menciona a políticos locales. Que evidentemente no tienen nada que ver con que se haya censurado/pospuesto indefinidamente, por supuesto.