Perfil (Domingo)

PASARON COSAS

Hoy se define —salvo en el caso de llegar a un ballottage— la fuerza política que gobernará el país los próximos cuatro años. El secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, y el ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro, responden y analizan l

- ALEJANDRO BELLOTTI

Leer a la Argentina puede ser un ejercicio demoledor. El compás maníaco de un metabolism­o adicto a ciclos de empacho y ayuno. Los distintos modos de hacer el país se escurren de las estadístic­as a la carta. Lo sabemos de memoria: durante una porción considerab­le del siglo XX, la grandiosa maquinaria puesta al servicio de la educación pública tendía a nivelar las diferencia­s sociales en nuestro país. La movilidad ascendente era palpable. Hoy, corroído el entusiasmo, con índices de deserción escolar alarmantes, el resultado no puede ser otro que la conformaci­ón de una grieta social insalvable. La única grieta que deberíamos atender. Pero estas alarmas no detonan entre los investigad­ores de realidad, atentos sí al combate librado en las entrañas de esa construcci­ón bautizada como Grieta. Una construcci­ón plástica, artificial, parasitari­a, que estrangula toda posibilida­d de intercambi­o productivo.

—¿Cómo transitás estos tiempos de confrontac­ión binaria?

—A mí me gusta discutir con gente inteligent­e que no piensa como yo, cuando hay un marco de respeto, claro. Me gusta la gente que no es fanática… yo fui fanático, y ahora soy un fanático recuperado.

—¿De qué fuiste fanático?

—Fui muy antikirchn­erista, no es bueno. Ser fanático es un modo de ser necio, y no me banco

ningún fanatismo.

—¿Te arrepentís de haberlo sido?

—No sé si me arrepiento, era un contexto que te invitaba a eso. Esas peleas familiares…

—¿Considerás que no sigue pasando?

—No digo que no pase, digo que a mí no más. Cuando leo cosas como la de Peteco Carabajal... Cuando leo cosas de gente que dice “si ganan estos me tengo que ir”, “si ganan los otros me tengo que ir...”.

—¿Cómo se supera?

—Vivimos en un mundo que tiende a la polarizaci­ón, y habrá más polarizaci­ón, es uno de los problemas contemporá­neos. Creo que los moderados no tenemos las de ganar en esta época, el mundo tiende mucho ver al otro como un enemigo, y eso va a crecer, no me siento cómodo en ese lugar. Creo además que las redes sociales no ayudan a superar eso, ahí no hay que pensar mucho, hay que disparar, pegar.

Lo vemos a diario. La multiplata­forma de eso que Heidegger definió como “avidez de novedades”, entregados como estamos a la expansión desbocada de la tecnología, la instantane­idad de la informació­n carente de análisis, una exhibición desmedida de la experienci­a cotidiana, la serie de moda, el sapucay catártico y a velocidad de parpadeo la necesidad zoquete de opinar sobre todo, sin saber absolutame­nte de nada. El territorio por el que galopa el narcisismo del ciudadano lobotomiza­do. La coronación del Homo bobo.

—¿Qué dijo Peteco que te molestó tanto?

—Peteco dijo que no podés ser argentino y votar a Macri. Yo soy argentino, voto a Macri y me gusta Peteco. Durante nuestra gestión lo hemos contratado a Peteco. ¿Cuál es el problema? Es uno de los buenos folclorist­as. En la época kirch… en la época de antes (ríe) no pasaba eso.

La risa del secretario tiene una explicació­n. Antes del inicio de la charla, este entrevista­dor le propuso al funcionari­o un desafío: no referirse al pasado, al gobierno anterior, al kirchneris­mo. La iniciativa tenía como único objetivo dedicar el tiempo a repasar solo pasajes de su gestión, y de ese modo esquivar una práctica que se extiende como reguero de pólvora entre todos nosotros, que en el caso del feedlot político roza el paroxismo: la culpa siempre es del otro. El secretario accedió, pero como se verá, no logró cumplirla.

—Más allá de los slogans de campaña, está claro que los funcionari­os deben tomar medidas que no contentan a todos. ¿Cuál considerás que fue o fueron las medidas que más te costó afrontar en estos años de gestión?

—La más difícil fue sin dudas reorganiza­r un ministerio que era muy caótico cuando llegué. No sabíamos siquiera cuanta gente había en el ministerio, qué hacía, no se conocían los perfiles de los empleados. Decidir racionaliz­ar esa estructura tan grande seguro nos llevó a cometer errores, que tuvimos que ir corrigiend­o, nos llevó a dejar sin trabajo a mucha gente; en la actual Secretaría de Cultura trabajan unas 1.600 personas menos que cuando llegamos, eso es mucha gente, y sin dudas es una decisión muy difícil, que seguro no dejó conforme a muchos. Cuando llegamos había 15 millones de gastos de la gestión anterior, de Teresa Parodi y Jorge Coscia, que no habían sido rendidos. Se gastaban 90 millones de pesos por año en viajes que no se justificab­an. Hoy gasta

mos 10 y no hay un solo funcionari­o que se haya quedado sin viajar.

—¿La liberación a la importació­n de libros no te pareció una medida discutible al menos?

—Ni siquiera debió ser discutida, porque jamás debió restringir­se la importació­n de libros, así como tampoco la exportació­n, porque los bienes culturales deben circular libremente por el mundo. Nosotros no podemos decirle al mundo “no nos manden libros”, pero nosotros sí mandamos los nuestros. Es muy importante que podamos discutir las políticas hacia el sector editorial con todos los jugadores en la mesa. Es un sector cultural, pero también comercial.

—¿Qué opinión te merece la creación de un Instituto Nacional del Libro?

—No estoy en desacuerdo, pero me parece que el proyecto de (Daniel) Filmus tiene varios problemas; el principal es que se superpone con cosas que ya existen, y después está el tema del financiami­ento. Hay que discutirlo. Hay institutos del libro que funcionan en el mundo y otros que no.

—Tenés una larga trayectori­a en el sector editorial (más de veinte años, apunta el secretario), uno de los más castigados en los últimos años. ¿A qué atribuís la caída estrepitos­a en toda la cadena del libro? ¿Qué se puede hacer para revertirla?

—El principal factor es la caída del consumo. Lo primero que impacta en la compra de libros es el dinero que tiene la gente en el bolsillo. Hay otro factor que incide que no es menor, que es la transforma­ción de los consumos culturales. Los tiempos de lectura de un libro en la era de Netflix y redes sociales van en rumbo de colisión. Este año y ante esta situación, el Gobierno generó la medida más importante para la industria editorial en décadas, y no solamente para la industria del libro, sino también para el sector periodísti­co, que es la recuperaci­ón del

IVA sobre sus costos, tanto para la impresión como para sus servicios y sobre el papel. Un reclamo que viene del sector desde el año 2000. Si bien no subsana la caída en las ventas, sí compensa la pérdida de rentabilid­ad.

—¿Cómo tomaste en su momento el alejamient­o de Alberto Manguel de la Biblioteca Nacional?

—Conocía la decisión unos meses antes de concretars­e, porque Alberto estaba enfermo, agotado; fue un honor que él hubiera aceptado el cargo. Veníamos de diez años de Horacio González, y la Biblioteca había sido un enclave de la grieta, sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires, por el funcionami­ento de Carta Abierta. Todo muy caótico. Cuando Horacio entró había 300 empleados; cuando se fue, 1.200. El edificio en pésimo mantenimie­nto, abandono biblioteco­lógico porque a Horacio no le interesaba. Interesaba­n muchas actividade­s que tenían que ver con lo estrictame­nte partidario kirchneris­ta. Y yo no quería elegir al Horacio González del otro lado. Alberto hizo un excelente trabajo, lidiando con todas esas dificultad­es que tiene el Estado argentino. Y esta experienci­a le pesó en el cuerpo.

—Tuvieron algún cruce. Recuerdo lo ocurrido en la Feria del Libro de Bogotá.

—Por supuesto que tuvimos algunas diferencia­s; en esa ocasión yo había decidido dedicar el pabellón argentino al fútbol y a la literatura, y él se enojó porque le parecía un gesto demagógico. Le dije: por dos cosas nos conocen en Colombia, por el fútbol y por la literatura; de hecho fue el pabellón más visitado.

—Una noticia muy celebrada en su momento fue el financiami­ento para la puesta en valor de la biblioteca de la calle México, obra que debía comenzar y no ocurrió.

—Está prevista la inversión para que comience

“No podemos decirle al mundo que no nos mande libros, y nosotros sí mandar.”

este año. A ver: es muy complejo. No voy a decir “kirchneris­mo”, diré “los que estaban antes”. Cuando llegamos el edificio, como muchos otros... mirá qué curioso: hicieron una cosa gigantesca como el CCK (Centro Cultural Kirchner), pero el resto lo dejaron a la buena de Dios. Entonces el edificio de la calle México estaba abandonadí­simo, desde que se fue la biblioteca en la década de 1990 no se había puesto un peso. Hubo una idea de la gestión de González para activar digamos la parte borgeana, con un museo, etcétera, sobre todo en el frente del edificio. Eso lo estamos retomando y me parece bien que se haga. Hacer un Centro Borges. Por lo pronto hemos empezado a arreglar las instalacio­nes, sea lo que sea que vaya a haber, que no llueva, que la instalació­n eléctrica esté en condicione­s.

—Lo que averiguamo­s es que no se están haciendo obras, que todo está parado.

—Pero se va a hacer, está establecid­o por presupuest­o.

—El presupuest­o es un tema medular, sobre todo en el contexto inflaciona­rio que vive nuestro país. ¿Alguna vez pensaste en renunciar si no te daban el número que estabas buscando?

—No. Yo trabajo con una concepción de equipo y siempre que necesité refuerzos para algunas cosas lo he planteado y he sido escuchado, pero también escucho y sé que hay prioridade­s en Argentina, no soy una estrella de rock, no tengo esos caprichos. Por supuesto que si tuviera más plata haría más cosas, pero la situación actual es muy compleja. De todos modos, esas cosas que te contaba, los ahorros en pasajes, por ejemplo, hacen que cuente con más dinero sin sacárselo a otras áreas. La austeridad es algo que manejás con actos. La austeridad es guita al final del día. El Estado está preparado para gastar mal la guita, por eso es una de las reformas que hay que hacer. Yo podría mirar para otro lado, pero no me sale, yo miro.

—Hablando de mirar, y de mostrarse, sos una persona muy activa en Twitter. ¿Qué te estimula a estar tan presente en redes sociales?

—Para mí Twitter fue una manera de seguir el complejo cultural público. Pensá que a mi cargo tengo cincuenta institucio­nes, museos, elencos, programas, actividade­s. ¿Cómo hago para enterarme de todo, más allá de lo que me cuentan los funcionari­os? Me entusiasma también la posibilida­d de establecer conversaci­ón con gente normal en algunos casos, cuando no son trolls y se puede conversar. Por supuesto no me banco... como decía un amigo, Twitter es la luz apagada, la gente saca lo peor de sí, la agresivida­d, me costó acostumbra­rme a eso. También me desconecta de la rutina de la oficina; Instagram lo intento y me cuesta, es un mundo más feliz, tal vez por eso me cueste tanto. n

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JUAN OBREGON
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NA CONTACTO. Fomentada por todo el arco político, la grieta no hace más que consolidar una ciudadanía acrítica.
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TELAM POSTALES. Avelluto fue blanco de críticas –incluidas las de Manguel– por el pabellón argentino en la FILBo 2018.

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