Perfil (Domingo)

El poder de la duda

- BETINA ROLFI* *Licenciada en Comunicaci­ón Social. Especialis­ta en comunicaci­ón política y organizaci­ones UNLP.

Noviembre de 2019. El mundo es cada vez más antagónico, Latinoamér­ica cruje, la Argentina poselector­al parece consagrar un bifrentism­o con forma de peronismo y no peronismo que consagra el fin de las terceras vías.

En ese bosque, ¿progresism­o, estás? ¿Puede pensarse el progresism­o como fuerza política transforma­dora o solo como ideario? ¿Es acaso algo más que una categoría sociocultu­ral, la del progre?

Estas preguntas no son nuevas para un espacio de pensamient­o que, al decir de Marcelo Leyras, es también una identidad híbrida y de contornos difusos: “No es un proyecto original ni un programa elaborado para alcanzar un propósito. Es resultado de la confluenci­a, y representa la revancha de quienes participar­on de intentos fallidos para alcanzar otros objetivos, formulados de acuerdo con otras ideas y defendidos con otros lenguajes”.

Si hubiera que definirla por sus valores sustancial­es, coincidirí­amos en el respeto a las libertades individual­es, el pluralismo y la equidad social. La cuestión es de prioridade­s y cómo la interpreta­ción de cada tiempo histórico vuelve más relevantes algunos de esos principios sobre otros. Esta es hoy la conversaci­ón de los progresism­os, una conversaci­ón llena de preguntas (la jactancia de los intelectua­les, del siniestro Aldo Rico).

El progresism­o también es duda, duda como construcci­ón, novedad, creación. Duda, no incertidum­bre. La duda es poder, como me decía hace unas noches la notable académica Sol Montero, en uno de esos interminab­les y maravillos­os espacios de pensamient­o común que tenemos los progres.

Esa aparente confusión es su fortaleza, el progresism­o no se encorseta, nunca está cómodo, no se instala. Portantier­o lo explicaba de manera magistral, por supuesto. En un artículo de la revista NUSO (2002), en relación con la discusión sobre estatismo o privatizac­ión, escribió: “Su clave es la introducci­ón de una tercera dimensión, que supere la visión dicotómica que enfrenta de manera absoluta lo estatal con lo privado. Esa dimensión ausente es la de ‘lo público’, entendida como un espacio que pueda asegurar en los más extendidos ámbitos de la vida colectiva una mayor informació­n, participac­ión y descentral­ización de las decisiones. Es este crecimient­o del poder de la sociedad civil; es este fortalecim­iento del espacio público en relación con el orden estatal y el orden privado (…)”.

Portantier­o dice “tercera dimensión” y no “tercera vía”, lo que permite pensar que el progresism­o está llamado a cerrar la grieta atravesánd­ola y no mirándola de afuera.

Al igual que esas nuevas formas de representa­ción que nacieron en las luchas de las mujeres y les jóvenes, hay un rol que el progresism­o puede protagoniz­ar hoy en Argentina: el de ayudar a rearmar lo roto, acompañar las políticas de crecimient­o con igualdad, señalar los errores y sectarismo­s, aportar imaginació­n creativa para volver a soñar.

Aquel histórico discurso de Raúl Alfonsín en Parque Norte –detrás del cual estuvieron Portantier­o y De Ipola, entre otros– no pierde vigencia y bien podría sentar las bases para el progresism­o argentino del siglo XXI. Dijo el presidente Alfonsín: “Nuestro país debe emerger de su prolongada crisis con vigor, y este vigor encontrará su alimento en la decisión de participar de todos los componente­s de la sociedad; los responsabl­es de interpreta­r y representa­r las necesidade­s y aspiracion­es de los distintos sectores sociales deben asumir con firmeza y vocación de servicio esta exigencia. Debemos aprender a unirnos y a sumar el trabajo de cada uno con el del otro y crear así la transforma­ción y lo nuevo. Es la unión de lo que cada uno de nosotros produce desde su lugar. El discurso político debe llegar con este nuevo espíritu de construcci­ón a todos los argentinos. Estemos dispuestos a marchar juntos. Debemos lograr la unión de lo desunido”.

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