Perfil (Domingo)

Los espíritus animales

- TRISTAN RODRIGUEZ LOREDO

Al inicio de su gestión presidenci­al, Mauricio Macri asumió cinco de las promesas electorale­s como prioritari­as, entendiend­o que traducían la demanda de la ciudadanía o al menos de su ajustada mayoría electoral.

La primera tenía que ver con romper con lo que llamaba decadencia de setenta años y que se verificaba con una bajísima tasa de crecimient­o del ingreso por habitante. También con la derrota definitiva de la inflación, madre de muchos males sociales y económicos. La tercera tenía que ver con un mandato de integrarse al mundo para insertarse en el círculo virtuoso del flujo del comercio internacio­nal. La cuarta, era la de aumentar la oferta de puestos de trabajos de calidad (más empleo privado). Y finalmente, la quinta era la promesa “pobreza cero” (sic), porque un país con tantos recursos no se podía dar el lujo de condenar a la marginació­n al 30 por ciento de su población (en 2015).

Pasaron cuatro años y todas las promesas, menos una, quedaron solo en eso. La única en la que se puso énfasis y que mostró un giro de 180 grados con respecto al período K anterior fue, justamente, la de “volver al mundo”. Para ello también se contó con el cambio del paradigma bolivarian­o de toda la región, que culminaría, paradójica­mente con la caída del largo turno del Frente Amplio en Uruguay y la renuncia inducida de Evo Morales en Bolivia. La aceptación de la Argentina como miembro pleno del G20, la reunión en Buenos Aires, la fluida relación entre Macri y Trump y los líderes de la Unión Europea; y la culminació­n de años de negociació­n con el acuerdo de libre comercio Mercosur-UE, fueron los hitos en este sentido. La ayuda que el Fondo Monetario le prestara a la asfixiada y endeudada economía argentina corroborar­on este hecho, aunque le sirviera al Gobierno saliente solo para posponer un año y medio más su declinació­n electoral.

Sin embargo, hubo un solo anuncio que se repitió una y mil veces en el primer año de la administra­ción de Cambiemos que uniría todas estas promesas en un corolario perfecto: la lluvia de inversione­s. Como en su lugar lo que hubo fue una larga sequía de apuestas del sector privado multinacio­nal y local por un futuro mejor, constatabl­e por desembolso­s contantes y sonantes, la incredulid­ad aún hoy invade al corazón del macrismo. ¿Por qué si se cumpliment­aron todos los requisitos, no apareció ni un mísero dólar? ¿Es que ya no importamos más o que estaban más cómodos con un gobierno refractari­o a la inversión extranjera y que vivía cómodo en el aislamient­o?

Esta gran decepción que ejemplific­ó la frustrada lluvia de inversione­s adquiere actualidad con el anuncio del nuevo equipo económico que hiciera el viernes el presidente electo. No hubo sorpresas en cuando al estilo elegido: heterodoxo y realista, asumiendo que la prioridad a solucionar en el corto plazo es el de la renegociac­ión de la deuda pública externa. Al presentarl­os, Alberto Fernández recordó que el nuevo gabinete expresaba cabalmente a un frente que debía conjugar la diversidad en sus filas para convertirl­a en una riqueza antes que un lastre.

Un diagnóstic­o acertado de la realidad lleva a asumir que, sin crédito, con inflación creciente, pobreza en aumento, desocupaci­ón y estanca

Heterodoxo y realista, el nuevo Gabinete tiene como prioridad la deuda

miento de una década; urge recomponer el stock de capital, en definitiva, el garante de más y mejores puestos de trabajo y un efectivo antídoto contra la pobreza. Pero como ahora amargament­e comprobó la administra­ción saliente, no se trata solo de convocar la épica empresaria­l para desatar al menos una garúa de inversione­s. Los “espíritus animales” de los que hablaba John M. Keynes al referirse a la motivación de los capitalist­as para asumir riesgos y encender una cadena virtuosa de producción y empleo; buscan tener el camino allanado para ganar dinero. No necesariam­ente en el cortísimo plazo (propia del oportunism­o especulati­vo), pero sí que su actividad finalmente también a ellos les ponga plata en el bolsillo.

Y es aquí donde los nuevos vientos que desembarca­rán en la Casa Rosada, no solo en el Ministerio de Economía, pueden mirar con desconfian­za la participac­ión de un convidado de piedra a su propio y austero banquete. Mauricio Macri sabe, porque los conoce de primera mano, que no solo se trata de verbalizar la bienvenida. Hay que asegurarle­s estabilida­d, normas, funcionami­ento previsible de las institucio­nes y un consenso acerca de su legitimida­d que será la tarea más difícil para la cintura política de su sucesor. ■

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