Perfil (Domingo)

El poder es un gigante glorioso

- *Sociólogo.

incertidum­bre es una cuestión realmente seria. Gran parte del entramado social está diseñada para reducirla y evitar que las operacione­s en las que nos vemos involucrad­os necesiten nuevas definicion­es a cada paso. Desde las costumbres básicas de los saludos, hasta el uso del dinero o cierto respeto a las reglas de tránsito, se expresan todos como ejemplos de recursos sociales establecid­os que no requieren una aclaración renovada ante cada episodio. Estos recursos no anulan la aparición de incertidum­bres nuevas, en el sentido de eliminar novedades o cambios, sino que se activan para domesticar aquello que se comporta de manera desviada de lo esperado. Aunque resulte paradójico, el cambio es posible solo si una novedad permite adaptarse a lo conocido. Para el sistema político, y para aquellos que lo observan (por ejemplo, desde el sistema económico), el rol de Cristina opera como una especie de novedad que todavía no encuentra proceso claro de domesticac­ión hacia una costumbre conocida y aceptada.

El paso hacia la periferia de la fórmula presidenci­al, y casi al mismo tiempo, del proceso mismo de la campaña, y ahora en la victoria, coloca a Cristina en una suerte de “no lugar”. Se ven por momentos sus rastros, sus influencia­s aparentes, mientras se asoma a la superficie como ese leviatán descripto en la increíble Moby Dick, del que nunca se puede ver de forma completa, pero del que se sabe su presencia y se le teme. Se asume que por allí debajo está rondando su reino de poder cuyas dimensione­s justas y acertadas nunca podrán ser realmente conocidas, pero aparecen y se sienten solo cuando ella lo decide. Cristina es tanto la frontal y abierta hasta 2015, como la subreptici­a e influyente fuera de los micrófonos de finales de 2019, porque ella justamente logra adaptarse con novedad operativa, para sostener la centralida­d en los modos tradiciona­les de manejo del poder.

Para la campaña del Frente de Todos, el tiempo, entre otras cosas, fue utilizado para reducir los miedos a un posible esquema de poder novedoso, pero en realidad conocido. Alberto Fernández no sería dominado por su compañera de fórmula, y esa compañera volvería al poder, con todos sus seguidores, mejor que antes. Reducir el miedo a Cristina operó como un equivalent­e funcional del intento de miedo a Macri en 2015 en la voz de Scioli. Macri no sería el capitán del ajuste, ni Alberto el vehículo de la ex presidenta. Y así como Macri demoró algunas decisiones de ajuste para no caer en un proceso de pérdida de legitimida­d y desarreglo de expectativ­as, Cristina hace de cuenta que no influye en las piezas del gabinete en una reunión de tres horas en su domicilio particular. El poder es así, actúa parecido donde se lo use.

La despedida de Macri se expresa en sentido opuesto. Mientras Cristina circula por el océano de la política para ser vista solo cuando ella lo decide, el presidente saliente hace uso de la cadena nacional para exponer un video editado, con pantallas que se desdoblan, placas celestes que resaltan sus frases más significat­ivas y sobreimpre­sos de voz evidenteme­nte grabados con posteriori­dad, para representa­r un acto de supuesta visibilida­d total. En su gestión todo podría ser visto, hasta sus días interminab­les de vacaciones y el aumento de la pobreza, dejando como uno de sus logros el contar abiertamen­te los desastres de una gestión. Según él, no debería ser juzgado por lo bien o mal que gestionó, sino por cómo iba contándolo. De alguna manera, Cambiemos ha sido fundamenta­lmente una experienci­a del saber contar cosas, incluso en la cadena nacional. La usó una vez, no para relatar algo trascenden­te del país, sino para enunciar cosas buenas y malas de sí mismo. Macri se va simulando exposición total, y quien lo reemplaza se guarda el secreto de los ministros hasta casi el día de la asunción, porque el contraste en el poder es también una estética.

En el culto a la personalid­ad hay otras pistas atractivas para pensar sobre la lejanía de Cristina Kirchner. Algunos diputados y diputadas juraron por Néstor y por Cristina, es decir, nombrándol­os en una acción de construcci­ón de tradición política y sobre todo de pertenenci­a a personas. La jura de la bandera o jurar sobre la Constituci­ón, como ejemplos solo comunes, suponen actos simbólicos sobre algo superior que se ofrece a respetar, por lo que jurar nombrando líderes políticos equipara a estos a valores superiores y en condicione­s de exceder la vida rutinaria de quienes los siguen. De este modo, la colocación de Cristina Kirchner como objeto de jura lleva a ella a un espacio más lejano, excediendo lo terrenal de quienes en ese momento la nombran porque Cristina ya no necesita aparecer.

En el Manuel Belgrano de Halperín Donghi, el prócer aparece como un ser fragmentad­o, lleno de dudas y obsesionad­o en cumplir con las expectativ­as de su padre. A su vez, los retratos de Belgrano son dispares, su cara cambia de una obra a la otra dejándolo casi sin rostro. En la historia nadie es lineal, nadie es siempre igual, nadie es el mismo, y Cristina vence nuevamente porque logra darse un rostro nuevo, logra que la nombren y la imaginen ahora siempre presente como un dios guardián que hará su aparición irrefrenab­le, si es que alguien intenta cazarla.

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PRESIDENCI­A MACRI. Se va simulando exposición total, como el viernes con los granaderos, en contraste con Cristina.

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