Aislarse es retroceder
Según Eric Hobsbawm las culturas se sofisticaron cuando los grupos humanos distintos pudieron intercambiar conocimientos, aliarse, atacarse. Aparecieron junto a enormes ríos y pequeños mares que facilitaban la comunicación. Los primeros animales se domesticaron en el Creciente Fértil y en los altos del Yangtsé, las culturas europeas nacieron a la vera del Mediterráneo, las andinas cerca del Titicaca y las mesoamericanas junto a Texcoco. El aislamiento fue siempre sinónimo de retraso.
Con la revolución de las comunicaciones la mayoría de los seres humanos nos comunicamos directamente entre nosotros, lo hacen empresas, grupos de todo tipo y también Estados. Todos nos transformamos, intercambiamos informaciones, conocimientos, productos y llegamos a la etapa de mayor crecimiento cultural, científico y económico de la historia.
Desde el año 2000 creció la riqueza y la demanda de materias primas de los países de los países que lideran esta revolución, especialmente Estados Unidos y China. Los precios de las materias primas subieron y el Producto Interno Bruto de Argentina pasó de US$ 97.724 millones en el año 2000 a US$ 594.749 millones en el año 2014, creció 5,7 veces en poco más de una década. Desgraciadamente ese proceso no podía seguir indefinidamente, dependía de la economía globalizada, en el año 2016 bajó a US$ 55.753 millones y en el año 2018 a US$ 51.847 millones. Si se hubiese aprovechado esa prosperidad para desarrollar la técnica e incorporarnos a la revolución del conocimiento, seríamos el país más rico de América Latina y habría desaparecido la pobreza.
Entre mitos. Mientras nos mantengamos chapoteando en los mitos de la Guerra Fría, la distancia que nos separa de los países ricos será cada vez más grande y seguiremos siendo proveedores de materias primas a merced de los países con alta tecnología. Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina –Biblia de la izquierda en los años 70– dijo en la II Bienal del Libro de Brasilia que “no sería capaz de leer de nuevo el libro” porque “esa prosa de la izquierda tradicional es pesadísima”. Dijo también que cuando lo produjo “no tenía la formación necesaria”, no está arrepentido de haberlo escrito, pero sabe que pertenece a una etapa que está superada. Afirmó también que cuando escribió el texto no tenía suficientes conocimientos de economía ni de política. Reconocer que las propias ideas no son eternas, que es posible equivocarse, es propio de los grandes.
Fernando Enrique Cardoso escribió Dependencia y desarrollo en América
Latina –el mayor aporte latinoamericano al desarrollo del marxismo–. Cuando fue presidente de Brasil lideró una exitosa reforma liberal. En el año 2009 escribió “Relembrando o que Escrevi”, un texto en el que reflexiona sobre su extraordinaria producción intelectual y afirma que “algunos han dicho que en algún momento, me arrepentí de algo que escribí. Eso es maldad pura. No me siento incómodo ni quiero olvidar lo que escribí. Son textos que existen. Esa frase es una deformación de una declaración política que hice cuando fui presidente, con la que quería comunicar que he cambiado de posiciones. Los que me atacan por eso, nunca me han leído, porque si lo hubiesen hecho, se habrían dado cuenta de que en los últimos treinta o cuarenta años he cambiado de posición permanentemente… Con frecuencia sustituimos la vida por las ideas y la realidad por clichés bienintencionados, pero ése no es mi caso.” “Existe la física clásica, pero sería absurdo negar por eso la importancia de la física cuántica. Marx es en las ciencias sociales el equivalente de la física clásica, puso fundamentos importantes, pero hay una enorme cantidad de cosas que aparecieron después y que deben ser incorporadas. Tengo un enorme respeto intelectual por Marx, pero se equivocó mucho acerca de lo que acontecería después, porque el mundo cambió. Y esto es más grave en las ciencias sociales porque la física tiene sistemas estables, mientras los sistemas sociales no son estables, las reglas cambian y las leyes que las rigen también. Ocurre simplemente que el mundo que describió Max ya no existe. El capitalismo actual es otro y las relaciones entre las gentes son distintas.”
Terminada la Guerra Fría todos los países importantes del mundo, incluidas las potencias emblemáticas del comunismo, Rusia y China, adoptaron el capitalismo, el libre mercado, se incorporaron a una economía globalizada en la que además de los Estados existen otros protagonistas importantes.
En la primera mitad del año 2019 la inversión de riesgo en Silicon Valley aumentó en US$ 2.300 millones, la economía de California superó a la del Reino Unido y duplicó a la española. Si el Valle fuese un país sería el más rico del mundo: el promedio de su Producto Interno Bruto per cápita anual es de US$ 128.647, sería seguido por Luxemburgo con US$ 115.200, y Suiza con US$ 85.160. Los países sudamericanos estamos bastante lejos de esas cifras: el más rico es Chile con US$ 15.346, seguido de Argentina con US$ 14.401 y Brasil con US$ 9.821. El tamaño de varias empresas asentadas en el Valle supera al de casi todos los Estados latinoamericanos: Amazon está evaluada en US$ 315,5 mil millones, Apple en US$ 309,5 mil millones, Google en US$ 309 mil millones. Según el Banco Mundial el PIB actual de Argentina es más grande: US$ 432 mil millones.
Potencias. ¿Cuál es la base de esa enorme riqueza? No son fábricas que están en un lugar. Esas empresas tienen su sede en el Valle, pero sus ganancias las obtienen promoviendo el progreso mundial. Viven en nuestros teléfonos celulares, se han incorporado a nuestro cuerpo. A esta altura de la vida nada podrían hacer sin ellas los estadistas, los grandes empresarios, los piqueteros, las amas de casa