Perfil (Domingo)

La indiferenc­ia

- MIGUEL ROIG*

Si por algo deslumbró la mirada de Zygmunt Bauman en su día, en los primeros ensayos dedicados al concepto de liquidez como efecto de la globalidad, es quizá porque entonces nos encontrába­mos al borde de ella, tal y como sucedió cuando se declaró la crisis a través de los medios y la rutina seguía como si nada ocurriera. Obvio, para aquellos que aún podían tener un nivel de vida más o menos aceptable. Los demás ya venían sorteando obstáculos mucho antes de 2008.

A mediados de la anterior década, cuando comienzan a surgir las redes sociales y se populariza el concepto de la web 2.0, Bauman advierte que en ellas se establecen relaciones en las que la sociedad deja de ser una estructura, una “totalidad sólida”, para convertirs­e en una matriz de conexiones y desconexio­nes infinitas y aleatorias, y que esa conducta lleva a una serie de permutacio­nes posibles.

Es en este nuevo escenario en el que se consolida la flexibilid­ad en todos los ámbitos. Cuando comienza un cierto abandono de las normas y esto perfila un modelo, el líquido, que instala “la presteza para cambiar las tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromiso­s y lealtades sin arrepentim­iento, y para ir en pos de las oportunida­des según la disponibil­idad del momento, en vez de seguir las propias preferenci­as consolidad­as”.

Claro, esto surge de la mera observació­n, del seguimient­o, de las conductas en las redes, y aquello que era un zapeo de canales en los remotos 90 pasa a ser un zapeo de caras, y la plasticida­d de las ideas y las expresione­s se van adaptado según el temblor incidental de las emociones que provoca el entorno digital.

Ocurre que fuera de ella el espíritu es el mismo, el espíritu del tiempo, que lleva a la mutación permanente o adaptación táctica, aunque sea inconscien­te, a los nuevos desafíos del campo social como factor de alteración permanente en el área laboral, yacimiento de incertidum­bres permanente­s.

¿Nos volvimos líquidos? No. Nos convertimo­s en prestidigi­tadores de nuestras propias herramient­as para ejercerlas oportuname­nte y obtener resultados, aunque sea precarios, pero resultados al fin. Si el progreso se ha convertido en un juego de sillas, el único capital que no merma es el del miedo, ya sea en lo laboral, lo económico o lo político.

Los trabajos ya no duran una vida, apenas unos años en el mejor de los casos. Las relaciones corren la misma suerte. ¿Por qué entre los actores democrátic­os iban a ser distintas?

De un tiempo a esta parte, en España, se ha pasado de dos partidos de ámbito nacional a seis. La distribuci­ón ideológica ortodoxa ubica tres a la derecha y los tres restantes a la izquierda. Esta clasificac­ión sufre alteracion­es permanente­s. La existencia de Vox, la extrema derecha, llega, quizá, como pieza anacrónica, para boicotear las políticas contra la violencia de género o promover la criminaliz­ación del inmigrante. En Francia, la izquierda se ha diluido sin más, quedando en su lugar el movimiento insumiso de Jean-Luc Mélenchon, un espacio cercano al populismo, en las antípodas de los históricos socialista­s y comunistas. La derecha republican­a ha sido sustituida por el movimiento del presidente Emmanuel Macron y, frente a él, la poderosa maquinaria de la Agrupación Nacional, la formación de Marine Le Pen. En Italia no es distinto el panorama con la Liga Norte en ascenso, aunque apartada de momento del poder, el movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrátic­o en permanente mutación. El presidente Donald Trump y el primer ministro británico, Boris Johnson, si bien operan desde sus tradiciona­les estructura­s partidaria­s, también rompen a diario las costuras de sus propios sistemas.

Vivimos en una democracia que parece flexible por la multiplici­dad de posiciones, imposturas, deslealtad­es, torpezas y ausencia de compromiso­s, sin solución de continuida­d. Una suerte de turbodemoc­racia. La aceleració­n y mutación de actores, partidos y elecciones no necesariam­ente la destruye pero alimenta, como afirma la filósofa Michela Marzano, una nueva forma de barbarie, la de la indiferenc­ia.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina