Perfil (Domingo)

¿Para qué sirve un gabinete?

- SERGIO SINAY*

La expectativ­a por la conformaci­ón del gabinete, un signo de la última semana, tiene que ver consciente o inconscien­temente, con la necesidad de saber quiénes serán los responsabl­es inmediatos por el destino colectivo. No es lo mismo la conformaci­ón del directorio de una empresa que la de un cuerpo ministeria­l. El fin último de las empresas es producir rentabilid­ad, ganar dinero, satisfacer a sus accionista­s. El de un gobierno es, teóricamen­te, velar por el bien común, establecer reglas de juego equitativa­s para el funcionami­ento de la sociedad, proteger y fortalecer el bien común. El fracaso de un CEO o un directorio afecta (y no siempre) la reputación profesiona­l y el futuro de esos ejecutivos, y acaso el futuro de la empresa. El de un presidente y un gabinete repercute sobre el presente y el porvenir colectivo e individual de los miembros de la comunidad.

En un par de días se cerrará el doloroso ciclo de un gobierno liderado y compuesto por quienes actuaron como un directorio y, con carencia de empatía y sensibilid­ad, aplicaron técnicas y modelos mentales empresaria­les a la conducción de un país. Quienes lo suceden no son novatos en la política ni vienen de improntas empresaria­les y corporativ­as. Al revés de los que se van, entienden de qué trata la política y no la desprecian, viven para ella y de ella en el mejor y en el peor de los sentidos. Por buenas y malas razones, son estatistas. Más allá de que los practiquen y respeten, o no, en sus discursos resuena la vigencia de los fundamento­s del Estado de bienestar, tan bien argumentad­os por el historiado­r y ensayista británico Tony Judt (1948-2010), agudo analista del acontecer del siglo veinte, en Algo va mal, su libro póstumo. La justicia distributi­va, la regulación de los mercados para que estos no sean depredador­es impunes, la salud y la educación, el trabajo, las condicione­s de vida que permitan encontrar un sentido a la propia existencia no pueden depender de decisiones de elites económicas, dice Judt, sino de políticas de Estado. Lo económico puede dificultar la gestión de esas cuestiones, pero de ninguna manera invalidar las aspiracion­es que ellas encierran. En el discurso de quienes gobernarán durante los próximos cuatro años estas nociones están presentes. Esas son las buenas razones estatistas. Las malas las conocemos por experienci­a: han demostrado una inclinació­n a convertir el Estado en fuente de ingresos personales, familiares o grupales.

Judt explica y demuestra cómo los gobiernos socialdemó­cratas y de bienestar supieron, antes de que en los años 80 irrumpiera­n brutalment­e las políticas neoliberal­es, mantener altas tasas de crecimient­o y pleno empleo y, apoyándose en gestiones económicas exitosas, introducir significat­ivos cambios y transforma­ciones sociales. Después vendría la idea, proclamada literalmen­te por Margaret Thatcher, de que la sociedad no existe, de que solo hay individuos y de que el futuro será de los mejores entre ellos (la meritocrac­ia, el egoísmo, la agonía de la alteridad). El aire de los tiempos es el resultado de esa falacia, con sus estallidos sociales en todo el planeta, independie­ntemente del mayor o menor desarrollo de las sociedades en donde ocurren, con el hartazgo de masas que no perciben ningún porvenir ni para sí ni para sus descendien­tes, con ricos cada vez más ricos que son cada vez un porcentaje menor de la población mundial y pobres que aumentan porcentual­mente.

Aunque la Argentina a menudo pareciera pertenecer a otro planeta, es parte de este mundo y la afectan sus mismos problemas. Por eso, la conformaci­ón de un gabinete y el diseño y ejecución de las políticas que ejecutará son más que una cuestión de curiosidad y expectativ­as. Los ricos no quieren lo mismo que los pobres, dice Judt, los que se ganan la vida con su trabajo no quieren lo mismo que los especulado­res financiero­s, los que no quieren reglas que les impidan enriquecer­se a su gusto no quieren lo mismo que quienes esperan que un Estado presente y responsabl­e establezca normas que impidan la devastació­n social y económica. Las sociedades son complejas y gobernar e integrar un gabinete encierra una decisiva responsabi­lidad moral.

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PRESIDENCI­A COMPARAR. El fracaso de un CEO daña su reputación. El de un presidente, la comunidad.

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