Perfil (Domingo)

La política de seguridad de Macri: mucho marketing y pocos datos

El autor, que estuvo a punto de ser ministro de Alberto Fernández, analiza el funcionami­ento del sector durante los cuatro años del gobierno de Cambiemos.

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A días de terminar su mandato, la gestión macrista de la seguridad ha sido eficaz en la construcci­ón de un mito tan poderoso para despertar la adhesión de un sector de la sociedad apelando a la representa­ción de aspiracion­es en la materia, como para esconder los magros resultados en la protección de la vida, libertad y patrimonio de los ciudadanos, el orden público y las institucio­nes fundamenta­les del Estado de Derecho. Ciertament­e, como en otras áreas de gobierno, la gestión macrista ha elegido transforma­r las percepcion­es sobre la realidad antes que la realidad misma, postergand­o así una agenda de reformas de las institucio­nes y políticas de justicia y seguridad que son hoy parte del problema y desde hace más de una década claman a gritos una profunda modernizac­ión.

De Sorel a “Wag the dog”. A comienzos del siglo XX, el francés Georges Sorel (1847-1922) explicaba que los mitos, en tanto sistemas de imágenes, presuncion­es, y ficciones que representa­n aspiracion­es morales y vitales de algún colectivo, cumplían una función esencial que en las sociedades modernas. Su fuerza y valor no radica en la constataci­ón de los hechos que dice explicar o en la veracidad de sus proposicio­nes, sino en la fe que despierta, apelando a miedos, prejuicios o necesidade­s, y –fundamenta­lmente– a su capacidad de movilizar tales voluntades hacia la acción colectiva. Así, en su versión soreliana, el mito era un instrument­o para la transforma­ción social.

En 1997, la película “Wag the dog” (“Mentiras que matan” en Argentina)–protagoniz­ada por Robert De Niro y Dustin Hoffman– contaba la historia de un asesor del presidente norteameri­cano que contrata a un productor cinematogr­áfico para literalmen­te inventar una guerra con Albania (no existe tal guerra, se dice que existe y se graban escenas de ella para su transmisió­n televisiva), de modo de distraer al público de un escándalo en plena campaña electoral. Así, en su versión “hollywoode­nse” el mito pasa a ser un instrument­o para transforma­r la percepción de la realidad.

En tal sentido, la gestión macrista en seguridad ha sido sumamente exitosa en la construcci­ón de un mito en la materia, echando mano a mensajes (vgr. “combate a las mafias”, “narcotráfi­co cero”, etc.), protagonis­tas y acciones (leyes, decretos, resolucion­es, operativos) enderezado­s a representa­r fielmente las legítimas aspiracion­es de protección de sectores importante­s de la sociedad. No obstante, es un mito “hollywoode­nse”, pues se encuentra limitado a transforma­r la percepción de seguridad en beneficio de la gestión, antes que de movilizar voluntades para modificar la realidad.

La cruel realidad. Desde hace algunos años, la Argentina está inserta en un proceso de expansión y complejiza­ción de las amenazas a la vida, libertad, patrimonio, e institucio­nes democrátic­as. Frente a ello, nuestros sistemas de seguridad, justicia y carcelario­s acumulan serias vulnerabil­idades que afectan las capacidade­s de prevenir, disuadir, y/o conjurar dichas amenazas.

En efecto, el volumen relativo de delitos ha mostrado una

tendencia significat­ivamente creciente desde la recuperaci­ón de la democracia, con picos en el 2002 y 2014 (ver gráfico 1). Si bien la Argentina carece de un sistema de registraci­ón medianamen­te razonable que permita conocer los hechos criminales que efectivame­nte ocurren, la magnitud del crecimient­o permite suponer tal expansión. En este contexto, la gestión macrista recibió el volumen de delitos en baja y, producto del rebote experiment­ado en 2018, lo entrega presumible­mente en alza, de confirmars­e en 2019 la tendencia registrada en el primer semestre en la provincia de Buenos Aires, determinan­te para el promedio nacional. Este volumen de hechos afecta directamen­te al 30% de los argentinos residentes en los centros urbanos del país (ver gráfico 2), no habiéndose modificado durante la gestión macrista. Esto constituye un indicador del (escaso) impacto de las políticas implementa­das en este período.

Tal proceso de expansión se encuentra estrechame­nte vinculado con la creciente complejiza­ción que viene experiment­ando la actividad criminal. En efecto, en Argentina existe una pluralidad de especies de mercados ilegales, con distinto grado de magnitud y sofisticac­ión. Hay mercados ilegales de bienes, como autos/autopartes, celulares/dispositiv­os tecnológic­os, armas, indumentar­ia, bienes culturales/antigüedad­es, animales exóticos, tierras/viviendas, cigarrillo­s, alimentos, etc. Así también, existen mercados ilegales de servicios, como apuestas/juegos de azar, cambio de divisas, trata de personas/prostituci­ón, préstamos de dinero, beneficios/excepcione­s a regulacion­es estatales, y protección física/funcional (vgr. mafia china). Estos bienes y servicios los proveen empresas criminales que comienzan a presentar niveles crecientes de sofisticac­ión.

De todos estos mercados, el que despierta mayor atención es el mercado de las drogas. Todos los indicadore­s que la actual gestión presente como logros –vgr. cantidad de drogas decomisada­s, de personas arrestadas, etc., son, en realidad, evidencia de fracaso, como se explicara en este espacio (https://www.perfil.com/ noticias/elobservad­or/sininforma­cion-de-calidad-esinutil-debatir-sobre-la-eficacia-del-combate-a-las-drogas. phtml). De hecho, la reciente declaració­n de “emergencia sociosanit­aria en materia de consumos problemáti­cos” de la Ciudad de Buenos Aires nos releva de mayores precisione­s.

Casi todos estos mercados cuentan con un grado de patrocinio estatal, lo que explicaría el bajo nivel relativo de homicidios dolosos que experiment­a Argentina. En este aspecto, los primeros dos años de gestión macrista continuaro­n con la tendencia presuntame­nte descendent­e, al punto de llegar al piso registrado en la década anterior (ver gráfico 3). La falta de certeza se debe a que al comparar los homicidios dolosos registrado­s con la base de datos de mortalidad, surgen preocupant­es inconsiste­ncias. Adicionalm­ente, aquel patrocinio está carcomiend­o los cimientos mismos de las institucio­nes estatales, tanto las agencias de control –policía, justicia, aduanas, etc., como los órganos políticos–intendente­s, concejales, etc.

Este proceso de expansión y complejiza­ción de los delitos, por un lado, y el patrocinio estatal de alguno de ellos, por otro, impacta en los niveles de insegurida­d subjetiva. En efecto, según el Observator­io de la Deuda Social (ODS/UCA), en el 2018: i) el 70% de la población del país declaró sentirse poco o nada seguros en su barrio, en su casa o en la calle/ viajando en transporte público; ii) el 64,5% declaró como muy o bastante probable la posibilida­d de sufrir un delito; y iii) solo el 26% declararon confiar en la policía o la Gendarmerí­a.

Una agenda de reformas. Frente a este proceso de expansión y complejiza­ción, los sistemas de seguridad, justicia y carcelario­s argentinos han resultado incapaces de contener sus efectos y revertir sostenidam­ente las tendencias. Ello se debe a que, simplifica­ndo, tales sistemas carecen de la capacidad de ofrecer niveles adecuados de prevención, disuasión, incapacita­ción (por sanción) y desistimie­nto del delito, los cuatro ejes de intervenci­ón a través de los cuales se puede controlar los delitos.

Como también se ha explicado en este espacio en los últimos cuatro años, la gestión macrista de la seguridad optó por administra­r aquellos sistemas, en lugar de transforma­rlos. Así, se inclinó –sobre todo en los últimos dos años– por la adopción de medidas tan estridente­s como insuficien­tes para reducir las vulnerabil­idades de los sistemas de seguridad, justicia y carcelario­s. Ciertament­e, la supuesta participac­ión de las FF.AA. en la seguridad interior, la pretendida “Doctrina Chocobar”, el “Servicio Cívico Voluntario”, el programa “Ofensores de Trenes”, por citar algunos casos, constituye­n piezas de comunicaci­ón política antes que de políticas públicas. Ninguna de ellas corrige el estado de vulnerabil­idad respecto al control de flujo de bienes, dinero y personas por nuestra frontera norte; ni el estado de desprotecc­ión y abandono que tienen los funcionari­os policiales en el ejercicio de su función; ni modifica factores que influyen en la propensión criminógen­a de grupos en riesgo, la transmisió­n intergener­acional de conductas antisocial­es, o la existencia de ambientes criminógen­os.

Asumiendo que la política no transcurre por carriles completame­nte racionales, la responsabi­lidad de los funcionari­os –habida cuenta de la magnitud y complejida­d de las amenazas y el estado de vulnerabil­idad de los sistemas– consiste en emplear los mitos, pero en clave soreliana. Esto implica presentar y desarrolla­r una agenda de transforma­ción de las institucio­nes, prácticas y doctrinas en rededor de las cuales se gestiona la seguridad, de modo de revertir el mentado proceso de deterioro. ■

Los sistemas de seguridad, justicia y carcelario­s argentinos han resultado incapaces de contener efectos y revertir sostenible­mente las tendencias que adquiere el delito en la actualidad

*Politólogo. Especialis­ta en seguridad.

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FOTOS: AFP Y PRESIDENCI­A PERCEPCION. Para el autor, el gobierno saliente abusó de la imagen de mano dura para satisfacer aspiracion­es de algunos sectores, pero no tuvo grandes resultados.
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DIEGO P. GORGAL*
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NARCOTRAFI­CO. Un tipo de delito que se complejiza en los últimos años y que debe solucionar­se.
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CHOCOBAR. Fue parte de un mensaje con menos resultados concretos de lo prometido antes.

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