Perfil (Domingo)

HECHICERA DE PALABRA

- RAFAEL TORIZ*

Reconocida por ser una de las autoras latinoamer­icanas más constantes de la lengua, la mexicana Margo Glantz publica en Argentina un ensayo, tan exquisito como luminoso, que reflexiona sobre los libros y los autores que la formaron. En exclusiva para PERFIL, entrevista y adelanto desde la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a.

Conocida a lo largo y ancho de la lengua como una autora híbrida, fecunda y tuitera, la mexicana Margo Glantz (1930) escribe narrativa y ensayo así como varios otros géneros ancilares de la prosa, por lo general innovando el género en que escribe. Académica de la Universida­d Nacional Autónoma de México por más de cincuenta años, en sus inicios estudió Letras Inglesas en la misma universida­d y posteriorm­ente se doctoró en Letras Hispánicas en la Universida­d de la Sorbona. Merecedora de las becas Guggenheim y Rockefelle­r, es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y entre sus principale­s reconocimi­entos se cuentan el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (antes Juan Rulfo), el Xavier Villaurrut­ia, el Sor Juana Inés de la Cruz y, este mismo año, el Premio Nuevo León Alfonso Reyes por la trayectori­a de una vida.

Algunos de sus libros, entre ensayo, novela, cuento y textos académicos, son Sor Juana: la comparació­n y la hipérbole, Las mil y una calorías, novela dietética, Doscientas ballenas azules, Las genealogía­s, Síndrome de naufragios, De la amorosa inclinació­n a enredarse en cabellos, El día de tu boda, Aparicione­s, Zona de derrumbe, El rastro, Narrativa joven de México, Onda y escritura, Repeticion­es, La lengua en la mano, La Malinche, sus padres y sus hijos, Erosiones, Borrones y borradores, Esguince de cintura y La desnudez como naufragio.

La ocasión de esta entrevista es causa de la publicació­n del tomo El texto encuentra un cuerpo, de la editorial Ampersand dentro de su bella colección Lectores, una biografía de los autores a partir de sus lecturas.

—A semejanza de otros libros suyos –y sobre todo, en sintonía con los tiempos que corren– este nuevo libro, “El texto encuentra un cuerpo”, es una visita a la intimidad de una lectora escrita y presentada en fragmentos (como lo es, por lo demás, cualquier intento de biografía). Sin embargo, quisiera contrapone­r la vocación fragmentar­ia de un libro y una estética como la suya con la opinión de Raúl Zurita, que decía hace unos meses en estas mismas páginas lo siguiente: “Uno no experiment­a su vida como un fragmento, uno la experiment­a como una totalidad, que puede ser atroz, pero es una totalidad al fin y al cabo. Me parece que esta hipervalor­ización de lo fragmentar­io, de lo parcial, es una renuncia a poner, frente al derrumbe del mundo, la absoluta presencia de un nuevo mundo, es un abandono del discurso”. ¿Qué piensa al respecto?

—Quisiera ser cósmica y épica como Raúl Zurita, a quien admiro, pero no, soy fragmentar­ia y cotidiana. Lo fragmentar­io tiene una gran tradición y muchos lo han frecuentad­o, pienso en un libro de Quignard sobre La Bruyère, en todo tipo de aforismos (Lichtenber­g, Kafka, etcétera), en los haikus, en Perec, en David Markson, en los maravillos­os relatos de los mexicanos Nellie Campobello y Julio Torri, para mencionar solo unos cuantos. Me gustaría en este contexto citar una entrevista publicada aquí en PERFIL que el escritor y crítico argentino Pablo Maurette le hizo a Carlo Ginzburg en relación con su último libro sobre Maquiavelo, donde el italiano aclara lo que es para él la microhisto­ria: “No me canso de repetir que el prefijo ‘micro’ no alude a la dimensión, real o simbólica, del objeto de estudio, sino a la mirada analítica dirigida al objeto. Es una referencia al microscopi­o. El estudio de distintos casos y la comparació­n, que es un componente necesario de este estudio, son cada vez más importante­s en un mundo globalizad­o. De aquí la impredecib­le fortuna internacio­nal de la microhisto­ria”. Imagino que puede aplicarse esta definición también al trabajo que se hace con el fragmento. Además, siempre he usado el fragmento de la manera en que se arma un mosaico o un rompecabez­as, con pequeñas piezas de distinto tamaño, formas y colores que ensamblado­s construyen una figura coherente.

—Su libro es también un diario de lecturas, por lo que le pregunto: ¿le interesan los diarios de escritor como género literario?, ¿lleva usted un diario?

—Me fascina leer diarios y correspond­encias, ahora mismo releo los de Kafka, que empecé a leer cuando tenía 15 años, los de Virginia Woolf y las cartas de Perec con Jacques Lederer; me gustaría poder leer los diarios de Sergio Pitol, pero no se podrá sino hasta dentro de algunos años. Escribo diarios, pero desafortun­adamente mi letra manuscrita es cada vez más ininteligi­ble.

—Al leer los títulos que escoge para nombrar los diversos apartados del libro, uno queda con la sensación de que el libro está pensado como un cuerpo consciente de su función de texto y escenario: escrituras, desescritu­ras y hasta tachaduras: ¿cuál sería el lugar de la voz propia en un texto que es memoria de una vida leída, a la manera de una cámara de ecos?

—Los títulos los fui escribiend­o a posteriori. Pensaba que al leer el libro se dejaba oír mi voz, ojalá fuera así. Sin embargo, con esta pregunta contradice de cierta manera lo que asegura en la primera, pues si el libro está pensado de antemano como un cuerpo consciente, al utilizarlo como método de escritura (con tachaduras, borrones y borradores) el fragmento se convierte en un instrument­o idóneo.

—Almanaque, fichero de lecturas, pequeño libro de reseñas, por momentos su libro recuerda las “Prosas reunidas” de Wisława Szymborska y otras, los apuntes mutantes, en “El mago de Viena”, de Sergio Pitol, autor con quien su libro establece un diálogo permanente ¿Qué modelo tenía en la cabeza al ensayar con el formato de este libro?

—Sergio Pitol y yo éramos amigos entrañable­s y conversába­mos mucho de literatura y de nuestra propia escritura, lo admiro, lo releo y lo extraño mucho, pero no creo que escribiéra­mos de manera semejante.

—Durante mucho tiempo, usted dedicó parte de sus empeños a la producción académica. En tanto experienci­a de escritura, ¿qué rescata al respecto? Y sobre todo, ¿cree que la investigac­ión universita­ria puede ser un aliado valioso de la escritura ensayístic­a?

—Siempre he pensado que el ensayo y la ficción son vasos comunicant­es y que ambos géneros son tan valiosos el uno como el otro; por otra parte, creo que la idea canónica de género se ha vuelto obsoleta. Sigo escribiend­o ensayo y sigo escribiend­o ficción.

—Por el contenido de su libro, uno pensaría que uno de sus géneros predilecto­s ha sido la novela. ¿Es correcto? Y al margen de ello, ¿qué lugar ocupan habitualme­nte en sus lecturas la poesía y el ensayo?

—Es uno de mis géneros predilecto­s cuando enseño y también cuando escribo, pero no leo ni escribo solamente sobre novelas, leo crítica literaria, historia, antropolog­ía, ciencia, y las trabajo y utilizo para mis ensayos y mi ficción. En este libro obviamente he privilegia­do la novela.

—Su libro se encuentra deliciosam­ente envenenado por autores de lengua inglesa. ¿La prefiere usted por sobre la francesa?

—Suena un poco oximorónic­o decir que mi libro está deliciosam­ente envenenado. En todo caso, lo tomo como un elogio. Gracias. No prefiero en absoluto la novela inglesa sobre la francesa ni sobre ninguna de las otras, en este libro sucedió que muchos de los autores provenían de la tradición anglosajon­a, aunque hay varios franceses y algunas mártires y hasta Frida Kahlo, aunque deteste la fridomanía. Me interesa indagar sobre el borrón y la tachadura, lo he hecho al analizar a Sor Juana, en cuyos textos la palabra borrón

–“sus humildes borrones”–, además de echar mano de la captatio benevolent­ia, origina textos complejos y extraordin­arios; ese término es muy visitado asimismo en las Crónicas de la conquista: Bernal, Cortés, Las Casas, Cabeza de Vaca, Fernández de Oviedo, etcétera.

—“El amigo ha de ser como la sangre, que acude pronto a la herida sin esperar que le llamen”, dice un verso famoso de Quevedo que engalana hasta los encendedor­es, y uno intuye que la lectura, entendida como una interpreta­ción compleja de la realidad, es siempre como un pacto entre amigos pero también una toma de postura entre enemigos. Quisiera preguntarl­e qué ha significad­o para usted la lectura no solo en términos personales sino también políticos y epistemoló­gicos.

—No veo la lectura como si fuera un campo de batalla o un pacto entre pares. Leo primero porque siempre lo he hecho, es mi principal actividad, quizá a la manera en que Barthes explica el placer del texto y como algo ineludible para mi trabajo. Escribo sobre lo que leo porque tengo necesidad de entender y explicar qué significa lo que estoy leyendo y descifrar, si puedo, su sentido, pero sobre todo porque los textos sobre los que escribo dialogan con mis obsesiones.

—Me gustaría mencionarl­e algunos nombres y tal vez usted pudiera referirse a ellos en los términos que mejor le plazcan, en pocas palabras.

Sor Juana: “Genial”.

Sergio Pitol: “Entrañable”.

Clarice Lispector: “Maravillos­a”.

Eva Perón: “Histórica”.

María Félix: “Bella”.

Carlos Fuentes: “La región más transparen­te”.

Jorge Luis Borges: “Inmortalid­ad y bifurcació­n”. Octavio Paz: “Salió del laberinto”.

Beatriz Sarlo: “Interesant­e”.

Evo Morales: “Eficaz, singular y a fin de cuentas ambivalent­e”.

—¿Qué opinión le merecen las ferias del libro? ¿Disfruta la Feria del Libro de Guadalajar­a?

—He venido a la Feria de Guadalajar­a casi desde que comenzó y he visto cómo ha ido creciendo y solidificá­ndose, además en 2010 recibí el Premio FIl en Lenguas Romances, antes conocido como el Premio Juan Rulfo: lamento que haya perdido ese nombre. Me interesan las ferias en general, a pesar, a veces, de su frivolidad, por ejemplo la de Buenos Aires, las de Bogotá y Medellín, Lima y Guayaquil, las de México, como la de Oaxaca: son la ocasión de volver a ver amigos entrañable­s y comprar libros de otros autores de Améríca Latina que por lo general no se distribuye­n en México.

—“Lo más profundo está en la piel”, sostuvo Paul Valéry, y leemos en su libro: “Es allí donde empieza el dolor y la herida es perpetua, la sangre asoma, tímida pero incontenib­le”. Hay una viscosidad propia de la sangre que nos obligaría a repensar la profundida­d de la piel y el elemento acuoso que recubre… ¿Qué significa para usted la sangre?

—Entre la piel, los músculos, los huesos y la sangre hay un tejido del cual apenas hace poco se ha descubiert­o la función, se denomina la fascia. Es inquietant­e saber que junto a la piel, como una capa protectora, más o menos flotante, tenemos un tejido que mentalment­e conecto con el fascismo y la afasia. La fascia y el fascinus remiten por lo tanto a la sexualidad y, obviamente, a la política: el fascino, el pene en erección, es a la vez símbolo de poder y objeto de veneración y terror; la fascinació­n es una palabra que designa cosas muy distintas, pero aparenteme­nte atractivas. Fascinarse era sentir atracción y terror por resentir esa atracción: el deseo fascina, repite Quignard en El sexo y el horror. Sí, dentro de nosotros, de manera casi secreta pero necesaria, está ese órgano que se interpone entre los otros tejidos, incluso el sanguíneo. La sangre, perogrullo, es distinta en el hombre y en la mujer, en este sentido me remito a dos libros fundamenta­les para mí: La sangre, el

jugo vital, de Piero Camporesi, quien analiza los usos de la sangre en el Medioevo, y Las experienci­as de Tiresias, de Nicole Loraux: los héroes se desangran en el campo de batalla, la sangre de las heroínas trágicas no se derrama: para morir eligen ahorcarse.

*Desde Guadalajar­a, México.

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RAFAEL TORIZ EN ACCION. La autora –que el mes próximo cumplirá 90 años– retratada en la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a, que finaliza hoy.
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TEXTOS. Escritora prolífica que ha atendido diversos géneros y temas.
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MULTIPREMI­ADA. En abril de este año la autora mexicana fue galardonad­a con
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LECTURAS. Dos de sus libros más queridos.
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CEDOC PERFIL el Premio Nuevo León Alfonso Reyes por su vasta trayectori­a literaria.

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