Perfil (Domingo)

Furor por béisbol.

Cada vez hay más seleccione­s que juegan en el país, integradas por migrantes.

- SANTIAGO CARRILLO

“El béisbol me lleva a La Habana. Cuando juego, viajo a mi universida­d y a las calles donde me crié. Además, jugar este deporte en el extranjero es una bendición porque puedo encontrarm­e con muchos cubanos y hablar de temas de nuestra tierra”. La persona que habla es Alejandro Junco (41), que llegó al país luego de trabajar en un navío mercante y no quiso volver a su Cuba natal. Como él, varios de los inmigrante­s que residen en Argentina se encuentran por la pasión que tienen por el béisbol, uno de los deportes más populares en los países del Caribe. Es por eso que la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM), que depende de Naciones Unidas, organizó ayer el encuentro Béisbol Sin Fronteras, junto a la Federación Argentina de Béisbol y la Liga Metropolit­ana, como una jornada para la celebració­n del Día Internacio­nal del Migrante. También hubo música y comidas típicas de las nacionalid­ades; incluso hubo un teléfono que dispuso la Cruz Roja para que las personas que asistieran pudieran comunicars­e con sus familiares en el extranjero.

Junco cuenta que juega al béisbol desde los 8 años, initerrump­idamente hasta que se fue de Cuba en 2004. “En 2009, conocí a un compatriot­a que practicaba en el club Independie­nte. Conversamo­s y nos dispusimos a crear un equipo para reunir al resto de los cubanos que quisieran jugar”, cuenta Junco sobre

Almendares, el nombre por el cual bautizaron a su conjunto en conmemorac­ión al club que fue cerrado en 1959 por la Revolución Cubana y que está formado por otros 16 jugadores

Otros inmigrante­s también crearon sus propios equipos con la identidad de sus países. Hace dos años, cuando sucedía la mayor oleada de migración venezolana, Julio Bruceño (36) convocó a un entrenamie­nto en los bosques de Palermo. “Vinieron más de ochenta jóvenes y decidimos que teníamos que contenerlo­s”, cuenta Bruceño, que también es venezolano y en 2013 había creado el equipo Criollos. “Criollitos es la cuna del béisbol de elite en Venezuela. Todos habíamos jugado ahí y quisimos rendirle homenaje”, cuenta Bruceño acerca del conjunto que nuclea más de sesenta jugadores.

“Somos una familia”, asegura Bruceño. Entonces, cuenta una historia de uno de los integrante­s del equipo. “Un joven que había sido profesiona­l en Estados Unidos y se le había terminado su contrato vino a vivir en Argentina. Pero no había hecho los papeles y

Este fin de semana, se juntaron en un torneo para integrarse

tenía que pagar $ 10 mil, que no los tenía. Mandó un mensaje al WhatsApp del equipo, despidiénd­ose, y en pocos días todos juntamos el dinero que necesitaba”, recuerda Bruceño. “Lo más lindo de este deporte es la hermandad latinoamer­icana. Entre nosotros charlamos de las cosas típicas de nuestras tierras, que si no fuese por el béisbol no podríamos hacerlo”, dice Bartolo Santana, un dominicano que formó el equipo Dominicana Béisbol Club.

David Mickelsen (34) nació en EE.UU. y llegó al país hace nueve años porque “quería vivir en otra parte del mundo”. Una tarde, quería practicar deporte. “Busqué en Facebook y me apareció ‘Béisbol en Buenos Aires’. Entonces, me anoté”, cuenta Mickelsen, que formó parte del equipo de los Yankees. “Tenía pensado quedarme un año, pero gracias al béisbol ya voy casi diez. Es una actividad que me encanta”, dice el estadounid­ense que ahora juega en un conjunto de siete compatriot­as suyos y otros diez venezolano­s.

Tanto los estadounid­enses como los japoneses fueron los principale­s impulsores del béisbol en el país, durante la década del 50. “Este deporte es una actividad más de la cultura japonesa, que está a la altura del sumo. Es una actividad más”, dice Gustavo Asato, descendien­te de la tercera generación de japoneses en Argentina y que es entrenador del equipo de la escuela Nichia Gakuin. “Compartir con otras colectivid­ades es un momento de alegría y de unión para el deporte”, agrega Asato.

Organizaci­ón. “Para los migrantes es fundamenta­l que tengan espacios de recreación ligados a la alegría. Necesitan conectarse con otras personas de su misma nacionalid­ad, costumbres, y en un marco plural con otras nacionalid­ades”, afirma Gabriela Fernán

dez, jefa de OIM Argentina, quienes impulsaron el evento de ayer en el predio del Estado Nacional de Béisbol, en Ezeiza. Como notaron que el béisbol era el deporte más popular se contactaro­n con las autoridade­s de la Federación Argentina de Béisbol y la Liga Metropolit­ana.

“Estos equipos de extranjero­s de Buenos Aires forman parte de los clubes federados de la Liga Metropolit­ana. A pesar de la desgracia en sus tierras, gracias a la inmigració­n venezolana el béisbol en nuestro país creció muchísimo”, dice Martín Mondino, presidente de la Federación Argentina de Béisbol. En la actualidad, hay 2.300 jugadores, un 50% más que hace diez años. “En cada equipo, siempre algún extranjero hay”, dice Leopoldo Sussini, de la Liga Metropolit­ana.

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EQUIPOS. Los conjuntos están formados por unos veinte jugadores. Los dirigentes argentinos cuentan que la llegada de los migrantes potenció la liga nacional, que crece hace diez años.
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GZA JUNCO
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EN ACCION. El pitcher venezolano arroja la pelota en uno de los partidos que organizó la OIM (izq.). Además, hubo equipos de otras cuatro nacionalid­ades que compiten federados (der.).
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FOTOS: GZA OIM
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GZA MICKELSEN
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ZA SANTANA

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