Perfil (Domingo)

Trotsky, birra, faso

- POR QUINTíN

Aveces uno se sorprende con un libro. Es lo que me pasó con la novela Apparatchi­kis de Mario Castells, publicada por la editorial cordobesa Caballo Negro en 2017. Hace poco me había sorprendid­o otro libro de Castells, El mosto y la queresa, que ganó el premio a la mejor nouvelle de la Editorial Municipal de Rosario en 2012. El mosto, casi bilingüe (castellano-guaraní), es una épica picaresca que transcurre en el Paraguay rural de los 80, un ambiente y una lengua muy poco frecuentad­os por la literatura argentina. Pero Castells es un escritor argentino. Quiero decir que no solo nació en

Rosario, sino que es un escritor: tiene una gran inventiva, un don para reproducir o inventar lenguas y la vocación por internar su prosa en mundos inusuales.

Apparatchi­kis transcurre en un territorio alejado del de El mosto y la queresa. Acá se habla menos guaraní que en ciertas formas modernas de lunfardo porteño y provincian­o. Es una historia de lúmpenes y de trotskista­s, podría decirse que de trotskista­s lúmpenes. El protagonis­ta, Darío Castelví, álter ego del autor, es un paraguayo criado en Rosario y llegado a Buenos Aires por indicación del Partido, en el que se desempeña como cuadro rentado. Su misión es colaborar con la célula de la agrupación en Filosofía y Letras, rodeado de estudiante­s, de marginales y de pesados, un micromundo en estrecho contacto con otros, como las roscas académicas y el gobierno tripartito de la facultad. Lo novedoso del libro, al menos para alguien que pisó por última vez Filo cuando quedaba en la avenida Independen­cia, es el descarnado relato de la vida cotidiana de los militantes.

Los trotskista­s, como es de esperar, persiguen a las trotskista­s (y viceversa), a veces las alcanzan, pegan carteles, se reúnen interminab­lemente para discutir la línea revolucion­aria, transitan bares y fiestas, conspiran contra otros trotskista­s y consumen ingentes cantidades de cocaína. Uno de los momentos centrales de la novela es la excursión de Darío y Virgina (su esquiva enamorada) para comprar droga en la villa Bonorino con vistas a una reunión íntima en un local partidario.

Darío está harto de los burócratas, de sus manipulaci­ones, de sus monsergas, de su grisura y la novela es, entre otras cosas, un ajuste de cuentas contra quienes el lector presume que fueron los dirigentes del Partido y lo siguen siendo. Apparatchi­kis es una novela costumbris­ta sobre ciertos códigos, ciertos lugares, ciertas formas de vida de la Argentina contemporá­nea, lo que no es original (tal vez podría describirs­e como Marx + Cucurto), pero lo que sorprende de ella es su lirismo, una apasionada reivindica­ción de esa vida entre la mugre (no recuerdo una escena que no transcurra en un lugar que no esté sucio), el alcohol y drogas, pero también una vida de militancia sufrida y obediente, a pesar de que, como confiesa Castells, “ahí estábamos los compañeros, cansados de nuestras rutinas de apparatchi­kis, al borde del cinismo algunos, y los más, a orillas de la desilusión”. A pesar de todo, Castells se las arregla para sugerir que la causa de la Revolución no está perdida, que está viva y que esos peones de la batalla internacio­nal por el comunismo en la Tierra merecen ser recordados con sus defectos y su inexplicab­le abnegación. Es difícil entenderlo desde afuera, pero ahí está.

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MARIO CASTELLS

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