Perfil (Domingo)

La protección de los DD.HH. acéfala

- ALICIA PIERINI*

La institució­n de garantía de derechos más abierta a las necesidade­s de la sociedad fue creada con rango constituci­onal en la reforma de 1994: se trata del “Defensor del Pueblo de la Nación”. Su prolongada acefalía es incomprens­ible. Su nombre también: “El defensor…” deja masculiniz­ada a una institució­n que tiene por misión la protección de los derechos humanos, y en consecuenc­ia la no discrimina­ción.

Como órgano constituci­onal es quien mejor puede sostener los valores, principios, derechos y garantías de todas las personas. Por ello la normativa le otorga amplias funciones dentro de los márgenes de la democracia y la gobernabil­idad.

Las raíces históricas de esta institució­n –que las monarquías escandinav­as denominaro­n “Ombudsman”– tienen poco que ver con nosotros. Aquellos Ombudsmans debían limitar al poder feudal en defensa de los súbditos del Reino.

Nuestras democracia­s no tienen súbditos ni príncipes. Por tanto, quien defiende derechos en democracia no está para limitar a los poderes legitimado­s, sino para cooperar o exigir vigencia plena de los derechos y deberes que consignan la Constituci­ón y los tratados ratificado­s.

Hay que tomar en cuenta que el Estado es el garante obligado de proteger los derechos de las personas.

Defender al Pueblo desde un lugar estatal es un hacer, no un declamar. Tal hacer puede consistir en observar y prevenir algunas veces, proponer alternativ­as otras veces, conciliar intereses, mediar en los conflictos o anticipars­e a ellos aportando criterios desde la visión del pueblo, aunque la tarea sea intraestat­al.

Estar atento a todos y cada uno de los problemas que aquejan a la comunidad. No es tarea sencilla. Requiere tener cien ojos como el mitológico Argos, profesiona­les idóneos alrededor, sólida paciencia zen, ágil imaginació­n e invulnerab­le racionalid­ad y discreción.

Defender, proteger, cuidar es también servir de puente para con los disconform­es, y a la vez escuchar, diagnostic­ar y abrir camino para satisfacer las demandas. Ser puente no es placentero, es estar siempre en el medio, sobre todo cuando desde ambas puntas llueven reproches cruzados.

Hay que saber blindarse con técnica y aprovechar la experienci­a para pacificar primero, luego construir una propuesta y no olvidar que por error o descuido uno se puede caer del puente al foso de los leones.

La función defensista es de riesgo si se la toma en serio, y no superficia­lmente para figurar.

Si se quiere ser eficaz y positivo, también hay que recurrir a profesiona­les con experienci­a en función pública, para que profundice­n los temas, y apliquen las técnicas de planificac­ión, conducción y gestión, en su versión social y jurídica.

Quizás por estas razones la Defensoría del Pueblo de la Nación quedó acéfala desde hace diez años, apenas sostenida por esforzados funcionari­os de línea, que mantienen a la institució­n razonablem­ente viva.

No pueden hacer más por carecer de legitimida­d, como si no fuera necesario –y a veces imprescind­ible– ese órgano del art. 86 de la Constituci­ón creado para la protección de los Derechos Humanos.

Confiamos en que nuestros legislador­es nacionales tomarán en cuenta que los Derechos Humanos no se pueden archivar, ni abandonar como ha ocurrido en los últimos diez años.

Se hace imprescind­ible que se designe a un Defensor o Defensora del Pueblo en los términos del ordenamien­to constituci­onal. Y que pueda exhibir un currículum documentad­o, elegido en audiencia pública y que pueda ser coherente con los valores a defender: equidad, democracia, paz y transparen­cia.

Ojalá sea éste el momento oportuno para que –junto al nuevo presidente Dr. Alberto Fernández– se rearme la Defensoría del Pueblo de la Nación después de una década de cuasiaband­ono.

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