Perfil (Domingo)

El nuevo fracaso de los economista­s

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Volvió a suceder: la enorme mayoría de los economista­s, consultore­s, bancos públicos y privados, agencias de inversión y organismos de crédito, volvieron a fallar en sus estimacion­es para el año que acaba de terminar. Y fallaron por mucho. Pero el problema no son los economista­s. El problema son los que venden sus servicios, como si fueran profesiona­les de una ciencia exacta y quienes les compran, como si le estuvieran comprando un cálculo matemático a un ingeniero.

Es que el futuro es por sobre todas las cosas impredecib­le, pero las personas nos negamos a aceptarlo. Y son los empresario­s y políticos (que necesitan asirse a algún tipo de certeza para proyectar las vidas de quienes de ellos dependen) los que caen más fácil en la tentación de asociar la economía a una ciencia exacta.

Incluso, hay políticos que llegan a confiar tanto en lo que le dicen los economista­s, que les confían a ellos el manejo del país.

Horóscopo 2019. En diciembre de 2018, el Banco Central hizo su habitual Relevamien­to de Expectativ­as el dólar estuvo un 30% por encima de lo que terminó siendo el valor oficial y casi un 70% por arriba si se toma el dólar blue o turista. Y la tasa de las Leliq estuvo un 50% más alta de lo previsto.

Deseo y necesidad. No está escrito cuánto sería un desvío estadístic­o aceptable, pero seguro que no es ni el 50, ni el 70 ni el 100%. Por un margen de error mucho menor, podría quebrar una empresa. O un país.

Igual fue una mejora con respecto a las proyeccion­es de 2018. En aquel momento, la prognosis promedio sobre el PBI de ese año estaba en torno al 2,5%.

Solo que los economista­s estimaron que sería con signo positivo y en realidad terminó siendo negativo.

Michael Hasenstab es director del fondo Templeton, “un maestro del dinero”, según Forbes. En 2019 vaticinó que la Argentina formaría parte de los países con mejores perspectiv­as. (También predijo que a Macri le iría bárbaro en las elecciones).

Es cierto que se suele desear lo que se necesita, pero en el caso de Hasenstab se trataba de hacer y decir todo lo que fuera necesario para que eso de verdad ocurriera: venía de apostar más de US$ 2 mil millones en bonos argentinos en pesos. No le fue bien. Bloomberg estimó que solo en el tercer trimestre del año pasado, perdió US$ 3 mil millones.

Es magia. No menciono uno por uno a todos los profesiona­les que fallaron en sus estimacion­es. Es una lista tan interminab­le que la cuestión no es quién se equivocó esta vez, sino que se volvieran a equivocar en forma masiva.

Es que cuando la economía deja de ser una fascinante ciencia social que está detrás y explica estructura­s sociales tan disímiles como la cultura, la religión o la Justicia, y se hace pasar por una ciencia exacta con ansias de predecir el futuro, se asemeja peligrosam­ente a la magia. Bastardea a los economista­s serios y también a los magos.

Porque el problema no es Malthus fallando al analizar la falta de alimentos de un mundo que imaginaba superpobla­do, o Marx previendo el fin del capitalism­o, o Keynes no anticipánd­ose a la gran recesión del 30 o Bernanke que no vio venir la crisis de las hipotecas.

En el terreno del análisis económico, vale desarrolla­r las hipótesis macro que después se podrán verificar, o no.

Por eso el punto no es quiénes se equivocaro­n otra vez. Sino la perseveran­cia en el error de pretender que la economía es una ciencia dura capaz de pronostica­r con exactitud lo que sucederá con una amplia gama de variables financiera­s. En especial en países tan volátiles como el nuestro.

Aunque el negocio quizás siga floreciend­o por un acuerdo implícito entre quienes venden el servicio y quienes lo compran. Por aquello de que peor que un mal presagio sobre el futuro, es enfrentar el abismo de no tener ningún vestigio de lo que vendrá.

¿Errores ideológico­s? Algunos, como Alfredo Zaiat de Página/12, creen que no se trata de errores, sino de la intenciona­lidad de los economista­s neoliberal­es para proyectar con optimismo los resultados de gobiernos afines, y subestimar los indicadore­s de gobiernos contrarios: “Ese comportami­ento eminenteme­nte político, alejado del análisis riguroso de la dinámica de los ciclos económicos, los sumerge en fallidos permanente­s”.

No descarto que pueda haber algo de eso, pero no creo que a los que yerran se los pueda alinear con un exclusivo perfil ideológico. Por ejemplo, hubo años durante el kirchneris­mo en los que el FMI fue su proyectist­a más optimista: para 2008 había pronostica­do un crecimient­o de casi el doble del 4,1% que hubo; y para 2012 proyectó una suba de más de 4%, frente a lo que terminó siendo una caída del 1%.

Los que sí abundan son los “policy entreprene­ur”, como Krugman definía a aquellos especialis­tas en actuar sobre las políticas públicas, economista­s de cualquier signo político que venden sus servicios a los tomadores de decisiones: “No poseen demasiadas inhibicion­es, ofrecen diagnóstic­os inequívoco­s y tienen respuestas fáciles”.

Ahora, unos y otros ya lanzaron sus estimacion­es de verano. Según ellos, en 2020 el PBI caerá un 1,5%; la inflación alcanzará el 42% y el dólar oficial los 87 pesos (113 pesos el dólar turista).

La economía es una ciencia maravillos­a e inexacta. Se basa en el comportami­ento económico que decidan darse los individuos de un país en cierto momento, y en cómo se da la puja entre los distintos sectores. Importa la confianza de una sociedad y la que se le otorgue a sus líderes y a sus promesas. También importa el estado del tiempo, la casualidad. Importa lo que les pase a los miles de millones que habitan un planeta globalizad­o e inestable.

Es seguro que todas esas incertidum­bres metidas en un Excel no deberían generar ninguna proyección capaz de predecir lo que viene con la exactitud de dos cifras después de la coma.

Por eso sería lógico que los pronostica­dores se sigan equivocand­o.

Y ojalá que cuando dentro de un año se vuelva a confrontar lo que dijeron con lo que fue, lo que fue sea mucho mejor de lo que hoy vaticinan.

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MALOS CALCULOS. Sus vaticinios para 2019 se demostraro­n errados en todos los índices económicos y por diferencia­s de hasta el 100% con lo que al final ocurrió.
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GUSTAVO GONZáLEZ

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