Muertes de Nisman Libros sobre un caso aún sin resolver
Ya no era Aldo Stiles. Ya no era Jaime. Después de 42 años, volvía a ser Antonio Horacio Stiuso. Había atravesado la dictadura. Había atravesado nueve presidentes. Y al final, también a él le tocaba irse.
Viajó a Uruguay y se instaló en el mismo hotel de Punta del Este al que iba desde hacía décadas. Allí empezó a recibir las noticias. Primero fue Garnica. Su amigo le avisó que Parrilli se había presentado en la base Estados Unidos y le había pedido que adelantara su jubilación. Pasó lo mismo con el Gordo Miguel, con Patrizio, con todos sus hombres de confianza. También Alberto Massino. Uno tras otro debieron firmar planillas y cartas documento para instrumentar lo que sería una limpieza de La Casa de todo lo que tuviera que ver con Jaime. Al menos los más cercanos, iban a caer todos.
Uno tras otro, más de veinte funcionarios y agentes fueron corridos de la Secretaría entre Navidad y fin de año. Más tarde les iba a tocar a unos cuantos callejeros, a delegados del interior, a decenas de
analistas y a carpinteros de la base Estados Unidos. Todos los que respondían directamente a la voluntad de Jaime fueron borrados en esos días de fin de ciclo, en un verano caliente e inolvidable.
Es casi imposible imaginar que Jaime no lo haya advertido a tiempo, que no lo haya visto venir. Jaime había hecho ante Parrilli una actuación. Y Parrilli había hecho la suya.
“Acuerdo de sicilianos” le habían puesto a la obra. Sólo que el final era realmente impredecible. Lo sigue siendo. Entramos ahora en una zona dominada por un secreto difícil o acaso imposible de perforar. Un territorio repleto de incógnitas y algunas de ellas lo serán para siempre. Pero es posible que las dudas sean, en realidad, la clave de todo.
Hay que razonar hacia atrás, como decía Conan Doyle.
Si Jaime sabía que iban a echarlo, ¿pensó en cuál iba a ser su reacción?
La historia nos mostró que siempre planifica lo que va a hacer.
Y que no tiene apuro, porque es calculador y tiene la paciencia necesaria para proyectar una venganza precisa y a su tiempo. En los últimos meses había dejado muchos expedientes abiertos en Tribunales. Denuncias contra agentes inorgánicos de la SIDE, denuncias por amenazas recibidas y otras más que se irán descubriendo con los meses o con los años. Había dejado también denuncias dentro de la Secretaría, para que la dirección de Asuntos Internos tuviera también para entretenerse. Eran sus huellas, por si las dudas, para poder destapar algunas cosas si alguna vez lo considera necesario. También se había tomado el tiempo de sacar sus cosas de
La Casa. ¿O alguien pensó que iba a dejar ahí toda su ferretería de espionaje y sus backups y sus secretos?
¿Pero tenía otra carta para jugar? Hay que razonar hacia atrás. ¿Cuál era la causa de su vida? ¿Cuál era su carta más audaz, esa que le había permitido limpiar a sus enemigos internos de la década del noventa, la que le había abierto las puertas hacia el mundo globalizado del espionaje? ¿Qué carta conocía mejor que nadie? Kirchner lo había dicho.
Nadie conocía esa causa como Jaime.
Alberto Nisman llevaba meses planeando su viaje a Europa. Era el regalo de 15 años de su hija mayor, Iara. En la Unidad Fiscal había informado de su viaje y había puesto una fecha de regreso, para el 19 de enero. Pero el último día del año les dijo a sus secretarias –eran tres– que pensaba volver antes, el día 12 de enero. Su anuncio coincidió con la limpieza en la SIDE. ¿Habló en esas horas con Jaime? ¿Acordaron juntos lo que estaban por hacer? Es imposible imaginar que Nisman haya tomado esa decisión solo. Llevaban meses, tal vez dos años trabajando juntos en la denuncia por encubrimiento contra el gobierno de Cristina. Podía ser una denuncia poco contundente, pero no era una denuncia improvisada, sino el resultado de muchísimas horas de trabajo, de analizar escuchas telefónicas, cruzar datos, hacer recortes periodísticos, analizar el contexto de lo que pasaba en torno al pacto que había intentado Cristina Kirchner con Irán.
Lo único que quedaba por definir era el momento exacto de la presentación. ¿Nisman estaba adelantando su retorno para eso, para activar la denuncia? Nada dijo a nadie de la Unidad Fiscal. A nadie. Como nunca lo hacía, en realidad. Porque Nisman hacía tiempo que había dejado de ser un fiscal como cualquier otro. Nisman desconfiaba de todos sus empleados. De sus secretarias, de las asistentes, de los abogados que trabajaban para él. Tiempo atrás, en 2007, había denunciado a uno de sus fiscales ayudantes por mal desempeño de sus funciones, ya que lo veía poco convencido de la marcha de la investigación. Aquello había sido un verdadero escándalo, que terminó en nada pero que dejó una huella entre todos los empleados. Nisman desconfiaba de sus empleados y ellos temían sus reacciones. Es cierto que les delegaba tareas, pero sólo tareas específicas. Buscar tal antecedente, analizar determinado informe de Inteligencia, hacer un resumen de los entrecruzamientos de llamados. Pero a ninguno de sus cuarenta empleados les mostraba el mosaico global de su trabajo. Ninguno sabía exactamente lo que estaba por hacer. (...) No podemos conocer el motivo exacto del apuro de Alberto Nisman por volver. Era un hombre naturalmente ansioso, por momentos hiperquinético, de esas personas que cuando toman una decisión tienen que ejecutarla en ese mismísimo momento. (...)
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